viernes, 30 de julio de 2010

La facultad más humana es transformar una tragedia en triunfo

Dice Elisabeth Lukas que el poder para la transformación, que yace en el ser humano, es una capacidad que hoy se aprovecha de manera muy insuficiente; agrega que una psiquiatría muy determinista ayudó para dejarlo caer en el camino. Sin embargo, es una capacidad inherente al ser humano que fue comprendida y ricamente utilizada y descripta en la antigüedad por todas las religiones, y por todos los mitos religiosos.

El hombre no puede evitar su destino, pero a él y únicamente a él le corresponde decidir con que actitud lo confrontará; sólo suya será la decisión de dejarse arrastrar como una hoja en la tormenta de otoño, o levantarse fuerte como un árbol que se dobla pero no se rompe durante esa misma tormenta.

La muerte de un ser muy querido es y será motivo de hondo pesar, pero la decisión de morirse con ese ser es únicamente del mismo hombre, como lo será la decisión de caminar con la frente en alto desafiando la adversidad, pues si bien el destino hace las preguntas, siempre le quedará al hombre la libertad de cómo responderlas.

Ante la partida de un hijo, a quien difícilmente estaremos preparados para despedir, el dolor es demasiado intenso, desconocido; pareciera que la vida no debería continuar, el tiempo en su eterno fluir se hubiera detenido en un punto en el espacio, un punto de total incredulidad e irrealidad.

Nadie sabe qué decirnos; todos escapan ante una realidad que no conocen, que siempre han ignorado, que no saben manejar.

No puede ser, nos repetimos una y mil veces y, sin embargo, es; y debemos seguir viviendo; pero ¿cómo?, nos preguntamos una y otra vez.

Todo dolor trae consigo una enseñanza y puede llegar a ser una experiencia regeneradora, porque es moviéndonos a través del dolor, explorándolo, conociéndolo, que lograremos llegar más allá de él, más allá de lo inmediato, más allá del materialismo limitante; rescatando de un rincón del corazón los olvidados valores espirituales del hombre, que son los únicos que pueden salvarnos de una vida sin sentido, de una muerte en vida.

Son nuestros hijos los maestros del verdadero y desinteresado amor y este sentimiento no tiene reclamos ni expectativas, ni siquiera necesita de una presencia física.

Y cuando hayamos encontrado la paz y la aceptación, habremos de trasmitirla a los demás, a los que la necesitan, a los que sufren, a los que aún viven en la oscuridad de la desesperanza y la rebeldía.

Entonces la muerte de nuestros hijos no habrá sido estéril, porque es a través de su partida que el verdadero sentido de la vida se comprende; como un tiempo precioso y finito que debemos vivir al máximo, pero de otra manera, ya que el camino trazado hasta ahora no sirve para esa nueva realidad. Debemos recomenzar, es como renacer de las cenizas. Debemos captar el mensaje de infinito amor que nuestros hijos al partir nos dejaron y que los hijos que quedan nos recuerdan cada día: dar amor, sólo amor.

La muerte no marca el fin de todo, es sólo una necesaria etapa en la evolución espiritual del hombre, es una parte integral de la vida, la que nos marca el límite de nuestra existencia terrena y nos enseña a apreciarla en su verdadera dimensión para vivirla totalmente, rescatando esa olvidada espiritualidad en nuestro diario vivir para saber prepararnos para que, en el momento de realizar nosotros la transición, saber que no hemos dejado cosas por hacer y en el instante de dejar el capullo, para volar libres de regreso a casa, sepamos que hemos comprendido el mensaje de nuestros hijos, porque hemos dado todo el amor de que fuimos capaces.

Según Víctor Frankl, el hombre es capaz de levantarse por encima de sus condicionamientos físicos, psicológicos, aun más allá de su experiencia previa, en las alas indómitas del espíritu, y responder en libertad y responsablemente con su manera única e irrepetible, como ser único e irrepetible que es.

Porque el hombre no es lo que recibe, sino lo que da a la vida.

El sufrimiento, el sufrimiento intenso, ese sufrimiento que lleva en él la capacidad de aniquilar al hombre, presenta, en cambio, la característica de llevarlo a recorrer un camino existencial distinto por su bidireccionalidad, dado que puede hacer que seres humanos retrocedan a la categoría de entes al padecer un sufrimiento al que no han sabido encontrarle un sentido, pero también puede hacer que otros seres que al haber perdido la angustia, merced a una decisión que ya ha sido tomada por el destino y, en ese proceso, adquirir un conocimiento del ser tan intenso, tan profundo, que los lleva a un estado de iluminación, de trascendencia del propio destino.

No es posible vivir la vida como si nuestros hijos fueran los artífices para arruinar nuestras vidas.

Su partida es una condición permanente, pero no puede ser permanente nuestro sufrir, debemos decirle sí a la vida.

