sábado, 17 de abril de 2010

La Ayuda Mutua como Factor de Renovación Cultural, Moral y Ética


Por Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

Hemos deslizado con anterioridad la noción de que lo que motiva a las personas a ingresar a un grupo de ayuda mutua es el deseo de que las cosas no sigan siendo como son, el deseo de cambio, pero no de un cambio material sino de una transformació n interior, para ser más precisos es un anhelo de crecimiento interior. Afán absolutamente realizable si tenemos en cuenta el
dictum filosófico que nos dice que el anhelo de una cosa presupone la existencia de la cosa anhelada. Este deseo de cambio nos instala en sintonía conceptual con Zygmunt Bauman, catedrático de Sociología en la Universidad de Leeds, Inglaterra, para quien cultura significa la capacidad de hacer las cosas diferentes a como son, el futuro diferente al pasado, Bauman cita a
Santayana diciendo que “cultura es un cuchillo hendido hacia el futuro”.

Es necesario antes de continuar hacer una breve aclaración en la medida que nos estaremos refiriendo específicamente al grupo Renacer, y es que, sin embargo, estamos convencidos de que esta propuesta, que se ha aplicado exitosamente en un grupo existencial, es aplicable a todos y cada uno de los grupos de ayuda mutua, independientemente de la causa que origine la
pertenencia, precisamente porque el ingreso está motivado por esa voluntad de cambio a la que nos hemos referido, voluntad que es la misma en todos los integrantes: si así no lo fuese nadie ingresaría en grupo alguno.

Retornando al concepto de cultura, éste abre una línea de pensamiento enteramente nueva, a partir de la cual estamos en condiciones de ver a la ayuda mutua como una renovación en la cultura de una sociedad. Para Keith Tester, cultura es a la vez:

“Expresión de la conciencia de que existe una alternativa y un estimulo para que hombres y mujeres piensen de manera diferente, siguiendo sendas no autorizadas, acerca del mundo en que viven, trabajan y mueren” (Tester Ambivalencia de la Modernidad :23)

A Tester le faltó agregar el mundo en que esos hombres y mujeres sufren, entonces su definición hubiera sido completa, pero al menos nos permite ver a una comunidad de pares sufrientes como un frente de lucha contra el concepto que afirma la cultura como un instrumento de continuidad y resistencia al cambio, y permite, además, ver a toda estructura como opuesta al cambio. Es a partir de esta imagen que podemos ver a los grupos como una realidad culturalmente revolucionaria, como es la de transformar un hecho a todas luces trágico, como es la muerte, el sufrimiento o la culpa en un triunfo del espíritu humano —impensado e inimaginado anteriormente— , expresado en un trascender como hombres al levantarnos por sobre nuestro
dolor para ayudar a un hermano que sufre y asumir, sin requerir nada a cambio, nuestra responsabilidad para con el Otro dando así, en palabras de Levinas, testimonio de la gloria del infinito y del ser inspirado.

También Husserl por cultura entiende:
“el conjunto total de logros que vienen a la realidad merced a las actividades incesantes de los hombres en sociedad y que tienen una existencia espiritual duradera en la unidad de la conciencia colectiva y de la tradición que la conserva y la prolonga. Tales logros toman cuerpo en
realidades físicas, hallan una expresión que las enajena de su creador original; y, sobre la base de esta corporalidad física, su sentido espiritual resulta luego experimentable por cualquiera que esté capacitado para revivir su comprensión”. Husserl, Edmund. Renovación del Hombre y la
Cultura. Cinco Ensayos, Anthropos, Barcelona, 2002.

