lunes, 12 de enero de 2009

CUANDO UN HIJO MUERE. Logoterapia y Ayuda Mutua en el Proceso de duelo. Experiencia de los Grupos Renacer ( parte 2)

Frankl nos dice, más adelante, que cuando el hombre se rinde y es incapaz de ver el futuro, vive de pensamientos retrospectivos (10). El pasado atenúa el horror del presente haciéndolo aparecer menos real. Y así ocurre con nosotros cuando tratamos de vivir en el pasado donde aún estaba nuestro hijo en su presencia física. Hemos visto repetidamente que esta faceta del duelo puede no ser trascendida jamás, haciéndose así evidente la cualidad atemporal del dolor cuando no existe ayuda adecuada; esto es lo que los analistas existenciales han denominado sufrimiento anancástico. Este aspecto es de una gran importancia práctica puesto que una de las cosas que más alteran a los padres que inician este largo camino es la incapacidad para alejar de su pensamiento la manera en que su hijo ha fallecido, es decir el momento y la forma del accidente, asesinato, suicidio o, en caso de enfermedad, los sufrimientos padecidos. Estos pensamientos se transforman, para muchos padres, en verdadera tortura por su continuidad temporal y la imposibilidad de su alejamiento o reemplazo por otros pensamientos. En nuestra experiencia, este problema sólo puede resolverse mediante un abordaje prospectivo, es decir orientado hacia el futuro, en otras palabras, es necesario que los padres asuman compromisos existenciales con orientación al futuro. No alcanza con comprender este hecho, es necesaria la acción. Para aclarar este punto que es, insistimos, de vital importancia en el comienzo de duelo, debemos detenernos por un instante en algunos conceptos heideggerianos sobre el ser-en-el-mundo y la temporalidad.

Entendemos por mundo la estructura de relaciones significativas en la cual la persona existe y participa en su diseño. Estar consciente del mundo propio implica al mismo tiempo estar diseñándolo. Este mundo incluye los eventos pasados que condicionan nuestra existencia y todo aquello que nos determina. Pero son estos eventos en la manera en que soy consciente de ellos, que los llevo, que los moldeo y los voy formando en cada minuto de mi existencia. El mundo no se limita a los eventos determinantes del pasado, sino que incluye las posibilidades que se abren ante nosotros, es decir aquello que yace en nuestro futuro y espera ser realizado por nosotros. Es esta apertura del mundo lo que distingue el mundo humano del mundo cerrado de los animales y las plantas.

En el pensamiento occidental ha predominado la tendencia a pensarnos como seres espaciales, a pensarnos, desde Descartes, como res extensa, como cosas u objetos materiales “frente a los ojos”, cuando en realidad somos seres temporales, y esta temporalidad nos marca el hecho que somos seres proyectantes, siempre orientados, proyectados hacia algo que no somos nosotros mismos. Ahora bien, si perdemos la proyección, si desaparece la orientación hacia las posibilidades latentes en el futuro, entonces sólo queda morar en nuestra temporalidad ya pasada (el mundo de los recuerdos), o en nuestra espacialidad presente, actual y experimentarnos entonces como res extensa. Desde una perspectiva ontológica esto implica una transformación existencial de un ser-ahí a un ser-así, fijo, sin posibilidad de cambio. Esta falta de futuro, de deseo de futuro, de deseo de proyección, esta an-orexis, esta falta de deseo existencial-temporal nos convierte en seres primariamente espaciales, extensos, biológicos. La persona, al reducirse temporo-existencialmente se agranda corporalmente, se espacializa, de aquí la prominencia de los síntomas somáticos al comienzo de un duelo.

Para Heidegger son los sentimientos los que abren al hombre el mundo y a sí mismo y así también abren lo vivido que permanece para siempre en el mundo de nuestro pasado como lo ya realizado, lo eternizado en la realidad más indestructible. Estamos hablando de un pasado que es accesible, es decir, al que se puede acceder, que contiene valores realizados, que es teñido por el sentimiento o la emoción que lo evoca y que es influenciado por las decisiones que se toman y los proyectos que se tienen y que, a su vez, tiene influencia en la producción de los estados de animo o temple.