Debemos seguir viviendo, es una experiencia renovadora.

El perder un hijo no puede significar para una persona nada más que destruirse y tirarse a morir en el abandono, tiene que ser un imperativo ético, tiene que ser tan importante, que nos marque el camino, que nosotros queremos seguir, en homenaje a esos hijos, que tanto nos han marcado.

Y ese camino tiene un solo destino final que es el camino final de humanización.

Entonces, la partida de nuestros hijos no habrá sido en vano, porque dejó en este mundo personas mucho mejores de lo que eran cuando ellos estaban.

La facultad más humana del hombre es la de transformar una tragedia personal en triunfo.”


Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

miércoles, 28 de julio de 2010

El sentido del dolor y del sufrimiento

No es cuestión de gustos. Dolor y sufrimiento son inseparables compañeros de la existencia humana.

Para superar el dolor basta con visitar al médico clínico o al cirujano. Para enfrentar el sufrimiento –digo enfrentar, no superar– hoy, en este nuevo siglo, más que al psicólogo, necesitamos al filósofo.

Cuando del sufrimiento se trata, Víctor E. Frankl es un maestro muy confiable. Es médico, psiquiatra y filósofo. Sería deseable que todo médico, todo psicólogo y todo psiquiatra fuera también filósofo.

Hoy más que en el pasado, el sufrimiento es una realidad profundamente existencial que debe ser interpretada.

Postulados para encarar el tema del sufrimiento:

1) El sufrimiento se da en la vida del hombre. No hay que buscarlo.
2) Buscar el sufrimiento como tal sería masoquismo.
3) Cuando no se lo puede suprimir, la logoterapia presenta los siguientes puntos de reflexión:
a) La logoterapia no es masoquista, pero tampoco hedonista. Es realista.
b) La logoterapia quiere la felicidad del hombre, pero no a cualquier precio.
c) La logoterapia es la única escuela de psicoterapia que capitaliza el sufrimiento cuanto éste es inevitable. El sufrimiento se puede convertir en el supremo valor.
d) La logoterapia ve, en el sufrimiento y el dolor, la ocasión para la realización de valores de actitud, que son los supremos valores.

El sufrimiento, pues, no es visto como un fin en sí mismo. Eso sería masoquismo.
La logoterapia no inventó el sufrimiento, lo encontró en el camino. A través del análisis existencial descubre que es un elemento esencial de la existencia humana.

Todo hombre que aspire a llevar una vida plena no podrá prescindir de él. La logoterapia no lo busca, ni lo ama, ni lo promueve. Cuando es inevitable enseña a enfrentarlo, no para destruirlo, sino para aprender. Frutos del aprendizaje desde el sufrimiento: evolucionar y humanizarse. Para ambos casos lo único que importa es la lucha.

Lucha. Confrontación. Sufrimiento

Libertad para elegir una nueva actitud. Responsabilidad de no perder este instante y convertirlo en un nuevo valor.

El sufrimiento, cuando es inevitable, hace muy entendible el cómo se transforma en obstáculo para las manifestaciones del espíritu que llevamos encarnado en nuestra existencia. Los tres determinantes, los tres destinos confluyen en la misma conducta.

Esa conducta es inconcebible sin sufrimiento. Esa conducta, gracias al sufrimiento, hace fuerte al débil. Convierte en generosos a los egoístas, en solidarios a los narcisistas, en valientes a los cobardes, en sabios a los mediocres, en filósofos a los frívolos, etc.

El sufrimiento, convertido en el gran despertador existencial.

El sufrimiento, devenido en el concienciador del eterno valor de cada aquí y ahora.

El sufrimiento, ese golpe fuerte que sacude. Es importante tener ojos, pero sólo los ojos abiertos son los que "ven".

La fuerza del sacudón provocado por el sufrimiento depende de la manera en que se ven las cosas. Por eso, el sufrimiento está tan ligado a los miedos.

El sufrimiento en las manos de Frankl se ha convertido en un instrumento para poder realizar el admirable "milagro" de la autorrealización mediante la autohumanización. Cuando el sufrimiento no puede ser vencido, se lo convierte en un aliado para facilitar la propia realización, por medio de la praxis de los supremos valores, como son los valores de actitud.

Es importante subrayar que Frankl no es un mero teórico del sufrimiento, sino un "vividor" de éste. Supo mucho de él, porque lo experimentó. No hay que pretender entender el sufrimiento. Si se lo entendiera, dejaría de ser sufrimiento.

Al dolor se lo puede explicar. El dolor es localizable. ¿Dónde está ubicado en mi existencia lo que me hace sufrir? Sin respuesta. Si la hubiera, ya no sería sufrimiento. A lo sumo, un malestar.

