jueves, 24 de marzo de 2011

El amor y el odio, pasiones que engrandecen o disminuyen

Entrando en el terreno del análisis de las pasiones, nos hemos de referir al amor y al odio.

El odio, como las emociones, tampoco puede ser decidido por nosotros, nunca tomamos la decisión de odiar a algo o alguien. El odio parece, apoderarse de nosotros en una manera similar a como lo hace la ira. Sin embargo, la manera en que se apodera de nosotros es esencialmente diferente.

El odio también puede explotar bruscamente, pero sólo porque ya se ha apoderado de nosotros, porque ha estado creciendo dentro de nosotros por un tiempo y porque lo hemos nutrido, lo hemos cultivado, de la manera que puede ser cultivado algo que ya está ahí y está vivo.

Por lo contrario, a diferencia de las emociones, nunca decimos, pensamos o creemos que hemos cultivado nuestra ira.

A raíz de que el odio se mueve muy profundo en nuestro ser, tiene una fuerza adhesiva. El odio proporciona cohesión y persistencia a nuestro ser. El odio, a diferencia de la ira, una vez que nos toma no desaparece espontáneamente, sino que germina, crece, se solidifica, cavando su camino hacia adentro y consumiendo nuestro mismo ser.

Pero esta cohesión y persistencia que trae a la existencia, no ciega al hombre como la ira, al contrario, le proporciona visión y premeditación.

El que odia nunca es ciego, es sagaz y malicioso. Sólo la ira es ciega.

Tampoco el amor nunca es ciego: es perspicaz. Sólo el engreimiento o vanidad es ciego, débil y susceptible, como que es una emoción y no una pasión.

Una pasión es aquello a través de lo que, y por lo cual, tomamos comando de nosotros mismos y nos volvemos lúcidos, amos de lo que nos rodea y de nosotros mismos.

Por eso es común ver a seres sufrientes seguir un camino de odio, porque los mantiene vivos, cruelmente vivos, les hace sentir que son, no sólo que existen, sino que se dan cuenta de su existir, que les proporciona una razón, una causa y les da fuerza para seguir viviendo.

Esta realidad la vemos expresada por algunos grupos que buscan justicia para sus familiares víctimas de crímenes.

La gran diferencia entre el odio y el amor es que, siendo ambos fenómenos humanos, mientras el amor nos alimenta, nos nutre, el odio debe ser alimentado y cultivado por nosotros.

En cierta medida, se puede considerar al odio como una pasión interactiva; si bien es cierto que aparece sin que medie nuestra voluntad, es decir, que toma a nuestro ser sin preaviso, también es cierto que necesita de nuestro continuo alimentarlo, de nuestro ser para el odio.

Este aspecto del odio nos ha de ser útil para enfrentarlo y superarlo, pues para ello sólo es necesario un pequeño paso: dejar de alimentarlo voluntariamente, pues sólo subsiste merced a nuestro esfuerzo y nuestra voluntad.

Con el amor sucede lo contrario, no podemos amar ni dejar de hacerlo por nuestra voluntad y, a decir verdad, pareciera que sólo es posible cambiar una gran pasión por otra, en efecto, pareciera que sólo podemos dejar de amar a alguien cuando comenzamos a odiarlo.

Es importante recordar aquí, aunque muy brevemente, que el perdón es una opción de la que dispone el hombre y nunca un sentimiento. En otras palabras, que debemos perdonar para estar bien, y no esperar a estar bien para recién entonces perdonar.

Resumiendo, el amor no sólo nos posee sino que además nos alimenta, nos engrandece, nos hace ser mejores, nos coloca en armonía con la vida, mientras que el odio también nos posee, sólo que al odio debemos alimentarlo, nos disminuye como seres, extrae lo peor de nosotros y nos aparta de la armonía con la vida.

Uno es una gracia, una bendición, el otro, si bien no es buscado, en cuanto a su permanencia, es solamente una elección, nuestra elección.

(Del Mensaje de Renacer, sobre emociones, pasiones y sentimientos: En “La Ayuda Mutua como factor de renovación cultural, moral y social”)

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