martes, 27 de enero de 2009

Cambiando el ¿por qué? por el ¿para qué? se abren nuevos caminos.

 Alicia y Gustavo Berti - Encuentro en Renacer Congreso (2006) 

Cuando comenzamos con el grupo, nosotros dejamos afuera muy rápido una pregunta ¿Por qué?
Esa pregunta no tiene respuesta, mejor dicho esa pregunta no tiene respuesta de este lado de la vida y del otro lado de la vida no tendrá razón de ser, pues si hay otro lado, y nos encontramos con nuestros hijos, no les vamos a preguntar ¿por qué?, nos fundiremos en un abrazo y no va a haber necesidad de preguntar ¿por qué?
Entonces, la pregunta ¿Por qué? la dejamos de lado y pusimos al frente nuestro otra pregunta: ¿para qué?
La pregunta ¿para qué?, nos obligó a pensar en una categoría de cosas muy particular, nos obligó a pensar en lo mejor y en lo peor, nos obligó a pensar en lo bueno y en lo malo y esa categoría no pertenece a lo que se llama la “causalidad”, sino que pertenece a lo que se llama la categoría de “lo moral” o de lo “ético”, pues cuando entramos a hablar de lo bueno y de lo malo, entramos a movernos en la categoría de lo ético y de lo moral, eso se ve palpablemente en la tarea de los grupos Renacer.
Les voy a plantear un ejemplo que lo he planteado muchas veces, pero me sigue pareciendo válido.
Nosotros en nuestra familia somos tres hermanos varones, hay un hermano muerto, desaparecido en el proceso militar, quedamos cinco hermanos, tres varones y dos mujeres, y un día los varones decidimos salir un sábado a la mañana a hacer una obra de bien.
Nos dirigimos a la plaza del centro y en la primera esquina hay tres personas que están pidiendo una ayuda, entonces cada uno de nosotros sacamos del bolsillo unas monedas y se las damos y los tres hicimos así una obra de bien; en la esquina siguiente hay tres ciegos, entonces cada uno de nosotros tomamos un ciego de la mano y lo ayudamos a cruzar la calle y hemos hecho una buena obra; en la tercera esquina nos encontramos con una persona que está llorando y nos acercamos a ver que le pasa y la persona nos dice: “lloro porque he perdido un hijo”; ahí ninguno de mis hermanos puede hacer algo, ellos no han perdido hijos, ellos siguen de largo y ahí me quedo yo con esa persona y me tengo que responder a una interrogante: ¿si no lo hago yo, quién lo hará? y luego: ¿si no lo hago ahora, cuando lo haré? y finalmente, si lo hago, sólo por mí, entones, ¿qué soy yo?
Son preguntas que sólo yo las puedo contestar y tengo que decidir si lo hago o no lo hago; si no lo hago, no soy una buena persona y si lo hago en ese momento he hecho una buena acción.
Yo he perdido un hijo y de pronto estoy planteándome un dilema moral, ¿debo o no debo ayudar a otra persona?
Lo que me planteo no es el antes y el después, no me planteo si antes era más feliz o si después soy infeliz, no me planteo si antes no lo extrañaba y ahora lo extraño, ahora la pregunta está orientada a los demás: si debo o no debo hacer algo por otra persona.
¿Por qué se produjo ese cambio? Simplemente porque cambiamos la pregunta; porque salimos del antes y el después, para entrar en lo mejor y lo peor, es decir, cuando nos preguntamos el ¿para qué? estamos planteándonos los temas de lo mejor y de lo peor y cuando nos movemos en el antes y en el después, estamos centrados únicamente en el propio dolor.
Por eso les decía que no me preocupa lo que termina, yo sé lo que terminó cuando se fue Nicolás, lo que yo quería saber y he descubierto, es lo que empieza después.
Durante estos 18 años hemos estado recorriendo muchos lugares invitando a los padres a que piensen en lo que viene después, no en lo que ya pasó, porque eso no se puede cambiar.
Que piensen en los maravillosos caminos que pueden abrirse a partir de ese momento y que nosotros, como muchos de los padres que están aquí presentes hemos transitado. Ese camino luminoso, ese camino que siempre Moñi (Alicia) lo dice con palabras más lindas que yo.

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