El malestar que, cada vez más y más, va marcando al tercer milenio, no son los trastornos psicológicos, sino los conflictos existenciales.

Hoy, y creo no exagerar, detrás del sufrimiento, está presente, en mayor o en menor grado, la depresión noógena.

Desencanto, hastío, desgano de todo casi todo, indiferencia. Son algunos de los tantos aspectos que acompañan al sufrimiento. En estos casos, la logoterapia es la terapia específica. Se trata de llenar la vida con sentido. Encuentro, reflexión filosófica, diálogo existencial. Son los tres caminos reales para enfrentar la depresión noógena.

Ya en estos tiempos, es preciso encarar el sufrimiento con más filosofía y menos psicología. La logoterapia es la terapia que más respuestas ofrece al hombre sufriente.

El sufrimiento del hombre de hoy es metafísico, es decir, que no se superará con nada que vaya marcado por la finitud, lo temporal y lo material. El sufrimiento metafísico necesita respuestas metafísicas. El análisis existencial, que va más allá de lo que puede alcanzar el psicoanálisis, no deja sin respuesta a todo aquello que, directa o indirectamente, tiene que ver con el hombre.

Cuatro podrían ser las fuentes desde las cuales se encara el sufrimiento a partir de la perspectiva logoterapéutica:

1) El fundamento fundante, que es lo que da razón de ser a la logoterapia: la vida siempre vale la pena vivirla. Hay que ser cultores de la esperanza.

2) La mejor manera de esperar no es buscando las causas del malestar. Esto supone mirar retrospectivamente. Mirar hacia el futuro. En el futuro y no en el pasado, está la oportunidad de encontrar nuevos motivos, nuevos sentidos por los cuales la vida puede cobrar un nuevo significado.

3) El vivir buscando un nuevo "por qué vivir" se lleva a cabo realizando valores. Realizando valores aquí, en este mundo que me circunda, que no es un valle de lágrimas, sino de posibilidades. Rodeado y metido en este mundo que me circunda, me dejo ecologizar. La madre tierra siempre aconseja bien.

4) Vida. El mundo que me circunda siempre me da ocasiones para la realización de valores. Son los valores encontrados y realizados los que me conducen a la más humanizante de todas las experiencias: la autotrascendencia.

El sufrimiento está íntimamente ligado con lo existencial, lo espiritual, lo eterno del hombre. Con el ser, el deber ser. Es sólo por el sufrimiento que el ser humano cobra conciencia sobre el "quién" es él. Ese conocimiento no le viene ni por la medicina, ni por la psicología, ni por la psiquiatría, ni por la sociología, ni por la ingeniería genética. Todas estas ciencias se agotan cuando han respondido sobre el "qué" constitutivo del hombre.

Tanto el "qué" como el "quién" pueden ser sometidos a duras pruebas. En el orden físico, el hombre puede padecer enfermedades terminales. En el orden psicológico, profundos trastornos emocionales. La logoterapia sostiene que siempre se puede convertir un fracaso en un éxito. Lo importante no es lo que nos pasa, sino la postura que elegimos ante eso que nos pasa.

Tríada del sufrimiento fecundo:

1) Situaciones límite.
2) Fuerza indómita del espíritu.
3) Aparición de nuevas potencialidades ante la realización de actitudes que se convierten en otros tantos valores. Los supremos valores, que el hombre puede realizar.

Pero esta superación de las situaciones límite, como otras tantas pruebas del destino, ¿vienen solas, simplemente, con la fuerza del deseo? En la logoterapia, nada se da gratis. Todo tiene su precio. Diría que hay tres palabras en logoterapia que no gozan de buen prestigio: resignación ante el dolor y el sufrimiento. Conformación pasiva. Aceptación porque no queda otra.

Ante el sufrimiento, ante el dolor, ante cualquier situación conflictiva, ¿cuál es la postura logoterapéutica? Todas estas situaciones son preguntas. Hay que contestarlas. Vivir es sentirse preguntando continuamente. Vivir también es contestar siempre. ¿Cómo?

1) Buscando el sentido que pueda estar escondido en la nueva situación.
2) ¿Se da la ocasión de realizar algún valor? ¿Cuál?
3) Siempre hay ocasión para contestar mediante la realización de algún valor. En el peor de los casos, siempre se podrá responder, en situaciones límite, con una nueva actitud, un valor de actitud.

El sufrimiento, cuando es inevitable, así como los valores de actitud –en todo valor de actitud hay sufrimiento, pero no en todo sufrimiento nace la necesidad de realizar un valor de actitud– representan la ocasión para enfrentar aquellas preguntas que humanamente no tienen respuesta.