En la situación que nos atañe, si existe como proyecto de vida el ayudar a otro padre que ha perdido un hijo, es necesario que del pasado se rescate sólo el hecho neutro, el fenómeno, que el ayudador también ha perdido un hijo, pero no se puede dotar a ese hecho, no se puedo vestirlo, con emociones y sentimientos negativos, dolorosos, puesto que si se procede de esta manera es evidente que no se estará en condición de ayudar a esa persona. Si, por otra parte, no existe proyecto alguno, entonces se vivirá en el pasado y rescatará continuamente el hecho en si, pero esta vez vestido con todas las emociones que a él corresponden y propias de un mundo cerrado, sin horizontes, sin proyectos, sin nada por lo que valga la pena seguir viviendo, por lo que es de esperar que se priorice el rescate de aquello más doloroso, aquello que más sufrimiento ha originado y que, además, se vuelva una y otra vez, en un eterno movimiento circular, a aquello que tanto nos ha marcado; lo que muestra la manera peculiar de manifestarse en oleadas de la hiperreflexión.

Por otra parte, en la medida en que el pasado no es el ahora que fue, sino que es la dimensión en la que queda guardado todo lo realizado por el hombre, el granero del que habla Frankl, es, a la vez, el reservorio de donde ese hombre puede seleccionar y rescatar todo aquello que sea útil a sus proyectos, todo aquello que sea de valor, todo lo que ayude a ese hombre a encontrar sentido. Dicho en otras palabras, lo que el hombre aspira a ser determina, en gran medida, lo que rescata de su pasado, de su ha-sido. En este sentido podemos decir que es el futuro el que determina el presente del pasado.

Tomemos ahora como ejemplo el recuerdo de un ser querido que ha muerto y nuestras maneras de recordarlo. Cuando lo recordamos, no lo percibimos como realidad frente a nosotros sino como recuerdo (realidad inmanente) Esta distinción no hace a la persona percibida en su con¬tenido fáctico, sino al modo en que se lo capta. Las maneras de darse del ser captado en la rememoración son diversas: ser imaginado, deseado, amado, pensado. Todo esto se lleva a cabo en una actitud fenomenológica. Si ahora, con una actitud natural, empírica, recordamos nuevamente a ese ser querido, lo hacemos de otras maneras, también diversas pero naturales (psicológicas): dolor, pena, angustia, bronca, ira, etc. (11). Esta manera de ver nuestra existencia en situación de duelo, es decir con la capacidad de desapego suficiente como para poder discernir que todas estas maneras de rememorar son reales y posibles de ser realizadas, nos ha de permitir elegir un modo de recordar más suave, más dulce, más amoroso.

El anclaje existencial en el pasado, que afecta a tantos padres sufrientes se expresa también por una incapacidad para tomar decisiones, para cambiar, justificada por muchos padres al decir que no pueden cambiar puesto que “ellos son así”, haciendo gala de lo que se ha llamado fatalismo neurótico. Aquí es importante analizar los conceptos de Jaspers sobre la historicidad del hombre. De acuerdo a Jaspers el ser no puede ser comprehendido sino en su historicidad, en un determinado modo, dado que para él el ser es como un horizonte en el cual todo se ve nítido, pero cuando creemos haberlo alcanzado nos damos cuenta que delante de nosotros hay un nuevo horizonte. Podemos entonces decir que el hombre que puede ser dicho, comprehendido, no es el hombre verdadero. Cada hombre es inagotable; por eso al examinarlo, queda reducido(12). Mucho tiempo antes que Jaspers, Lao Tse ha señalado que el Tao que puede hablarse no es el Tao eterno (13).

Esto tiene su importancia, como hemos mencionado, en la medida en que nos brinda una alternativa para resolver el problema de lo que hemos llamado “fatalismo neurótico” en el duelo. Si nos remitimos a lo analizado previamente, ahora le podemos hacer ver a esos seres sufrientes que es ese momento de su persona que es así, y que de él depende que sea sólo un momento histórico, un horizonte al que se ha llegado, para de nuevo emprender un camino, solo que esta vez puede ser un camino nuevo, diferente, un camino mejor, un camino que lo aleje del ser-así para conducirlo nuevamente a una manera de ser-ahí.

