martes, 23 de junio de 2009

El materialismo limitante

Vivimos en una cultura donde no es admisible hablar  de la muerte, a pesar de que ella es inevitable, vivimos como si fuésemos inmortales.

"Todos nacemos para morir. Es un hecho de la vida, una etapa más que se debe cumplir en el ciclo de todo ser viviente". Sin embargo, para una sociedad que sobre valoriza los logros materiales, olvidando los espirituales, donde se exalta una "eterna juventud" sobre el deterioro natural y el envejecimiento, la muerte es una derrota. 

La muerte nos demuestra que no somos dueños de nuestras vidas y nos hace sentir dolorosamente vulnerables. Ella nos advierte sobre nuestra finitud, y no estamos preparados para ello, consecuentemente, la ignoramos, la olvidamos, vivimos cada día en su total negación. Como seres inmortales.

Pero la muerte llega, a través de un lento y doloroso proceso, otras brutalmente o repentinamente, pero llega a todos, ricos y pobres, creyentes o no, a viejos, a jóvenes  a niños.

Un día llega a nuestros hogares como un huésped no invitado que vacía una habitación, un lugar en la mesa, haciendo tambalear nuestras vidas.

Ante la pérdida de un hijo, el dolor es demasiado intenso, desconocido, y pareciera que la vida no debe continuar, que el tiempo se ha detenido en un punto del espacio, un punto de total incredulidad e irrealidad.

Todo dolor trae consigo una enseñanza y ella puede ser regeneradora, porque a través del dolor, explorándolo, conociéndolo, es que lograremos llegar más allá de el, más allá de lo inmediato, mas allá del materialismo limitante. 

Rescatando del corazón valores espirituales olvidados, que son los únicos que pueden salvarnos de una vida sin sentido, de una muerte en vida.

Debemos recomenzar Renacer de nuestas cenizas.

Debemos captar el mensaje de amor que nuestros hijos nos legaron al partir, y que los hijos que nos quedan nos recuerdan cada día, para dar amor.

Es difícil aprender el despego, vivimos en una cultura de apegos, que nos liga al pasado y ello nos hace dificultoso considerar que la partida de nuestros hijos es un hecho histórico y que nuestra vida se desarrollara de aquí al futuro. 

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