Husserl nos habla de una conciencia colectiva y una existencia espiritual que se manifiesta en aquella, proposiciones estas que adquieren vida en los grupos, en tanto y en cuanto el mensaje que se corporiza en el colectivo esté basado en pensamientos sobrios y racionales, y que otorguen claridad a la esencia de la meta que se persigue. De esta manera los logros, desprendidos de sus creadores pueden, a posteriori, ser experimentados por otras personas, en otros grupos y, por extensión, extrapolados a la comunidad entera merced a la nueva actitud ante la vida asumida por los integrantes. En este punto es necesario volver a Husserl, quien sin proponerlo específicamente para la tarea de los grupos de ayuda mutua, expresa, circa 1923, conceptos que pareciera hechos a medida para tal tarea:

“Una nación, una colectividad humana vive y crea en la plenitud de su fuerza cuando la impulsa la fe en sí misma y en el buen sentido y la belleza de su vida cultural; o sea cuando no se contenta con vivir sino que vive de cara a una grandeza que vislumbra, y encuentra satisfacción en su éxito progresivo por traer a la realidad valores auténticos y cada vez más altos. Ser un miembro digno de tal colectividad humana, trabajar junto con otros a favor de una cultura de este orden, contribuir a sus más sublimes valores, he aquí la dicha de quienes practican la virtud, la dicha que los eleva por sobre sus preocupaciones y desgracias individuales” Husserl, Edmund.
Renovación del Hombre y la Cultura. Cinco Ensayos, Anthropos, Barcelona, 2002:1
A primera vista pareciera imposible que de un colectivo de personas golpeadas por el destino de forma tal que no encuentren alternativas a su tragedia otras que agruparse con compañeros de ruta, pudiera emerger una transformació n cultural asentada sobre bases morales y éticas que tuviesen la suficiente fuerza para derramarse sobre una sociedad supuestamente sana y que es la que debería haberse levantado para contener y acoger a quienes transitaban por su hora más oscura, por esa noche negra del alma, pero este supuesto imposible es, en efecto, una realidad que cuestiona severamente a la misma sociedad. Sobre este aspecto, de fundamental importancia, volveremos en breve al considerar lo que los grupos aportan a la comunidad.

Origen del grupo Renacer

La creación del grupo Renacer, para padres que pierden hijos, irrespectivamente de la edad y causa de la muerte, nos permite ver en la practica el desarrollo de una intuición moral en el tiempo y la manera de sustentar dicha intuición de manera que pudiera desprenderse de sus
creadores y repetirse en otro tiempo y espacio. Renacer es el resultado de esa intuición moral de dos personas que reconocieron, después de perder un hijo, que las cosas no debían necesariamente ser como eran, que podían ser de otra manera, y que, pudiendo ser de otra manera existía la posibilidad de que fuesen mejores de lo que eran; de que esa elección era de índole moral y que ser moral significa estar dispuesto a ayudar y deseoso de hacerlo.
Pioter Kropotkin, anarquista ruso del siglo 19, afirmaba que ser moral para el hombre era dar a los demás siempre más de lo podía esperarse de ellos y que, sin la intervención del estado o la sociedad, la condición natural del hombre era la ayuda mutua. Esta misma intuición moral fue la que llevó a otras dos personas, un médico y un corredor de bolsa, ambos alcohólicos, a reunirse en 1935 en Akron, Ohio, Estados Unidos para dejar de beber apoyándose el uno al otro; el logro de tal intuición, desprendido eventualmente de ellos, se hizo extensivo luego a millones de personas.

Cuando al principio dijimos en Renacer que no había que detenerse en los porqué sino en los para que, estábamos dando un mensaje de libertad. Al priorizar la finalidad (para que) por sobre la causalidad (porqué) estábamos indicando que el hombre no se determina por la causalidad, que siempre es libre para elegir la finalidad (el para qué), libre para elegir otra cosa qué, para ver, y decidir, que las cosas siempre pueden ser distintas y, por sobre todo, mejores de como son, dado que hay algo que los humanos nunca podremos conseguir y es dejar de ser libres, indeterminados, inacabados, incompletos.

