sábado, 14 de febrero de 2009

La fuerza indómita del espíritu

Desde lo más remoto de los tiempos, el hombre ha buscado desentrañar los misterios a que la vida nos enfrenta.

Quizá esos misterios estén ocultos a la percepción humana, tras la propia naturaleza de su manera de percibir.

La ciencia se ha preocupado, fundamentalmente, de buscar la explicación de los fenómenos tangibles, aquellos que se manifiestan a los sentidos y entonces se ha centrado en lo que se puede medir, evaluar, demostrar, predecir, haciendo caso omiso a todo lo que nuestra mente percibe como intangible y lo rodea de misterio.

Cuando enfrentamos un infortunio, éste tiene una dimensión mayor en el propio mundo interno, que en el mundo material.

La angustia, el dolor y la pena, son siempre más abarcadores que la satisfacción por los deseos materiales cumplidos.

Por eso, cuando se logra superar un obstáculo, uno se da cuenta que su mundo interior posee una fuerza vital que le permite enfrentar las dificultades, transformando un hecho negativo en fuente de energía interna.

La historia está signada por ejemplos de esa naturaleza.

El general macedónico cuyas tropas habían arrasado la ciudad, le preguntó irónicamente al filósofo griego Stilbo de Megara, a quien le había destruido su hogar, matando a su familia y a sus amigos, ¿qué has perdido? y éste contestó: "Nada he perdido, pues llevo conmigo todo lo que es mío".

Y el escritor John Milton, cuando quedó ciego, dijo: "El verdadero infortunio, es no saber sobrellevar un infortunio".

"Sólo quien ha vivido en carne propia el sufrimiento del invierno, puede gozar de los frutos de la primavera", afirmó el filósofo suizo Carl Hilty.

"Nunca la primavera deja de suceder al invierno", dice la filosofía oriental.

Así pues, las piedras que encontramos en el camino, que nuestra mente ve como montañas o precipicios, pueden, en virtud de esa fuerza vital interna, transformarse si aprendemos la lección que los obstáculos son un motivo para superarnos, antes que para desesperarnos.

A partir de ahí, podemos comprobar que detrás de cada muralla, detrás de cada obstáculo, detrás de cada barrera, detrás de cada montaña, hay un paisaje.

Y ese paisaje será como nosotros queramos que sea, oscuro o brillante, todo depende de nuestra fuerza interna y de la determinación que pongamos en ello.

Ese es el hálito que nos permite trascender: la fuerza indómita del espíritu.



Ulises, Ana y Enrique

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