El sufrimiento y los valores de actitud poseen algo en común. Son la mejor ocasión para ponerse en contacto con el espíritu. Cuando esto se da, nos damos cuenta de que estamos más sanos de lo que suponemos. Sin embargo, la pregunta es ¿la fuerza del espíritu nos libera de la situación? La función del espíritu es iluminar. El espíritu ayuda a encontrar el sentido en cada circunstancia cuando ésta es la voluntad del "buscador de sentido" que es todo hombre. El espíritu es el mejor "ayudador" a encontrar y dar las más adecuadas respuestas. Y esa ayuda nos libera de muchas angustias. También esa ayuda es el camino que nos lleva a experimentar la autotrascendencia. Desde la autotrascendencia es que se nos da la oportunidad para experimentar qué es la espiritualidad.

Sufrimiento y respuesta

Para entender el sufrimiento podríamos reducirlo a un proceso dialéctico de preguntas y respuestas. El hombre siempre es un animal en situación. Siempre enfrentado a algo o alguien. Siempre interrogado. "Él y sus circunstancias". El hombre es el animal "responsorial" por excelencia. Debe vivir dando respuestas.

El sufrimiento es la respuesta más acuciante y desestabilizadora de la existencia humana. No hay conflicto en el que no esté presente.

¿De qué podría depender la duración del sufrimiento? De la respuesta elegida. El hombre tiene todas las respuestas, pero no siempre las tiene en la mano, en el momento preciso.

Quizá, las palabras de Epíteto, que fueron versificadas por Quevedo, nos den la clave para entender el por qué de todo sufrimiento humano. Sus raíces son también ontológicas.

"No son las cosas mismas las que al hombre alborotan y le espantan,sino las opiniones engañosas que tiene el hombre de las mismas cosas".


La audacia de vivir, Francisco Bretones, Buenos Aires, SAN PABLO, 2002

sábado, 24 de julio de 2010

EL DUELO NO ES UNA ENFERMEDAD

CHARLA DEL DOCTOR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 1)