¿De qué manera puede un grupo de ayuda mutua auxiliar más adecuadamente a esa persona para llegar a un nuevo ser histórico? ¿Haciéndole reflexionar y analizar continuamente las dificultades que este momento de su persona le plantean? ¿O abriéndole su horizonte de libertades —posibilidades— y ayudándole de ésta manera a encontrar su nuevo momento histórico, su nueva manera de ser, en ese, su nuevo camino, sólo que esta vez acompañado y ayudado por sus compañeros de destino? Parece evidente que al hombre que tiene que hacer su viaje por la vida con un platillo de la balanza sobrecargado por las realidades que el destino, ya sea biológico, psicológico o circunstancial le ha deparado, la mejor forma de ayudarlo no es alivianar el platillo de su destino —hecho de por sí imposible de llevar a cabo—, sino cargando el platillo de sus posibilidades —que esperan ser realizadas— más que el del destino. Es sabido que para apuntalar un arco o una bóveda es necesario aplicarle peso encima, y con el hombre pareciera ser igual.

Retornando al paralelismo entre los padres sufrientes y los prisioneros del campo de concentración, podemos ver que, confrontados con la pérdida de un hijo, algunos padres se sienten prisioneros de campos de concentración, pero no de guerra, sino del destino, el que aparece no sólo como un cruel guerrero sino también como el regidor de sus vidas.

También muchos puntos en común con la Logoterapia se hicieron evidentes, particularmente el hecho que pone el acento en la vida desde este momento en adelante, preocupándose no por los de dónde y los por qué sino por los para qué y trabajando con los aspectos más fuertes de nosotros mismos, haciéndonos ver que no somos víctimas indefensas del destino. Como dice Elisabeth Lukas, nuestra lucha con el destino no es tan desigual como parece. Él nos interroga —para algunos las preguntas pueden ser más complejas (el suicidio de un hijo, la pérdida de un único hijo, la pérdida de todos los hijos)—, pero nos da a todos igual oportunidad de responder, como tan bellamente lo dijera Rilke al comienzo de su Libro de Horas:

"la hora gravita y me invade
con su nota metálica y clara.
Tiemblo, y siento que puedo,
son mías las formas del día",

y si elegimos responder a través de los valores de actitud lo hacemos de la manera más digna y elevada que el hombre puede elegir. Pues estos valores que emanan del hombre mismo, no están dirigidos a él —aunque eventualmente retornen a su origen—sino a los demás, a la vida misma, a Dios, y representan el máximo grado de responsabilidad individual ante la vida.

Se hace necesario, en este momento, una breve digresión sobre el destino, tema este de profundos planteamientos existenciales por parte de los padres, planteamiento que en algunos nunca puede ser superado, con todo lo que ello significa en un proceso de duelo. Las situaciones límites extremas, de las que la muerte de un hijo es la más severa, presentan al hombre la oportunidad de lograr la pérdida de la angustia ante la posibilidad de tener que “elegir”, puesto que ya todo ha sido elegido por él. Según Kierkegaard, el ansia o la angustia en el hombre se debe a la necesidad o la obligación de tener que decidir. Siguiendo esta línea de pensamiento podemos decir que aquello que sucede en la existencia a partir de un destino que no puede ser cambiado, presenta en sí una enorme capacidad redentora, pudiendo transformarse en una experiencia liberadora. Esto no es una mera especulación teórica puesto que en los grupos de ayuda mutua para padres que han perdido hijos, muchos de ellos manifiestan haber perdido el miedo ante la incertidumbre a partir de su pérdida. En esos casos es muy común escuchar: “¿Qué más puede pasarme ya? ¿Qué me queda por perder? ¿Qué miedo puedo tener ante lo que vendrá?”

El sufrimiento, el sufrimiento intenso, ese sufrimiento que lleva implícito en él la capacidad de aniquilar al hombre, así como la de elevarlo, presenta la característica de poder conducirlo por un camino existencial peculiar por su bidireccionalidad, puesto que puede hacer que seres humanos retrocedan a la categoría de entes al dejarse vencer por un sufrimiento al que no han sabido encontrarle un sentido, pero también puede hacer que otros seres al haber perdido la angustia merced a una decisión que ya ha sido tomada por el destino, y usando esa libertad plenamente, lleguen a adquirir una experiencia del ser tan intensa, tan profunda, que los lleve a un estado de iluminación, de gracia, de profunda paz interior, de plenitud existencial.

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