lunes, 5 de enero de 2009

Del libro "Muertes inesperadas"

La ley psicológica es que cuanto más apego más dependencia, y más posibilidad de ser dominados, ante la muerte inesperada de un ser amado, por la orfandad y el vacío.

El apego es estancamiento, quedar detenido en el proceso de la evolución de la vida. Es truncar las potencialidades que viven dentro de cada quien, dispuestas a realizarse. Es vivir una vida inauténtica en función de lo que el otro anhela o imagino que hubiera querido. Es justificar con el "rebusque" de la pena o el recuerdo de "quien murió" el no seguir avanzando por los senderos que debo recorrer.

No hay nada mejor para curar el apego que el amor. El amor que no es sólo una palabra, sino la aceptación de que el otro no es mío, que sólo en libertad existe el amor y que debo aprender a dejar partir tanto como a no permanecer mirando la partida. El amor es, no se inventa, es una disposición no un impedimento. Es una fuente que mana agua que fluye no porque tenga adónde ir sino porque no puede hacer más que fluir.

En suma, el apego se cura con amor y amor es aceptar al otro tal como es, haga lo que haga, aun morirse sin "avisarme".

Juan caminaba por una calle de un modo lento. A su lado un discípulo le preguntaba cómo liberarse del apego. Juan pensaba en una respuesta adecuada para su discípulo y le preguntó: "Dime, ¿adónde vas?". El discípulo le respondió: "Te sigo, Maestro".

-Bien -dijo Juan-, es hora de que cada cual viaje solo. Porque sólo el que pueda independizarse de las personas sabrá amarlas como son. La soledad es necesaria para comprender. El vacío hace que tengamos miedo de perder a las personas que amamos y es entonces que las perdemos y nos perdemos. Si alguien muere de pronto, no estamos preparados porque el apego es grande. Es la oportunidad de sanar el apego y tener gratitud hacia quien fue capaz de morir para ayudar a enseñarnos esta lección.

"Es peligroso vivir de la memoria, del pasado.

Sólo el presente está vivo. Es el ahora lo que importa, porque ahora es la vida, ahora es todo posible, ahora es la realidad."

ANTHONY DE MELLO

Luego del desgarrón y el desapego, comienza la tarea de decir adiós de un modo sostenido y comprender que se puede seguir recordando a quien ha muerto de forma inesperada, aun después de habernos despedido de él para siempre.

Decir adiós no significa olvidar, sino cortar las amarras que nos ataban, que no deberían haber existido, pero que a veces, ni sabíamos que estaban y que sólo las descubrimos cuando el otro murió.

De modo que hay que enfrentarse, para deshacerlas, con una programación psicológica que iguala el adiós al olvido, tan fuerte como la que asimila apego a amor.

Romper estas amarras implica, en principio, aprender a vivir el presente, ya que es el único tiempo vivo que tenemos. Dejar de lado el huir hacia el futuro o el escapar hacia el pasado.

Para lograrlo se necesita dar tres pasos:

. * conocer lo sucedido (enfrentar el pasado tal como fue y no como quisiéramos que hubiese sido), pero no con una actitud intelectual sino humana de buscar respuestas;

. * perdonar y perdonarse, ya que no hay nada que perdonar, y

. * asimilar el sentido de experiencia vivida.

Todo esto implica aceptar el desapego como guía de nuestros afectos y la mortalidad como un tránsito.


Envía Pipina Tavarone


(material extraido del Boletín electronico de los Grupos Renacer)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario o tu testimonio