Dr. Bianchi.- Buenas tardes.
Agradezco esta invitación a los grupos de Luján. Me sorprende tanta audiencia.
Hace muchos años yo participo de reuniones con grupos de padres que perdieron hijos, compartiendo con ellos talleres, encuentros de reflexión.
Tengo que contarles que hace ya mucho tiempo –17 ó 18 años es mucho tiempo– yo perdí un hijo. Un hijo mío murió en un accidente de tránsito. Tenía 20 años en aquel momento. Se llamaba –se llama– Martín. Era un muchacho muy lindo realmente, por fuera y por dentro. Un chico varonil, muy lindo chico, muy deportista, muy amigo de sus amigos, de un trato muy amoroso con todos nosotros, con la familia. Travieso, divertido, con sentido del humor. Un chico que daba mucho amor en general, a la gente, a sus amigos, a las novias que tuviera, a su perro. También a las personas mayores. Tenía tiempo, pese a que los chicos a esa edad viven apurados, pero él tenía tiempo para escuchar a los abuelos, para sentarse con ellos y con algún anciano que no fueran sus abuelos. A veces desaparecía unas horas porque en la calle se había encontrado con algún anciano, porque si él percibía que había que acompañarlo a algún lado, él lo hacía.
Martín era un chico como muchos de los hijos de ustedes. No importa la edad, más grandes o más chicos, pero estoy refiriendo todo esto porque si esto no hubiera ocurrido, yo no estaría aquí, ni ustedes me hubiesen invitado.
Porque, en general, a mí no me invitan porque soy médico psiquiatra. A mí me invitan porque soy un padre que perdió un hijo. Esto es lo que se genera con otros papás, el lenguaje común, esa relación de ida y vuelta que nos permite reflexionar juntos sobre este tema, sobre el tema del duelo.
El duelo provocado por pérdidas muy significativas, la pérdida de un hijo se inscribe normalmente entre las pérdidas más significativas, debido a que ya, de por sí, el modelo biológico está alterado. Y uno, desde sus conocimientos, desde su sistema de creencias, no tiene respuestas frente a un hecho de esta naturaleza.
Quiero comentarles todo lo que comenzó en la noche más oscura de mi vida, que es la noche en que Martín muere, y en que yo me hago cargo –junto con mi pareja, con la madre– de todos estos avatares y rituales que tienen que ver con un velatorio y demás. En este momento uno está sumido en un enorme desconcierto, debido a que, como les decía, lo que nosotros podemos saber hasta aquí, no nos da ninguna respuesta frente a un hecho de esa naturaleza.
Sentí en mí un derrumbe. Y así lo describo. Así se describe al duelo por pérdida significativa, como un derrumbe epistemológico, dice la psicología, la psiquiatría, un derrumbe emocional. Episteme es conocimiento. Nuestro conocimiento se derrumba frente a la falta de respuestas, frente a este desgarro emocional que, en principio, uno tampoco lo entiende. Tampoco entiendo lo que sucedió.
Les cuento lo mío porque esto puede ser cierto en muchos de ustedes también. En estos primeros momentos no hay ni siquiera la aceptación de lo que ocurrió. Todos, frente a lo que nos duele mucho, a lo que nos hace sufrir, reaccionamos con una negación. “No puede ser”, “No es cierto”, “Esto es una pesadilla”.
Recuerdo vagamente esos primeros instantes. No me daba cuenta de nada. Incluso, es como que, viéndolo a mi hijo en su velatorio, sentí un orgullo de mi hijo, de lo pintón, de lo varonil que era. Yo se lo quería mostrar a la gente que se acercó en ese momento, con una total negación de lo que había sucedido. No sé qué pensaba yo, que, a lo mejor, terminado el velatorio, me lo podía llevar a mi casa…
Después, conversando con muchos papás, a lo largo de todo este tiempo, he podido comprobar que esto es bastante habitual, que la negación de lo que sucedió, en un principio es muy habitual. Y esa aceptación que, en algún momento se da, es imprescindible para comenzar el proceso de un duelo. Si no hay aceptación de lo sucedido, el duelo no comienza.
Al principio, frente a este duelo hay una desmentida de la realidad. Uno desmiente la realidad: “Esto no puede ser”, “No es posible”. Lleva mucho tiempo –no un tiempo cronológico, sino un tiempo interno– modificar estos sentimientos.
Para aquella época yo tenía ya 30 años de psiquiatra. Hablo de 1990. Y si bien era psiquiatra, yo me dedicaba casi exclusivamente a la atención de las parejas en conflicto, a la conflictiva de la pareja. Es decir que lo que yo podía saber de duelo en aquel momento, era lo que puede saber, en general, cualquier persona que no ha tenido la experiencia vivencial de una pérdida significativa.
Es decir, yo tenía un conocimiento bastante racional de lo que era el duelo. Si bien había leído, tal vez, más que otras personas porque por ser psiquiatra, por supuesto, había leído la teoría. Ya había leído escritos como “Aflicción y melancolía” de Sigmund Freíd. Pero, claro, lo leía en aquel momento sin haber pasado por la experiencia vivencial de haber perdido un hijo.
El derrumbe fue muy grande y no había grupos de auto ayuda; en 1990 Renacer no había empezado a funcionar en Buenos Aires. Recién un año y medio después participé como integrante del primer grupo Renacer en Buenos Aires, en un espacio físico cedido por la Parroquia San Cayetano, en el barrio de Belgrano. Allí conocí a 20 ó 30 papás y mamás que habían perdido hijos también.
Pero ya había pasado un año y medio de la muerte de Martín. Durante ese año y medio no tuve quien pudiera acercarme la comprensión del que también ha pasado por una crisis de esta índole.
Por ser psiquiatra yo tenía que llevar mi propia terapia. Es decir, yo tenía mi terapeuta en aquel tiempo. Realmente, un terapeuta de lujo desde el punto de vista de la psiquiatría y psicología con el cual, a través del tiempo, nos unió una verdadera amistad. Y pese a eso, en aquel momento mi terapeuta no me pudo ayudar porque no tenía algunas respuestas que yo creo que hoy sí tengo a través de tanto tiempo. Entonces, me consolaba. Algunas veces yo levaba algunas fotos y escritos de mi hijo y él podía emocionarse conmigo, llorando conmigo. Pero esas no eran las respuestas que yo esperaba porque yo tenía quien llorara conmigo.
Un gran terapeuta, pero en aquel momento no me ayudó. ¿Por qué? Ahora voy a mezclar un poco entre mi desconocimiento, mi derrumbe emocional de aquella época con lo que hoy sí yo entiendo con respecto al duelo.
No me pudo ayudar porque el duelo no es una enfermedad. Y esto es una convicción que tenemos que tener muy clara. El proceso del duelo no es una enfermedad. Por lo tanto, no puede ser resuelto a través de la ciencia. El duelo implica una crisis existencial, no es objeto para la ciencia. No es un objeto para la ciencia. Y cualquier ciencia, sin su objeto, pierde sentido. La nefrología existe porque existe un objeto que es el riñón; si no, no existiría. Ese duelo, ese derrumbe emocional no es objeto para la ciencia. No estamos enfermos.
Después yo me di cuenta de por qué este gran terapeuta –mi terapeuta– no me podía ayudar. Porque él confundía la aflicción, la profunda aflicción que es el sentimiento que embarga a un doliente, la confundía con una depresión, que es una entidad patológica y me trataba en consecuencia, como si lo mío fuese una depresión. Entonces, ¿qué trataba de hacer?, que yo pudiera superar la depresión. Tiempo después me di cuenta que desde la ciencia se actúa de esa manera , lo que se busca es la anulación del duelo, no la superación del duelo.
La superación es lo que nosotros intentamos hacer a través del tiempo, que es dar una respuesta a esa enorme pregunta que el destino nos ha hecho al llevarnos un hijo. Y esa respuesta es ética, no científica. ¿Y por qué es ética? Porque la ética es una manera de actuar en consecuencia y de dar respuestas. Por lo tanto, en aquel momento, con esta confusión diagnóstica, mi terapeuta no me pudo ayudar.
No estaba mal lo que él hacía, porque no había tenido la experiencia vivencial. ¿Por qué nosotros buscamos participar de algún grupo de iguales? Si no iguales, parecidos. Porque el lenguaje común es rápido, fluido y porque nosotros sentimos que nuestras lágrimas o, a veces, nuestras sonrisas, pueden ser aceptadas por el otro y no interpretadas racionalmente.
Ahora, cuando un terapeuta intenta anular una depresión, está bien que él lo quiera hacer, porque como cualquier otra enfermedad, también trataría de anularla. Pero lo nuestro no es eso. Y estas son convicciones que todos los que pasamos por esto lo debemos tener claras. No somos enfermos, por lo tanto, la ciencia no tiene respuestas. No hay una respuesta hegemónica desde la ciencia hacia el duelo.
Después, si tenemos tiempo, podemos discurrir sobre esto. No es que la psicología o la psiquiatría no tengan especial cabida en lo que podría ser un centro asistencial interdisciplinario para el duelo donde sí podrían participar los dolientes, a lo mejor, con profesionales –pero con aquellos profesionales que entendieran que la aflicción no es depresión o enfermedad– y donde nosotros, como padres dolientes, fuéramos respetados como sabedores, a través de nuestra experiencia vivencial. Allí, un profesional que no la haya tenido, podría aportarnos, desde su saber, conceptos que sí nos pueden interesar, desde una manera interdisciplinaria.
Creo que los grupos, en general, no debieran cerrarse a la posibilidad de escuchar otras verdades que puedan provenir de un filósofo, psicólogo o religioso. He visto grupos que dicen: “sí, pero éste no perdió un hijo”. En algún aspecto, nosotros buscamos a los que son iguales a nosotros, pero después podemos aceptar que, de una manera interdisciplinaria, otros conocimientos o saberes nos pueden ayudar.