Analizando estos aspectos o guías llegamos a la intuición, solo corroborada muchos años después, que ser moral es una decisión personal que consiste en conocer que hay algo bueno y algo malo, mientras que la ética es una construcción social, es decir grupal en el caso de los grupos de ayuda
mutua. Tiempo después, leyendo a Levinas, aprendimos que cuando vemos al mundo desde la óptica de la ontología nos movemos en la categoría de antes y después, es decir de la causalidad que habíamos rechazado desde el principio, desde el inicio de la tarea grupal, mientras que cuando nuestra visión del mundo se regía por la moral nos movíamos en la categoría de mejor y peor, y ya en las primeras reuniones habíamos considerado que después de atravesar una conmoción existencial, como es la pérdida de un hijo no podíamos seguir siendo las mismas personas que antes, que algo en nosotros había cambiado para siempre, que la vida se había invertido como un guante que se saca dado vuelta sobre sí mismo, y que a partir de entonces sólo podíamos ser o mejores o peores personas, pero nunca más las mismas. Es decir que desde el comienzo estábamos trabajando en el plano de lo moral, tratando de llegar a la construcción de normas que dieran lugar a lo ético, intento que no se pudo llevar a cabo dado que es imposible normatizar sobre el sufrimiento, la muerte y la culpa, y el más allá. Más tarde aprendimos que se puede ser ético sin ser moral, puesto que al ser la ética una construcción social, puede haber normas dictadas por una Fundación o Institución con personería jurídica que establezcan que es ético atender a las personas sufrientes en días y horas determinadas, pero si un hombre sufriente mira a nuestro rostro reclamando ayuda en un día fuera de lo establecido por las normativas, ¿puedo yo postergar mi ayuda sobre la base de esas normas? Y si lo hago ¿soy entonces una persona moral? Como vemos, la ética puede ser enemiga de la moral, puede ser un escudo eficiente para no asumir la responsabilidad moral para con el Otro que me reclama.

En la ayuda mutua cobran vigencia las aserciones del Rabino Hillel, 70 años antes de Cristo: si no lo hago yo ¿quién lo hará?, si no hago ahora ¿cuándo lo haré? y si lo hago sólo por mí entonces ¿qué soy yo? Esta es una de las razones por la que nos oponemos a la estructuración de Renacer o de cualquier otro grupo de ayuda mutua, sea como Fundación o como grupo con personería jurídica.

Cuando llega el momento de difundir la tarea hacia la comunidad en la que vivimos y hacia otras comunidades se plantean problemas nuevos.
Fundamentalmente se plantea el problema de cómo transmitir esa intuición moral que ha brotado en el núcleo de dos personas, al lenguaje del grupo.
Esto nos lleva a la necesidad de tener un modelo que permita traducir y transmitir nuestra intuición inicial a padres de muy distintos lugares para que puedan repetir esta experiencia sin la presencia de los iniciadores. Por ese entonces contábamos con elementos que nos servirían de referencia para dicha elección: 1- haber nacido de una intuición moral, 2- Trabajábamos
priorizando la finalidad antes que la causalidad, 3- Concebíamos a Renacer no como un “lloratorio” o un grupo de duelo sino como un oasis de paz y esperanza, un lugar al que concurríamos para calmar el mar embravecido de nuestras emociones y sentimientos, en otras palabras veíamos a Renacer como santuario, en el sentido de lugar de protección.

Esta metodología de trabajo que se desarrollaba desde lo moral a la finalidad, entendiendo a esta como la libertad para elegir los para qué de nuestro sufrimiento, marcó, sin que por entonces lo pudiéramos definir con esta claridad conceptual, el camino y la dirección futura de los grupos
Renacer, permitiendo que pudieran crearse en lugares lejanos y sin la presencia de los iniciadores de este mensaje. En este momento de la búsqueda de un modelo y aún sin encontrar al que aparece luego como el más apropiado, ya estábamos en condiciones de poder descartar algunos de ellos como no aptos para la tarea en ciernes, principalmente algunos modelos psicológicos que se basan fundamentalmente en la categoría de causalidad y en criterios conductuales.

