Una mamá me decía: “no hay mal que no pueda empeorar”. Y una vez escuché una frase parecida, que es: “más vale perder que mal perder”.
A veces el destino nos puede golpear otra vez y desde luego que en ese caso, empeoraría. Cuando esa mamá me dijo esto, entendí que nosotros somos los que tenemos que tratar de que el mal no empeore, porque nuestras conductas pueden hacer que el mal empeore. Si yo desatiendo mis hijos vivos porque estoy en la sacralización del hijo muerto, estoy empeorando las cosas. Si me distancio de mi pareja, empeoro las cosas. El mal empeora por mi culpa.
Ustedes tienen que evitar que el mal empeore con actitudes. Una reunión como ésta, es una reunión que tiene que apuntar a la vida y no a la muerte.
Yo puedo decir: “qué lástima que en vida de Martín yo no le di dos o tres besos más o no lo abracé; o, a lo mejor, no le dije con todas las letras que lo quería”, o “alguna vez le negué algo”. Yo reflexiono con estas cosas y me disculpo con Martín. Me disculpo con él. Pero también lo disculpo a él conmigo, porque algunas veces yo también quise que él estuviera conmigo y no estuvo.
Martín y yo creamos una relación imperfecta. Con ustedes pasó lo mismo. ¿Por qué? Porque no somos perfectos. Las culpas, que a veces nos pueden molestar, en realidad, son errores en el camino de aprendizaje. Estamos aprendiendo, y nos equivocamos. Con Martín tuvimos una relación amorosa; hermosa relación, pero imperfecta.
Está bueno aprender a disculpar a nuestros hijos y a disculparnos nosotros.
Entre las tantas cosas que un hijo muerto nos enseña, cuando digo: “¿por qué no le di algunos besos más?, ¿por qué postergué? La postergación es una conducta peligrosa en la vida, porque lo que postergué con Martín no lo puedo reponer, pero si estoy postergando con mis hijos vivos, con mi pareja, con mi familia y amigos, con ellos sí puedo resolverlo.
Entonces, evitemos la postergación y dediquémonos también a querer a nuestros vínculos vivos y digámosles todo lo que sentimos por ellos. No posterguemos.
Cuando nos acordamos del hijo muerto es como que Martín dijera: “Ahora, viejo, no postergues con Carlos o Valeria. No postergues”.
Les insisto: ésta es una reunión que apunta a la vida. No dejen de querer a los vínculos vivos. Ningún hijo muerto les está diciendo que dejen de querer a sus hijos vivos.
Algunos papás creen que ostentar el sufrimiento es un signo de lealtad y fidelidad al hijo muerto. Pero es al revés. La carta que el hijo nos escribiría es totalmente distinta. En ella nos diría: “subite a la vida”, como él lo estaba. “No te olvides de mí, pero tampoco te olvides de querer a los vivos”. “Viví”. “Tené un proyecto de vida”.
Nuestro hijo sabe que está dentro de nosotros.
A las mamás que escribieron la carta, les ayudó a modificar su duelo, a hacer un duelo menos sufriente.
No es necesario que nos autoflagelemos. ¿Para qué? Si el sufrimiento ya está instalado.
El duelo está lleno de primeras veces y es un camino empedrado, con subidas y bajadas. El duelo no termina. En mi caso, en octubre harán 18 años que murió Martín y yo estoy de duelo. El duelo es un sentimiento permanente y tenemos que tratar de evitar que sea un sufrimiento permanente. Martín no querría que yo sufriera permanentemente.
Yo estuve en Renacer el tiempo que corresponde a mi tiempo interno de duelo.
En el pasado están los recuerdos, en el futuro está la esperanza. El presente lo tenemos que construir nosotros. No podemos construir un presente sin el pasado y sin el futuro. Viajemos con esperanza, viajemos con ellos.
La muerte no es ausencia; es una presencia distinta. Uno debe ponerse en un lugar y relacionarse con él.
(A una mamá):
Esto de la carta sería interesante si la pudieras escribir.
Yo dialogo mucho con mi hijo. Dialogo con él cuando tengo alguna duda; cuando no sé si hacer o no hacer algo. Es como si yo le consultara qué hacer.
Alguna mamá me dice: “Pero yo no puedo saber lo que me va a decir”. Pero sí, lo tenés que saber. Porque si no lo sabés, no lo conocías a tu hijo. Y dudo que no conocieras a tu hijo.
Yo dialogo con Martín, le pregunto.
Utilizá estos ejercicios. Tu hijo es capaz de dibujarte una sonrisa en la cara.
Tenemos que darnos permisos. Es muy importante darnos permisos. El duelo como respuesta consiste en darnos permisos para subirnos otra vez a la vida sin culpas, porque eso es lo que nuestro hijo hubiese querido.
En el duelo pasamos horas de tristeza, horas de rabia y horas de serenidad.
Apoyémonos en los momentos felices compartidos, en expectativas felices –para los papás que perdieron bebés o embarazos–, apoyémonos en eso.
Jospeh Conrad dice: “la memoria del corazón atesora los buenos recuerdos y desgasta los malos, como una manera de sobrevivir”.
No podríamos vivir si atesoramos sólo los malos momentos.
El tiempo es neutral; no pone ni quita. Es lo que vos hagas en el tiempo lo que va a determinar tu avance. Pero con el tiempo me di cuenta de que el tiempo también hace lo suyo. Porque no es lo mismo que haya pasado un día a que hayan pasado 10 años.
Uno desgasta los malos recuerdos y atesora los buenos.
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