miércoles, 14 de julio de 2010

A la vuelta de México el ingeniero José Divizia cuenta las reflexiones que dejó allá. Cambiar la catarsis por la experiencia vivida.

Cacho Divizia dice que el mejor homenaje de amor es cuando el dolor da frutos.

El ingeniero químico José Divizia ha padecido el dolor más fuerte que un hombre puede vivir: ha perdido una hija. Ese dolor oceánico e infinito le ha cambiado la vida. Caminando por entre los senderos de angustia y lágrimas asido de la mano de sus amores: Tatá (su esposa) y José Agustín (su hijo) ha encontrado el mejor modo de sobrellevar el camino que les resta hasta el encuentro para siempre con la Pipi. Hombre riguroso en sus razonamientos, seguro en sus convicciones, muy prolijo expositor, que aporta una muy positiva visión sobre el duelo.

Es hoy uno de los líderes de Renacer una organización que ayuda a vivir mejor a quienes padecen un dolor análogo. Recién regresado de México donde fue con otros padres a aportar las experiencias recogidas en estas tierras y a traer las de los mexicanos sus vivencias nos cuenta un poco de esta experiencia de volver a nacer.

¿Cómo les fue en México?

Es la primera vez que se reunían once grupos que no se conocían entre ellos. Había como 400 ó 500 personas en la reunión esa y ya sabíamos por comentarios de algunos padres que se hace mucha catarsis. Qué significa esto: que van muchos padres se toman media hora para contar con pelos y señales todo lo triste y lo trágico que les ha pasado. Nos han recibido con una calidez increíble, nos han permitido hablar un par de veces y hemos hecho mucho hincapié en que Renacer no es para eso. Porque el problema de los grupos que caen a la catarsis es que la gente que va cuenta sus pesares, el que sigue cuenta lo mismo y así sucesivamente y al cabo de dos horas todo el mundo vuelve a su casa, peor que como había ido y los grupos se terminan desarmando. No tienen evolución posible porque son grupos que están con la mirada puesta en lo que ha pasado que por otro lado no tiene remedio es decir: ya es.

¿Qué aportaron Uds?