Resumiendo, fue necesario encontrar un modelo que reconociera la libertad del hombre y junto con la libertad la responsabilidad que de ella emana; un modelo que reconociera en el hombre la libertad de elegir no sólo el para qué de su sufrimiento, sino el mismo sufrimiento como una condición esencial de la existencia y reconociera en ese hombre sufriente la capacidad necesaria para encontrar sentido en su tragedia. Estas ideas de moralidad, ética, libertad y paridad entre sus integrantes y, finalmente, responsabilidad por la propia vida y la manera en que la vivimos formaron el núcleo fundamental de la tarea de Renacer desde el momento inicial y, con mayor firmeza e intensidad, a partir del momento en que comenzó a expandirse fuera de Río Cuarto.

La espiritualidad en la ayuda mutua
Hemos visto ya el papel fundamental que juega la espiritualidad en los grupos de ayuda mutua. Esta es un existencial humano, es un fenómeno que tiene origen en, y a la vez muestra, la dimensión espiritual del ser humano. Espiritualidad es, entonces, la condición de espiritual del ser humano. En el fondo de los anhelos y propósitos de todos los grupos de ayuda mutua y también en los de autoayuda, yace, con mayor o menor claridad, el de acceder a la espiritualidad (decimosegundo paso de la metodología de Alcohólicos Anónimos). Cuando tratamos de definir a ésta (espiritualidad) entramos en terrenos complejos en los que a la intuición le faltan las palabras para definirla. Las lenguas occidentales poseen términos muy deficientes para describir los estados ampliados de conciencia, por esa razón hemos acudido a conceptos del Dalai Lama que nos dan una definición de espiritualidad que transcribimos porque nos parece adecuada para todas las creencias, sean o no religiosas:

“La espiritualidad, en cambio, me parece algo relacionado con las cualidades del espíritu humano, como son el amor y la compasión, la paciencia, la tolerancia, el perdón, la contención, el sentido de la responsabilidad, el sentido de la armonía, etc., que aportan la felicidad tanto a uno mismo como a los demás. Así como el ritual y la oración, junto con las cuestiones del nirvana y la salvación, están directamente relacionadas con la fe religiosa, estas cualidades internas (las espirituales) no tienen por qué estarlo. Por lo tanto, no existe razón alguna por la cual no deba el individuo desarrollarlas, incluso hasta su grado máximo, sin recurrir a ningún sistema de creencias religiosas o metafísicas. Por eso digo algunas veces que la religión es algo sin lo cual nos podríamos pasar. En cambio, de ninguna manera podemos prescindir de esas cualidades espirituales básicas” Quienes practican una religión sin duda tienen razón cuando afirman que esas cualidades o virtudes son el fruto de un empeño genuinamente religioso, y que la religión por tanto tiene muchísimo que ver con su desarrollo y con lo que podríamos llamar ‘la practica espiritual’. De todos modos, más vale que seamos claros sobre este punto. La fe religiosa
exige la práctica espiritual” DALAI LAMA. El arte de Vivir en el Nuevo Milenio. Grijalbo, Revelaciones, Madrid, 2000
Foucault llama espiritualidad a la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad, por lo que él
considera espiritualidad al conjunto de esas búsquedas, practicas y experiencias que pueden ser las purificaciones, las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las modificaciones de la existencia, que constituyen, no para el conocimiento, sino para el sujeto, para el ser mismo
del sujeto, el precio a pagar por tener acceso a la verdad. Prestemos atención aquí a aquello que es de capital importancia para comprender cabalmente lo que son, no sólo Renacer, sino todos los grupos de ayuda mutua: dice Foucault en palabras claras lo que muchos de nosotros hemos experimentado, que las modificaciones de la existencia son puerta de acceso a la espiritualidad y por ende a la verdad y la libertad. Nos dice que aquellos a quienes se le cambia la existencia radicalmente se les otorga como premio el de acceder a la verdad. E interróguense ahora si no es
correcto que después de perder un hijo ya no podemos seguir siendo la misma persona que antes, como hemos sostenido desde la primera reunión de Renacer, el 5 de Diciembre de 1988. Esta manera de acceder a Renacer en términos de verdad y su consiguiente opuesto, nos coloca ya en el pensamiento filosófico y no en el psicológico, otra de las razones porque es incorrecto
fundamentar la tarea del grupo en el análisis psicológico de las emociones y sentimientos. Pero se plantea ya el problema o, mejor dicho, se reproduce la vieja lucha entre la verdad como experiencia y la verdad por conocimiento, y ya veremos, siguiendo a Foucault, como esto ha influido y aún influye en Renacer.

