martes, 29 de diciembre de 2009

Por qué es poderoso el mensaje de renacer – Alicia Berti

Nosotros hablamos, fíjense, de una transformación interior que a través del dolor tenemos la oportunidad de transformarnos; ¿por qué me voy a transformar? ¿Por qué tengo la oportunidad de transformarme? ¿Por qué debo hacerlo?

Porque cuando lo trágico nos acontece, despierta una conmoción existencial, que significa que toda nuestra existencia está siendo conmocionada de raíz.

Nos miramos al espejo y no nos reconocemos estamos en un mano a mano con la conciencia, sabemos lo que hicimos bien y lo que hicimos mal; ¿por qué? ¿Quién es el juez de qué es lo que está bien y qué es lo que está mal?

Nosotros, sí, pero es a través del amor incondicional que sentimos por los hijos.

Es como si estuviéramos de rodillas frente a la vida diciendo: “solo sé que no sé nada”, “yo creía que la vida era una cosa pero resulta que la vida es otra cosa”.

Los hijos que no están despiertan en nosotros ese amor incondicional, aquel que no tiene ni reclamos ni expectativas, que no necesita siquiera de la presencia física del ser querido para amar, para expandirse, pues pese a no tenerlo físicamente igual los seguimos amando.

Y frente al amor incondicional, sabemos que esta vida es vista, por primera vez, con los ojos del espíritu despojado, al desnudo, mi yo frente a mi existencia, desnudo frente a mi existencia.

Por eso tengo la posibilidad desde allí, desde esa posición de rodillas frente a la vida, levantarme porque elijo hacerlo y porque elijo, por sobre el dolor, elijo el amor.

El amor por nuestros hijos debe ser el que lentamente vaya ganando terreno al dolor, por eso hablamos de que el dolor va cediendo, pero será en la medida en que, como siempre decimos, debemos ejercer la autorrenuncia, cuando entramos a un grupo como Renacer que nos muestra ese camino.

¿Por qué la autorrenuncia?

Significa un gran desafío, renunciar a muchas cosas, pero significa renunciar, por sobre todo, a mis emociones que son encontradas, violentas, opuestas, renuncio al dolor desesperado, pero para que haya un acto de renuncia, uno sólo puede renunciar a algo por algo más elevado, algo que de por sí, contenga un sentido a esa renuncia y esto es el amor por los hijos, por los hijos que no están, por los hijos que están que nos reclaman, por la vida y por nosotros mismos.

Tenemos que recuperar el sentido de la auto valía, hay un momento en que pensamos que no servimos para nada, el dolor es tan grande que creemos que ya no servimos para nada, no hemos podido llevar a buen puerto a nuestros hijos, nos parece que, de alguna manera, hemos fallado.

En lugar de debatirnos en todas esas emociones y sentimientos que realmente son totalmente pasajeros y contingentes, renunciamos por algo más elevado: por el amor a los hijos.

Por amor a Nicolás, a mi amoroso hijo, por él, en homenaje a él, que no me quiere ver tirada, el no me quiere ver vencida y, sin dudas, que yo no me quiero a mi misma vencida, tampoco la hija que nos queda ni tampoco Gustavo ni tampoco la vida.

Salto a la Fe

Cada uno de nosotros es un ser muy valioso; hay una anécdota que cuenta Elizabeth Lucas que es una discípula de Víctor Frankl, que hay que leerlos mucho porque cada uno de sus libros es una verdadera inspiración.

En esa anécdota Elizabeth Lucas cuenta que en una casa hay un incendio y toda la familia logra ponerse a salvo, menos un niño muy pequeño que ha quedado atrapado en la casa envuelta en llamas y no hay forma de entrar en ella para rescatar al niño. El chiquito abre una ventana que está en el primer piso y grita: “papá, papá, mamá, mamá” pero ni el padre ni la madre pueden entrar, entonces le dicen “salta, salta que podemos tomarte en brazos”, entonces el niño grita “no puedo, no puedo… no te veo papá”. Estaban las llamas cerca y el humo no lo dejaba ver, entonces el padre le dice: “no importa, yo te veo” el niño salta y el padre lo toma en sus brazos. La historia termina muy bien.