Nosotros hemos hecho hincapié que los grupos Renacer son para ver: cómo hacen los padres para seguir viviendo plenamente a pesar de haber perdido un hijo y, que el ir a Renacer es un homenaje de amor a los hijos que no están. Uno va a dar lo mejor de sí a otro que necesita consuelo, apoyo, contención y a la vez necesita tener una esperanza en su vida, porque si siente que su vida se ha terminado, porque está muy mal -como está- y el otro cuenta lo triste que él también está: no hay ninguna salida. Cuando vos empezás a contar lo que te ha pasado y empezás a contar de que podes vivir otra vez de nuevo, una vida normal inclusive: en muchos aspectos ¡mejor! que la que tenías antes. El que llega empieza a preguntarse ¡¿cómo se hace?! ese es otro tema ya. Pero básicamente el grupo tiene que ofrecer una esperanza y al grupo uno, no va para dar depresión, bronca, envidia, todos los sentimientos negativos que te invaden en la época del duelo porque si ese es el homenaje de amor que uno hace de al hijo que ha perdido -dar lo peor que siente- es un mal homenaje, no sirve para nada.

¿Qué es lo que Ud les han dejado a ellos?

Bueno ellos se han reído bastante porque yo les decía que cuando un padre empieza con eso ellos tenían que reprimirlo –en el buen sentido de la palabras- severamente o sea plantearle esto. Si vos venís acá y no te hacés cargo de lo que decís y vos crees que sos el centro del dolor y no te importa lo que le hacés escuchar al otro: estás mal, estás mal encaminado, estás mal ubicado en un lugar que no te corresponde. Si uno va a dar amor lo primero que piensa antes de abrir la boca es qué efecto causa en el otro porque si yo supongo aunque sea lejanamente que voy a causar mal a alguien entonces me abstengo de decir lo que voy a decir. Este es el planteo.

Háblame de lo necesario y lo suficiente

Lo que pasa es que todos los padres empiezan preguntándose –y yo también lo he hecho- y todos lo hacemos ¿por qué? Por qué me pasa esto a mí, por qué a mi hijo, por qué así, ahora etc, etc, por qué si teníamos tantos planes, tantos proyectos. Sin entrar en la parte religiosa: se preguntan por qué Dios me hace esto y por qué, y por qué yo, o qué habré hecho para merecerme esto. Nosotros nos decimos que hay que a la pregunta hay que cambiarla: del por qué, al para qué. El para qué significa qué hago yo, qué decido yo hacer con esto que me ha pasado. Ahí entra lo de necesario y suficiente. Porque cuando acontece un hecho son múltiples los factores que se conjugan en tiempo y espacio. Se presentan juntos en el tiempo y en el espacio para que ese hecho sea posible. La suma de todos estos factores da lo que es suficiente. Ahora cómo funciona la mente humana tenemos conocimiento de algunas cosas -causas necesarias- una causa por sí es necesaria, pero no suficiente. Por darte un ejemplo yo tengo harina, agua, levadura, huevo, cada uno de esos elementos es necesario para que yo haga un biscochuelo pero no es suficiente. Además tengo que agregarle mi voluntad de hacerlo, que haya gas, que tenga fósforos para prender el horno, para hacerlo etc, etc, un montón de otras cosas más. La suma de todo ese montón de cosas me da: el suficiente y, cada uno de esos elementos son necesario pero no suficientes por sí mismos. Entonces cuando vos preguntas por qué te metes en un laberinto porque -el por qué- significa determinar todas las causas que hacen posible que un hecho suceda. Cuando hablamos de lo necesario es qué debo hacer yo ¿si? para modificar mi vida, es otra cosa distinta no estoy inquiriendo sobre las causas estoy apelando a qué voluntad voy a poner yo. Qué actitud asumo lo que me pasa que es otra cosa ¿si? Entonces cuando yo inicio ese camino por supuesto que también no es suficiente que yo quiera, hay que ver si es que puedo, lo que no sabe la gente es que: ¡siempre se puede! Porque hay una dimensión espiritual y una fuerza espiritual que tiene adentro que le permite afrontar cualquier situación. Cualquiera. Si tiene la voluntad si tiene la disposición de eso se trata.

¿Cómo llegan Uds a Renacer y cómo funciona hoy?