Foucault postula que para que se dé la espiritualidad en una persona es preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se convierta, en cierta medida, en distinto de sí mismo como medio de acceder a la verdad, que ésta sólo es dada al sujeto a un precio que pone en juego el ser mismo
de éste, o sea que no puede haber verdad sin una transformació n del sujeto.
Continúa Foucault, citando lo que él llama efecto “de contragolpe” de la verdad sobre el sujeto —y aquí tenemos algo sumamente importante para nosotros los que permanecemos en grupos de ayuda mutua—, insistiendo en que, para la espiritualidad, la verdad no es simplemente lo que se da al sujeto para recompensarlo por el acto de conocimiento. La verdad es lo que ilumina al sujeto, lo que le da la bienaventuranza, lo que le da la tranquilidad del alma.

Si nosotros no somos capaces de ver a Renacer, u otro grupo de ayuda mutua, con estos ojos jamás seremos capaces de comprender la razón por la que muchos integrantes permanecen por años en un grupo, precisamente porque han accedido a la verdad y con ella a la liberación, la iluminación y la paz del alma. Estar en la verdad equivale a estar lúcido, consciente, despierto, alerta ante un mundo que se ha vuelto transparente, sin velos que lo distorsionen. Por el contrario, si evaluáramos a un determinado grupo desde una perspectiva psicológica sólo podríamos decir que algunos integrantes continúan participando durante mucho tiempo porque se han hecho adictos al grupo o dependientes de los ayudadores.

Para dar más énfasis a la necesidad de verdad y libertad es preciso analizar el comienzo de la escritura del Nuevo Testamento desde la visión de Levinas, en donde la Palabra, el Verbo, que es acción, aparece en el suelo árido del desierto, donde nada se fija. Esta metáfora es muy útil para el mensaje de cualquier grupo: allí en el desierto de la desesperanza, donde nada se fija por lo que todo es libre, es necesario elegir entre esa libertad con la subsiguiente responsabilidad y angustia propia de cada elección, o la tranquilidad de no hacer esfuerzo alguno y morirnos donde nada puede crecer.

Frente a esta manera de acceder a la verdad por experiencia, por trasformación interior, de manera impensada y arrojado a ella por una situación límite —en la que, como dice Nietzsche se tensa tanto la cuerda del arco que ahora nos es posible tomar como blanco las metas más lejanas— se opone aquel sistema de pensamiento que sostiene que se puede acceder a la verdad mediante el conocimiento y sólo a través de él. A partir de ese momento, y sin que sea necesario alteración alguna en su ser, el sujeto puede acceder a la verdad. Por supuesto con condiciones de dos órdenes, y ninguna espiritual. Por un lado las reglas que se deben respetar, condiciones de forma, de método, objetivas, etc.; por otro lado condiciones culturales como haber estudiado, tener una formación, ser aceptado por cierta comunidad científica, etc. Como se puede ver así comienza, a partir de esta concepción del acceso a la verdad, el origen de estructuras de poder en el mundo occidental, puesto que para acceder a ella ahora se hace necesario el permiso de la autoridad correspondiente; en otras palabras, durante siglos para acceder al conocimiento, y con él a la verdad, fue necesario la presencia de un intermediario y así, en la figura del intermediario, comienza a gestarse la dominación del sujeto, ahora no alcanza tampoco con tener talento o capacidad, sino que se ha tornado necesario tener también el permiso para ello. Esta figura del intermediario todopoderoso en relación al sufrimiento continúa aún hoy con plena vigencia en la figura del analista de la psiquis humana: para acceder a la verdad interior la persona necesita de un intermediario que le guía, le indica, le autoriza y, eventualmente, lo domina merced a la imposición de valores.