¿Cómo se aplica esto a nosotros?

Cuando perdemos un hijo, estamos envueltos en el humo de las emociones que no nos permiten ver nada, totalmente ciegos, nos parece que todo terminó aquí, ya no podemos ver más allá de este humo denso que son nuestras emociones, la culpa, la bronca, la tristeza prolongada, la desesperación, pero algo más allá una voz nos dice: “salta”.

En un acto de confianza anticipada, en un acto de fe, debemos en algún momento de nuestra vida dar ese salto de fe y lanzarnos.

Lo podemos tomar desde dos puntos de vista, por un lado, cuando con Gustavo empezamos a recibir lo que pensábamos eran señales de la vida que nos decía “agrúpense con estos padres que la vida les va poniendo por delante”, nosotros elegimos dar, a pesar del humo de las emociones, a pesar de que no veíamos muy bien a donde íbamos, decidimos dar ese salto de fe y buscar a los padres que habían perdido hijos.

Nos lanzamos, nos lanzamos al sentido y resultó ser el sentido más valioso de nuestra existencia.

El sentido yace latente en cada situación, en cada conmoción existencial el sentido de esa conmoción yace latente para ser descubierto y está en cada uno de nosotros con su elección día a día y como cada uno vive su vida día a día, se encuentre ese sentido que lo haga dar ese salto de fe.

También los padres que pierden un hijo, y se encuentran frente a esta conmoción y a ese dolor tan grande y se dicen: “no veo nada” y comienzan a hablar de sus culpas y comienzan a hablar de su dolor y siguen en el humo y las llamas acá, el peligro está latente, el peligro que significa me consumen las llamas, me consumen la alegría de vivir, me consume mi capacidad de amar y sigo dando vueltas a mis emociones. ¡No!

Debo tener esa confianza anticipada, confiar en que así como la vida me presenta esta situación tan dolorosa, la vida también tiene un sentido valioso y luminoso para que yo lo descubra y entonces me lance por encima de mis emociones hacia aquello más luminoso: el amor por nuestros hijos, los que no están y los que están.

El amor, el amor incondicional, porque la vida tiene un sentido incondicional que espera ser descubierto y realizado día a día.

Entonces, “el papá se lanza” significa que nosotros como Renacer les decimos “salta que aunque no veas nada, aunque tus emociones en este momento te estén cegando, salta, porque nosotros vamos a poder mostrarte los valores que te llevarán al sentido”.

Cada uno hace su elección pero podemos recibirlo en los brazos con ese abrazo con balanceo, amoroso y fraterno para mostrarle que hay caminos, pero debes primero saltar, dar de ti, porque no es recibir para dar, es dar para recibir, porque cuando yo me lanzo a los brazos de otros padres, simboliza que confío, que tengo fe en estos otros padres, estoy dando de mi omnipotencia, dando de ese sentimiento de que yo solo puedo.

Me entrego en ese salto de fe.

Renunciar por algo más elevado

Renunciemos al dolor desesperado por algo mucho más elevado, por el amor incondicional, porque hoy aquí todos nosotros, cuando nos miramos a los ojos, nos encontramos, nos reencontramos y nos abrazamos, ¿qué sentimos sino amor?, el amor incondicional, aquel que los hijos nos enseñaron.

Cuando nacieron nos enseñaron una forma de amar que no conocíamos porque lo que sentimos por los hijos nunca lo sentimos por nadie.

Cuando parten, junto a ese nuevo dolor, nos dan otra oportunidad de amar también con una nueva forma con un nuevo amor….

El decirle sí a la vida, a pesar de todo, implica muchas cosas, el renunciar implica que dejo mis sentimientos y mis emociones de lado porque hoy voy a ayudar a otro y cuando yo me encuentro con el otro, mis emociones ya no importan tanto, porque en el abrazo con el otro está la verdad.

Nuestro hijo es luz, es verdad, nuestros hijos nos esperan de pie.

Papás, sí a la vida, a pesar de todo, desde el corazón con la posibilidad de transformarnos en mejores personas, en personas compasivas que significa sentir como el otro, el otro me importa, el otro es otro ser como yo.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario o tu testimonio