lunes, 25 de abril de 2011

Transformar el dolor en amor

En mayo de 1988, perdimos a nuestro hijo Nicolás y entonces vivimos una verdadera conmoción existencial y pasados los momentos iniciales de dolor y tristeza, uno tiene que preguntarse ¿quién soy? y cómo voy a ser después, porque no hay vuelta atrás.

Después de perder un hijo, no somos las mismas personas; entonces esa pregunta ¿quién soy? y ¿quién voy a ser?, se vuelve acuciante si uno no quiere destruirse, pues quedan otros hijos y porque si uno se destruye el mensaje que está dando a la vida es que esos hijos, eventualmente, vinieron al mundo para arruinarnos la vida y ese es un mensaje que nadie quiere dar.

Un hijo representa mucho más que dolor; en realidad representa más, representa amor.

Como institucionalmente no había una respuesta a esa conmoción existencial, empezamos a buscar a otros padres que habían pasado por la misma circunstancia y los invitamos a juntarnos y formar un grupo.

Ellos nos preguntaban ¿qué vamos a hacer? Y nosotros les decíamos, todavía no sabemos, pero una cosa es cierta: no vamos a ser un grupo de llorones, vamos a juntarnos para ver cómo podemos encontrar un sentido, un significado a esto que nos pasó.

Para nosotros la respuesta al problema que se presenta para la recuperación integral de la persona, o sea, la recuperación espiritual, la recuperación emocional, la recuperación afectiva, la recuperación social y a nivel profesional en la actividad que cada uno desarrolle, es estar acompañado con pares en un grupo de ayuda mutua.

Ese es para nosotros el camino.

Nosotros les decimos a todos los papás que quizá no ven en esto el camino para ellos, que por lo menos lo intenten, porque Renacer ofrece un camino positivo, amoroso y que tiene que ver con transformar el dolor, ese dolor tan increíble, transformarlo en amor, porque ¿qué es más fuerte? ¿qué es más fuerte que el dolor? te lo pregunto a ti y me dices el amor…

(Del mensaje de Renacer: En canal 4 de Montevideo año 2006)

jueves, 14 de abril de 2011

El egocentrismo conduce a enfoques psicologistas

Nada hace más egoísta al ser humano que el sufrimiento, así es posible ver que el hombre sufriente, literalmente, se dobla sobre sí mismo llegando, sin esfuerzo alguno, a situaciones de intenso ensimismamiento, dando lugar a la categoría existencial de ser para sí mismo, despojado de toda orientación hacia otro ser, hacia el mundo, hacia la comunidad.

Esta situación de concentración acentuada en sí mismo provocada por el sufrimiento, puede perdurar por períodos de tiempo muy prolongados, y en ocasiones de por vida, dando origen a un sufrimiento de carácter atemporal, durante el cual el ser no sólo es un ser para sí mismo, sino también es un ser que no puede ser de otra manera, un ser desprovisto de toda autotrascendencia.
Este estado induce a enfoques psicologistas por los cuales estarán condicionados de por vida al círculo reducido a los sentimiento y emociones, en un estado en el que se da vuelta continuamente, en círculos sin salida, llevando al lamento continuo que impide el salto hacia la dimensión espiritual del hombre, máxima expresión de su libertad.

Sujeto a condicionamientos, sean estos sociales, biológicos o psicológicos, se está determinado por ellos sin poder librarse, lo que significa, nada más ni nada menos que no es ni puede llegar a ser libre.

El hombre puede ilusionarse y dejar que un velo lo cubra, y creer que no es autotrascendente y hacer como si no lo fuera, hecho éste que lo lleva a la desesperación o angustia existencial, que en el grupo se manifiesta por estados de profunda egocentrismo, durante los cuales los padres sólo ven su propio dolor, fenómeno que hemos llamado como “el cortaplumas cerrado”, que impide toda observación e integración al mundo y el salto hacia la dimensión espiritual del hombre.

En cambio, el sufrimiento correctamente vivido despierta la trascendencia dormida. Según Frankl “el hombre que se levanta por encima de su dolor para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano”.

Un nuevo modo de ser se hace presente: un ser para otro.

Este transitar del ser para sí-mismo a un ser para otro, representa el salto a la trascendencia a través de la salida de sí mismo, que se transforma en una escalera hacia la dimensión espiritual del hombre.

(Del mensaje de Renacer, sobre los peligros que acechan a Renacer: En “Renacer: presente, pasado y futuro”)

lunes, 4 de abril de 2011

Personalismo y moderadores

Si ingresamos a un grupo de ayuda mutua es porque solos no hemos sido capaces de encontrar la solución a nuestro problema. Esto es algo que no puede ser obviado y significa, en otras palabras, que todo lo que hemos hecho hasta entonces no nos ha servido, o no ha sido suficiente para evitar lo que nos ha sucedido, o para sobrellevarlo y, si podemos comprender esto, nos ha de hacer ver que, si no podemos controlar nuestra propia vida, ¡cómo hemos de pretender controlar la de otras personas!, de allí que los grupos sean de pares y se exija una absoluta igualdad existencial entre los integrantes.

El personalismo es tan nocivo porque implica no sólo “des-igualdad”, “des-paridad”, sino también una manera, a veces inconsciente y otras sutil, de ejercer poder sobre otros integrantes.

Sin embargo, sucede que todos los grupos para ser iniciados necesitan personas con empuje, proactivas, que se hagan cargo de tareas iniciales como es buscar un lugar donde funcionar, de visitar los medios de prensa para difundir el lugar y fecha de funcionamiento, y de otras tareas afines y, por lo general, esto les da a algunas personas la sensación de ser irreemplazables en la tarea.

Allí comienza el personalismo que al principio no es objetado, particularmente cuando la mayoría de los integrantes son nuevos, sea por comodidad o porque existe aún poca experiencia con la actividad grupal, pero cuando los miembros comienzan a sentirse un poco mejor y se dan cuenta de la manera en que los grupos están funcionando y de como deberían hacerlo, es allí donde comienzan los problemas

En lo que hace a las personas que eventualmente cumplen con la tarea de moderar una reunión, es evidente que depende de su actitud la bondad del servicio que brindan al grupo. Si desvirtúan su tarea merced al personalismo, en lugar de actuar con una visión de conjunto, quebrantan el factor aglutinante que representa la absoluta horizontalidad. Este problema produce serias fracturas en los grupos y profundo desencanto en muchos de los integrantes.

Lo correcto es que la conducta de los moderadores sea lo suficientemente generosa como para permitir y alentar la participación activa y protagónica de todos los asistentes, lo que facilitará la trascendencia de su sufrimiento y contribuirá a la capacitación necesaria para que todos puedan eventualmente moderar las reuniones de la mejor manera posible, dado que la ayuda mutua no es un regalo sino un préstamo que debe ser devuelto a quienes inicien el camino del sufrimiento más adelante.

El personalismo es un problema más fácil de resolver cuando se lo previene, puesto que cuando ya ha aparecido y se manifiesta con intensidad, tarde o temprano, suele llevar a la división y, en casos extremos, a la disolución del grupo.

A veces puede haber personalismos que pretenden justificarse en la bondad de la tarea realizada, argumentando su necesidad en que otras personas no colaboran o no “tienen capacidad” para llevar adelante el grupo, y que su accionar, si bien autoritario, lo intentan justificar por la abnegada tarea que llevan a cabo.

(Del mensaje de Renacer, sobre los peligros que acechan a Renacer: En “Sobre relaciones interpersonales en los grupos”)