Pero como todo crimen tiene su castigo, la condena para aquellos sistemas de pensamiento que sostuvieron que se puede acceder a la verdad mediante el conocimiento se plasmó en el hecho de que ya la verdad no fue capaz de salvar al sujeto, ya no trajo con ella la iluminación y la paz interior. Esto es de capital importancia para la tarea de la ayuda mutua. En efecto, en el esquema de los doce pasos adoptados por muchos grupos, el acceso a la espiritualidad constituye el duodécimo paso; a él se llega como resultado de haber realizado correctamente una serie de tareas merced a las cuales la persona reconoce sus problemas y aprende como corregirlos, tareas
implicadas en los pasos uno al undécimo; en otras palabras, se espera lograr la espiritualidad a través de procesos cognitivos, cuando en realidad sólo se puede llegar a ella merced a un cambio existencial.

Continúa Folcault diciendo que la noción de conversión, de espiritualidad se borra al estructurarse un movimiento. Bauman, desde otra visión, nos dice que la ética puede borrar la moralidad, que una construcción social, una estructura social pude enmascarar aquello que es privativo del hombre como individuo, nos encontramos, una vez más, frente a una estructura con poder de sujeción de la persona. Así vemos que se puede pasar de la pertenencia a un grupo por el acceso que permite a la espiritualidad, a la pertenencia por adhesión a la estructura, hecho que nos sitúa, nuevamente, en medio de la lucha entre las dos concepciones de acceso a la verdad.

La paridad en un grupo remite a la ausencia de autoridades y al eterno tema de la filosofía, que es el de la verdad, la libertad y la relación entre ambas. Toda institucionalizació n genera poder, el poder genera control, el control genera sujeción, la sujeción implica dominación, éstas anulan la libertad de ambas partes. La relación entre el que tiene poder y el dominado no es una relación entre pares sino de condescendencia. Esto no es ayuda mutua. La ausencia de poder no es anarquía: la ausencia de poder es libertad. El poder siempre ata el poderoso al dependiente. La libertad es la esencia de la verdad y el acceso a la verdad nos hace libres. Frankl ha dicho que el sufrimiento hace al hombre lúcido y al mundo transparente, en otras palabras, el sufrimiento inevitable puede ser, y para muchos de nosotros ha sido, la puerta de acceso a la verdad y con ella el ingreso a una libertad nunca antes experimentada como tal. Esto es, si se quiere, una definición de la espiritualidad, tan anhelada por tantos grupos que aún se denominan de autoayuda. Esta es otra de las razones por las que creemos que un grupo no debe transformarse en una estructura, pues ésta requiere cargos y los cargos generan poder y se comienza el ciclo que lleva a la pérdida de la libertad.

Hemos mencionado que el acceso a la verdad a través de un cambio radical en la existencia proporciona al individuo, según Foucault como recompensa, el acceso a la iluminación, por lo que se hace necesario ahora indagar sobre el significado de la iluminación en occidente, qué significa para los integrantes de un grupo y, a su vez, qué significado tiene para la sociedad la emergencia de individuos que han alcanzado dicha condición. Aquella inquietud, la del significado de la iluminación, fue planteada por un periódico en Berlín, el “Berlinische Monatschrift” a sus lectores en Noviembre de 1784, y el que contesta a esa inquietud es nada menos que Emmanuel Kant, quien el 30 del mismo mes comienza su carta diciendo que iluminación es la liberación del hombre del tutelaje en el que ha incurrido él mismo, y define al tutelaje como la incapacidad del hombre para hacer uso de la razón sin la dirección de otro. Insiste Kant en que es muy difícil para un individuo aisladamente liberarse de una vida de tutelaje, agregando que si se da la libertad la iluminación es una consecuencia natural.