Nosotros llegamos de causalidad. Cortamos una película que estábamos viendo por un canal de cable y había un grupo de padres que estaban hablando de la muerte de un hijo, 45 días después que se había ido mi hija. Prestamos atención que había un grupo Renacer que funcionaba en Buenos Aires anotamos un teléfono, nos derivan a Berti que es el fundador de todo el grupo. Cuando hablamos con ellos para irnos a Córdoba nos dice que acá hay un grupo de Tucumán que está con nosotros ahora. Esperen que vuelvan. La Pipi se fue en febrero y nosotros empezamos en mayo, junio en Renacer sin saber ni lo que era. Empezamos juntándonos en un bar tres hombres y una mujer, como una cosa premonitoria, porque acá en Tucumán hay muchos hombres, muchos, muchos hombres cosa que es medio insólita porque en general en los lugares chicos van más mujeres que hombres. Los hombres no van por una cuestión cultural, es que somos macho, como no sufrimos y nos bancamos cualquier cosa. Eso es cosa de mujeres. Todo esto del análisis existencial es cosa de mujeres. Arrancamos así y fuimos aprendiendo en el camino pero sin saber. Por intuición, empezamos tratando de dar. O sea Nosotros que estábamos mal íbamos a recibir a otros padres que llegaban que estaban peor. Quién eran los más beneficiados con eso: nosotros, sin saberlo. Porque cuando vos te olvidas del dolor que tenés para atender a otro te olvidas de vos y te olvidas de tu propio dolor y te pones en el lugar del otro y tratas de ayudarlo al otro y en esa actitud de ayudarlo al otro tu dolor pasa a ser secundario. Entonces nosotros en poco tiempo sin apelar a técnicas de tipo psicológicas sino más bien en una dimensión espiritual que incluye y contiene todo lo psicológico rápidamente en un año estábamos razonablemente bien. Esto no significa que razonablemente bien: un padre que ha perdido un hijo eso ya quedó atrás, fue, se acabó. Yo a la Pipi –han pasado 17 años- y todavía siento mucha nostalgia por ella y mucho amor y mucha ternura. No podría dejarla atrás. Viene conmigo a donde voy. Pero no tengo esa desesperación ese sentirse tan mal como uno se siente al principio y lo puedo decir con tranquilidad sin culpa. La amo a mi hija desde el amor, no desde el dolor.

¿Hay algún momento de la vida que esto deja de ser un dolor insoportable?

Sí, si hay. Es como todo. No se puede decir que es un momento. Es un camino. Es un proceso. Es como la fruta que pasa de flor a fruta madura pasa por muchos estadios intermedios hasta que llega a madurar. Bueno con la gente es lo mismo, con las personas es lo mismo. Con uno pasa así. Pero hay un momento en donde uno reconoce íntimamente que todo lo que te pasa es para tu bien aunque te duela, aunque no te guste, aunque sientas que es injusto pero uno empieza a entender que la vida no es una mamadera de donde uno se prende para sacarle toda la leche tibia que puede sino que es una experiencia en donde uno aprende un montón de cosas y aprende únicamente -lamentablemente- en el momento en que te duele. Cuando estás bien no aprendes nada. Disfrutas simplemente.

¿Cuáles son las cosas que te han mejorado a partir de la partida de la Pipi?

Mira lo que uno tiene que vencer así genéricamente hablando es la resistencia al cambio. Uno tiene que aprender que la vida de uno ha cambiado, que uno debe cambiar, de que las cosas no van a volver a ser como eran antes. A veces por suerte y otras veces por desgracia porque el no ser como eran antes incluye la ausencia de las personas que uno quiere. No hay algo o algunas cosas así puntuales que uno pueda decir hay que sumar esto más esto, más esto, más esto porque sino quizás se podría hacer una receta y acá no hay una receta. Lo que sí hay es una forma distinta de entender la vida, entender las relaciones con las personas que uno quiere. De entender la propia transitoriedad -o sea- saber que uno está circunstancialmente en este mundo. No sé si habrá algo o no habrá algo después pero que me voy a ir de acá sin ninguna duda y aceptarlo buenamente. La aceptación significa poder entender diferente cambiarse de lugar donde uno está. Eso no es fácil.

¿Has pensado que alguna vez ibas a colaborar con alguien llevando este dolor encima?

No, al principio no. Eso he aprendido en Renacer y he aprendido a hacerlo como homenaje de amor a mi hija. El homenaje por el hijo que se ha ido no puede ser desde el llanto de la desesperación porque eso es lo que uno siente al principio y yo al principio creía que el mejor homenaje de amor a mi hija era morirme. La quería tanto a mi hija que se murió. Que el mundo diga se murió, la quería tanto a su hija que se murió. Al hecho de la muerte de mi hija le sumemos la mía y la de mi mujer y la de mi hijo y así sucesivamente en cadena. No es un buen homenaje. Entonces cuando uno siente que el dolor de uno le puede servir a otro, le puede ——digo- porque uno nunca sabe cuándo le sirve y cuándo no. Pero le puede servir a otro. Entonces ese dolor tiene un significado: tiene un para qué. Le sirve a otro que todavía hoy no conozco –mira lo que te digo- y cuando ese otro entra por esa puerta digo: ese es uno de los otros que quizás se alivien en el dolor que yo he pasado. Mi dolor entonces da frutos. No es estéril, no es, porque sí. No es, para nada. No es el Quini 6 de la mala suerte. Está incluido en un entramado que yo no entiendo, pero que existe.

¿Eso es renacer?

Eso es renacer.

Por / Félix Justiniano Mothe

jueves, 1 de julio de 2010

RENACER ROLDAN 1er Aniversario




Nota realizada por el canal 4 Regional de la ciudad de Roldán