domingo, 29 de agosto de 2010

CAMINOS DEL DUELO

FRAG CHARLA DEL DR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 5)

Entonces, algunos padres me visitan porque quedaron detenidos en un obstáculo en el camino del duelo, o me visitan también a veces, porque se empiezan a sentir bien.
Empiezan a llorar menos o recordar menos y se sienten desleales a sus hijos.
El duelo es una sucesión de momentos. Los más frecuentes son los momentos de tristeza, de bronca y luego, con el tiempo, los momentos de serenidad. Algunos padres consultan cuando empiezan a tener momentos de serenidad. Entonces, me dicen: “¿Cómo puede ser que yo esté sereno?”. “Hoy no me acordé de él”. “¿Cómo puede ser que pueda disfrutar de las cosas, entonces no lo quise?”. “¿Estoy siendo desleal a la memoria de mi hijo?”.
Esto lo sé porque ustedes tienen la amabilidad de escucharme, porque saben que yo pasé por este lugar. Yo ahora tengo muchos momentos de serenidad. Y ¿qué pasa? ¿no pienso en él? Entonces, ¿no será que yo no lo quise a Martín como yo creía que lo había querido? ¿Soy desleal?
No. Estoy convencido de que en los momentos serenos es cuando estoy más cerca de él; sin ninguna duda. ¿Por qué? Porque es como él quisiera verme. Ningún hijo se va a ir diciéndole a los que quedaron que lloren permanentemente, que no quieran más a nadie, que se dediquen a sufrir, que se vistan de negro, que no vuelvan a amar. Ningún hijo se iría dejándonos un legado de cómo hacer nuestro duelo de esa manera. Al contrario, quisieran, sí, que nosotros podamos volver a subirnos a la vida, a recuperar la serenidad. Por eso, en los momentos serenos estoy más cerca que nunca de mi hijo.
Yo les pido a las madres que escriban una carta que fuera hecha por su hijo, diciendo el hijo “cómo quisiera, mamá, que vos me dueles”. Hay madres que no se animan a escribirla. ¡Pícaras!: “No le puedo escribir porque no le podría hablar”; ellas saben que hacen una ostentación del dolor que no agrega nada. Y saben que el hijo nunca les escribiría eso que están haciendo. Algunas madres dicen: “no, eso es una estrategia, eso no sirve porque no sé qué me diría mi hijo”. Si alguien no sabe lo que el hijo le diría, ha conocido poco a su hijo. Y a mí no me vienen a escuchar padres que conozcan poco a su hijo, me vienen a escuchar padres que quieren mucho a sus hijos. ¿Qué provoca una crisis existencial, un derrumbe epistemológico?: la pérdida de un ser querido. La pérdida se instala entre lo inmensamente querido, pero hay padres que perdieron un hijo y no tuvieron una pérdida existencial. Ellos no vienen a grupos, eligieron otro camino: el olvido, la negación, dar vuelta la hoja.
También pregunto si hay otras pérdidas que provoquen crisis existencial o derrumbe epistemológico. Estoy convencido que sí. Hay viudos y viudas que realmente tuvieron una crisis existencial con la muerte de su pareja. No digo que siempre ocurra esto. Otras pérdidas pueden provocar crisis existencial. Conrad dice: “Es la pérdida del inmensamente querido o de una abstracción equivalente”. La pérdida de una ilusión, de nuestra patria. Y ¡cómo quedamos vacíos después de la crisis!, nos tenemos que re armar, volver a ser, recuperar la identidad.
En un principio, nos desconocemos a nosotros mismos. El mundo cambió. Uno siente que todo cambió, la gente cambió. Yo recuerdo el comienzo de uno de los cuentos de Borges, muy significativo, el Aleph. Allí él comienza hablando de la muerte de su amiga Beatriz Biterbo y él se da cuenta de que el mundo había empezado a abandonarlo.
Ustedes han leído libros sobre el duelo. Elisabeht Kubler Ross, en su libro “La rueda de la vida” habla de las distintas etapas del duelo. Personalmente, no coincido. Yo hablo de otras etapas.
La primera etapa del duelo es la negación. La segunda es la bronca, rabia, resentimiento. La envidia por la felicidad ajena: yo sentía bronca por ver otros chicos que seguían creciendo y Martín estaba muerto. Los chicos tenían novias, se casaban, hacían su vida. La envidia por la felicidad ajena, negación, bronca, resentimiento.
Después hay una etapa de extrañamiento, donde todo empieza a ser extraño. Yo también soy extraño a mí mismo. Hay cosas que antes no me gustaban y ahora sí. Estoy lejos de gente con la que antes estaba cerca. Y esto ocurre. Y nos obliga a reconocernos con una nueva identidad.
Etapa de las decisiones: en algún momento nos damos cuenta de que si tenemos que seguir vivos, no podemos seguir vivos del mismo modo. Algo tiene que cambiar en nosotros. Es la etapa de las decisiones porque aquí decidimos, negociamos, de alguna manera. Negociamos para ver cómo seguir, cómo volver a insertarnos a la vida.
Hacer el egocidio, hacer esa experiencia de las cartas que Martín me hubiera escrito, diciendo cómo querría que lo recordara me hace sentir bien, sereno. Eso es lo que me hace sentir bien, cuando cuido a sus hermanos, porque es lo que Martín hubiera querido.
Él quería que yo me suba a la vida y para subirse a la vida hay que dejar la cuota de desapasionamiento. Uno está desapasionado. “No hay nada que tenga que ver con Martín que me pueda interesar”. “Si no logro recuperar la cuota de apasionamiento, no puedo subirme al mundo”. Pero para eso, tengo que darme permiso. Porque, en general, los permisos me los da mi hijo. Soy yo el que no me los doy. Yo tengo que darme permiso para volver a vivir, a subirme a la vida.
La trascendencia al dolor. Es lo que me permite levantar la vista y verlos a ustedes. Yo, al principio, en plena egolatría, no veía a nadie. Ahora puedo hacerlo porque he trascendido al dolor y me he desapegado a la tiranía del pasado. No estoy apegado a los momentos más trágicos, al contrario, estoy apegado a los buenos recuerdos. Tengo el compromiso y la responsabilidad de acordarme de mi hijo porque él no puede hacerlo. Y sé que tengo que tener un proyecto de vida porque él quisiera que yo lo tenga.

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