martes, 23 de marzo de 2010

La experiencia compartida (autor anónimo)

El viajero tenía sed. Había andado mucho y el sol golpeaba despiadadamente al mediodía. Era joven, resistente y lleno de entusiasmo. Quería ver el mundo y se había lanzado a los caminos para recorrerlo. Ahora, tenía sed.
A un costado del camino vio un pozo y corrió hacia él. Se apoyó en el brocal semiderruido y se inclinó demasiado. El brocal cedió y el viajero cayó al pozo. Había arena en el fondo y sólo tuvo que soportar un buen porrazo sin mayores consecuencias. Miró el círculo de luz muy blanca formado por la boca del pozo seco. Tenía sed, hacia calor y estaba en el fondo del pozo sin saber como salir.
Las paredes eran lisas y húmedas y a simple vista no se veía en ellas salientes o depresiones donde afirmarse para intentar escalarlas hasta la boca. El viajero no hizo un examen muy detenido de su situación ni de sus posibilidades. Sólo sabía que tenía sed y que la boca del pozo no estaba a su alcance. Gritó pidiendo auxilio. Cuando ya desesperaba de que alguien lo oyera, en el borde del pozo apareció una cabeza.
-Por favor, sáqueme de aquí, pidió a gritos el viajero.
-No se como hacerlo, dijo el desconocido asomado al borde. Sería necesaria una cuerda y no la tengo. Tendría que retroceder varios kilómetros para procurarla y no tengo tiempo, concluyó.
El viajero no podía creer lo que oía.
-No puede usted, dejarme aquí, dijo con desesperación. Me moriré de sed.
-Lo lamento, dijo el de arriba. No puedo perder tiempo. Tengo cosas importante que hacer. espere un poco, tenga un poco de paciencia ya vendrá alguien que lo ayudará a salir. Adiós y suerte.
La cabeza desapareció del borde del brocal. El viajero, terriblemente asustado, siguió dando voces en demanda de auxilio.
Y varias veces se repitió la misma escena. Personas que se detenían y que, sin medios para ayudarlos y sin tiempo para procurarlos, concluían alejándose y abandonándolo a su situación.
El viajero pensó que su suerte estaba echada. Nunca podría salir de allí. Nadie lo ayudaría. Se echó en un rincón y permaneció así mucho tiempo, sin saber que hacer. Lo invadió una sensación de absoluta impotencia y soledad. Se sintió agraviado y odió a quienes habían continuado la marcha indiferentes a su desgracia.
Se echó junto al muro, hundió su cabeza entre las manos y se quedó así largo rato. De repente, tuvo un acceso de ira y gritó a todo pulmón.
Una cabeza apareció en el borde del pozo.
-Por favor sáqueme de aquí. No se como salir, dijo el viajero.
-Yo no puedo sacarlo. Sólo puedo guiarlo para que salga, respondió el desconocido asomado al borde.
-Pero no veo cómo podré salir de aquí por mis propios medios, clamó el viajero.
-Siga usted mis instrucciones y ya verá, dijo el desconocido. En primer lugar – agregó – ubíquese en el centro del pozo, exactamente de frente a donde vea aparecer mi cabeza en el borde. Luego recorra con su mano la pared hasta encontrar, a una altura de unos dos metros, una saliente difícil de ver a simple vista. A partir de ella, hasta la boca del pozo, hay una sucesión de salientes que están separadas por unos treinta centímetros una de otra.
Efectivamente, el viajero siguió las instrucciones del desconocido y halló la primera saliente, que no había notado antes en la semioscuridad, atemperada ahora por el sol del mediodía.
-La hallé, gritó jubiloso.
-Bien, ahora apoye usted su espalda en el muro frente a la saliente y sus piernas en el muro de enfrente de usted y trate de ir escalando.
Una vez que alcance la primera saliente todo será más fácil.
Desde arriba, el desconocido lo alentaba. Había llegado hasta la mitad del recorrido cuando la última saliente, repentinamente cedió. Su precaria postura se desbarató. Se sintió caer nuevamente, pero por fortuna alcanzó el fondo de pié.
El desconocido le dijo, con voz serena:
-Manténgase tranquilo. La próxima vez lo logrará.
Si está agotado, descanse, y luego, inténtelo nuevamente.
El viajero no supo porque, pero la voz del desconocido lo tranquilizó y su frustración por la caída no fue tanta. Descansó un momento y volvió a intentar. Esta vez pudo llegar al borde del pozo y salir nuevamente a la luz del día. Se sintió contento. Lo había logrado.
Agradeció al desconocido que le dio de beber de su bota. Luego, mientras compartían un almuerzo frugal, el viajero decidió averiguar - en verdad era algo que lo intrigaba mucho – como su salvador conocía tan bien la configuración del pozo.
Se lo pregunto y obtuvo esta respuesta.
-He podido ayudarlo porque una vez, yo también caí dentro de ese pozo. Y también fui presa de la soledad, el miedo y la impotencia. Grité y muchos llegaron atraídos por mis voces, pero nadie pudo o quiso ayudarme, bien porque no tenían medios o bien porque no podían procurarlos, a riesgo de comprometer sus propios negocios, volviendo sobre sus pasos para buscarlos. Fui victima del desaliento y la ira. Maldije mi suerte y el egoísmo de quienes siguieron sus caminos indiferentes o no quisieron comprometer sus intereses para auxiliarme.
Pero dentro del pozo, tuve tiempo para todo. También para apaciguarme y buscar con serenidad un modo de salir. Así encontré la primera saliente, busqué una forma de aprovechar mejor mis fuerzas para alcanzarla. Yo también debí esperar que el sol perpendicular al brocal del mediodía, iluminara suficientemente el interior del pozo y me permitiera observar el muro minuciosamente.
Hay distintos momentos.
En algunos se ve con claridad mayor que otros, no siempre hay luz.
Y cuando llega hay que aprovecharla. Así pude descubrir que a la primera saliente sucedía otra, en consecuencia, hasta el brocal. Intenté a llegar a ellas de un modo directo, a los saltos, de nada me sirvió.
Una vez más, tuve que serenarme y meditar. Caí en la cuenta de que debía encontrar una forma de aprovechar del mejor modo posible mis fuerzas.
-Así comprendí que al apoyar mi espalda en un lado del pozo y mis pies en el otro, poco a poco, podría empujar hasta alcanzar la primera saliente y luego otra y otra hasta la salida. Y no me caí solo una vez, sino varias en el intento. Pero, finalmente lo conseguí.
-Fantástico – exclamó el viajero – que haya podido dominar sin ayuda el pánico idear un método y aplicarlo hasta poder salir.
El desconocido sonrió con cierta picardía: “el truco consiste, justamente, en que no lo hice sólo. Alguien me guió. Alguien que como usted y como yo, había caído al pozo antes que nosotros. El compartió su experiencia conmigo y yo con usted. Y quien sabe si alguna vez otro caiga en ese mismo pozo y a usted le toque compartir su experiencia con él y facilitarle las cosas para que, con su ayuda y el esfuerzo propio consiga, apoyándose en las salientes del muro salir de su prisión”.

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