viernes, 28 de noviembre de 2008

Desprenderse de la angustia

Del libro “En la tristeza pervive el amor” de Elisabeth Lukas .
Hay impedimentos que alteran un «trabajo del duelo» saludable. En la mayoría de los casos, no tienen nada que ver con el motivo mismo del duelo, sino con la predisposición del doliente.
Un ejemplo clásico es el de la predisposición angustiosa («nerviosa») que, en términos científicos, se expresa mediante una «repercusión desproporcionada del organismo frente a los estímulos, combinada con interpretaciones espontáneas irreales». Dicho de modo más sencillo, el problema reside en el hecho de que el afectado reacciona de manera extremadamente sensible (incluyendo reacciones corporales como temblores, sudoración, diarrea, etc.) a cosas insignificantes y teme automáticamente una amenaza, tal como se ilustra en los siguientes ejemplos.
Un padre oye que sus hijos quieren encender una hoguera en el parque y piensa inmediatamente en un incendio catastrófico. Entonces, en vez de averiguar si el sitio donde se va hacer la fogata ofrece garantías de seguridad, prohíbe terminantemente el plan de los niños. En un segundo caso, un conductor tiene que frenar en seco porque el remolque de un camión se sale de su carril delante de él, hecho que lo deja durante horas sumido en un estado de shock y, en lugar de alegrarse porque la carrocería de su coche no ha sufrido daños, el conductor no deja de cavilar sobre el horrible accidente del que se ha librado. Finalmente, tenemos a un hombre que adolece de espasmos, viéndose mermada así su capacidad para articular claramente sus palabras. Cuando va a pedir información a un funcionario, éste lo toma por un borracho, y aunque le pide disculpas tras escuchar sus explicaciones, esta persona se mortifica durante días a causa de los malvados congéneres que lo quieren humillar continuamente.


Como vemos, la predisposición angustiosa genera una reacción negativa inmediata y automática frente a diversos acontecimientos más o menos inofensivos, interpretándolos, apenas se han producido, como sumamente graves desde el punto de vista psíquico y amenazadores del propio yo. Aquí participan en la misma medida procesos sensibles y procesos mentales: el individuo angustiado dramatiza y presupone lo malo, hecho que aumenta todavía más su angustia.

Como contra ejemplo tenemos el de una mujer que sufrió una agresión en un sendero forestal. Estaba caminando cuando, de repente, oyó unos pasos que se precipitaban tras ella y, antes de que pudiera girarse, un hombre rodeó su cintura con su robusto brazo. Su reacción inmediata fue pensar quién de entre su círculo de amistades se permitía tal licencia con ella. «¿Tengo que adivinar quién eres?», gritó mientras procuraba girarse. El hombre no respondió e intentó arrastrarla hacia unos matorrales. Entonces, la mujer se dio cuenta de la situación y sacudió las piernas con tal fuerza que el malhechor tuvo que renunciar a sus intenciones y huyó.

Es comprensible que la vida ponga dificultades a aquellas personas cuya reacción inmediata —que no pueden controlar voluntariamente— ante cualquier situación esté cargada de angustia. Sin embargo, estas personas pueden ejercitarse para enderezar su ofuscada visión del mundo haciendo una comprobación de veracidad. Procediendo de esta manera, el padre angustiado puede inculcarse mentalmente el siguiente punto de partida: «Los niños siempre han hecho hogueras en el parque, se han sentado en torno a ellas, han cantado y han pasado una velada divertida. La probabilidad de que esta vez tampoco ocurra nada es alta». El conductor en estado de shock puede adoptar un punto de partida más razonable: «Llevo ocho años conduciendo sin sufrir un solo accidente y acabo de comprobar que puedo dominar con éxito situaciones críticas. Además, mi ángel de la guarda me protege…». Finalmente, el hombre que padece espasmos puede reducir su enfado: «Mi habla defectuosa se confunde realmente con la de un borracho. ¡Al fin y al cabo, no llevo ningún letrero con mí diagnóstico patológico colgando del cuello y mis congéneres no son adivinos! Por lo tanto, voy a demostrarle al funcionario que sus palabras son desacertadas».

La verdad es infinitamente más compleja y poliédrica de lo que le parece a la persona angustiada. Contiene miles de coincidencias, carambolas, deferencias inmerecidas y actos de clemencia por parte de la vida, mezclados también con momentos oscuros. Los únicos que se engañan profundamente son los que sólo tienen las tinieblas en su punto de mira.
Por lo tanto, cuando una persona con predisposición a la angustia, que en sus pesadillas e imaginaciones anda siempre a tientas a través de las tinieblas, sufre realmente una pérdida grave, pueden ocurrir dos cosas, O bien se ratifica en su imagen negativa del mundo, con lo cual ya nadie podrá hacerle volver a la luz, o bien se da cuenta finalmente de que sus excesivos temores no lo han protegido de ningún embate del destino, sino que le han impedido estar a gusto con el día a día y saborear cada pequeña oportunidad de alegría que le brinda la vida, con lo cual se reorienta interiormente.
Tras ser liberado de un campo de concentración, Viktor E. Frankl escribió: «La experiencia del hombre que halla el camino de vuelta a casa se ve coronada, después de todo lo sufrido, por el magnifico sentimiento de no haber de temer nada más en el mundo… Excepto a Dios». Con toda seguridad, alguien que puede hablar así ha aprendido infinitamente mucho más en su duelo.

Una comparación con el mundo animal nos servirá para ilustrar estas reflexiones. Como es sabido, el gusano de seda se encierra en un capullo para liberarse de él como mariposa tras la metamorfosis. El proceso de liberación es extremadamente dificultoso, porque la crisálida tiene que aplicar una enorme cantidad de fuerza para romper la cáscara del capullo con sus frágiles alas. Los cien tíficos estaban intrigados acerca de qué pasaría si ayudaran a la mariposa en este proceso. Así cuando llegó el momento de la liberación, abrieron artificialmente desde el exterior una serie de capullos. Las mariposas, ilesas, empezaron a hormiguear, pero no volaban. Ninguna de ellas fue capaz de elevarse por los aires y, como en aquel estado no podían acceder al néctar de ninguna flor, murieron de inanición.
La gran cantidad de energía desplegada para agrietar el capullo es necesaria para que las mariposas confíen en la fuerza de sus alas. Pero si no pasan por la experiencia de hacerlo deforma autónoma, no se atreven a abandonar la «seguridad» que ofrece el suelo.

Este fenómeno recuerda mucho a esas personas que tampoco se atreven a vivir su propia experiencia. Un período de duelo podría ser la metamorfosis tras la cual consigan liberarse de la fina cáscara de la angustia utilizando las alas del espíritu.

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