Aportes de los grupos a la comunidad

Hemos iniciado este capítulo con el análisis de la aparición de grupos de ayuda mutua como consecuencia de una decisión moral de algunas personas arrojadas a un cambio de existencia radical por la acción del destino; esto nos ha llevado a considerar los aspectos morales y éticos de dicha tarea y más adelante a valorar la espiritualidad como una consecuencia natural del mismo cambio existencial que motiva la aparición de la ayuda mutua; cómo la espiritualidad se relaciona con la verdad y la libertad y cómo a consecuencia de esta se produce la iluminación y la liberación del tutelaje en el que las personas han incurrido. De esta manera hemos llegado a descubrir que en su esencia los grupos de ayuda mutua representan un frente de lucha a la idea —y más que idea deberíamos hablar de la realidad— del hombre tutelado o, en términos franklianos, del hombre determinado, sea por la sociedad con sus estructuras opuestas al cambio, sea por el destino o por sí mismo, por la resistencia a asumir responsabilidad por la propia vida y así separase del rebaño. Husserl resistía la idea de que un ser humano rechazara el combate moral, sosteniendo que éste, en la medida en que fuese serio actuaba como generador de valores y que, por el sólo hecho de plantearse tal combate, la personalidad del que lo llevara a cabo se elevaba
a nivel de la verdadera humanidad. Vemos que en los grupos esta idea de Husserl se hace realidad.

El significado social de un grupo de personas que se han desprendido de sus condicionamientos, de su tutela, pero aceptando a la vez plena responsabilidad por sus actos no puede ser ignorado en una época en que el desamparo, la violencia indiscriminada, la ignorancia sistematizada del Otro como par, el abandono de la fe en el Estado benefactor, en las instituciones y finalmente en el prójimo, ha traído consigo una nueva serie de desordenes de orden social para los que ésta nueva sociedad de individuos solitarios no tiene respuesta.

Una realidad, no reconocida, de los grupos de ayuda mutua es que, por su misma esencia, constituyen una de las más firmes fronteras, en una comunidad dada, contra la discriminació n. En efecto, en cualquiera de estos grupos un alto ejecutivo puede tener que escuchar un consejo de un cadete de su empresa que es más veterano en el grupo, demostrando así, con este simple ejemplo, la paridad y la ausencia absoluta de todo tipo de diferencias entre los integrantes. Es muy difícil que una persona que ha pasado algún tiempo en un grupo discrimine a otros integrantes de la comunidad por causa alguna y, aunque no figure en manuales de dirección de
empresas, es muy probable que cualquier miembro de un grupo tenga sobrada capacidad para relacionarse con el personal de una manera más digna y humana. En oposición a esta realidad, vemos que las personas que ostentan altos cargos y que se vanaglorian de ellos, aquellos que tienen poder, y lo ejercen, sobre otras personas, generalmente no ingresan a grupos de ayuda
mutua, y si lo hacen su permanencia en ellos es muy limitada. En efecto, es muy difícil para una persona poderosa ingresar a un grupo y pedir ayuda puesto que solo no ha podido superar su crisis. Estas personas acuden a los auxilios de la medicina o la religión .
Es curioso, y no deja de ser una paradoja, el que grupos que han debido formarse para crear alternativas a respuestas sociales insuficientes, cuando no inapropiadas, a problemas existenciales, puedan luego devolver individuos libres y responsables, solidarios y más compasivos a esa misma sociedad que no pudo, no supo o no quiso albergarlos en su hora más difícil. Si en la vida diaria habíamos asumido responsabilidad por el Otro fundamentalmente en el ámbito familiar, en un grupo, en una comunidad de pares sufrientes esta responsabilidad comienza a extenderse para abarcar a “los Otros”, y en ese extenderse nos hacemos conscientes que todos somos responsables por lo pueda pasarle a cada uno de nosotros y así, de esta manera, el radio de acción de nuestro quehacer responsable puede ampliarse a la comunidad en que vivimos, y en última instancia a la humanidad entera, refutando la idea del hombre como lobo del hombre; esto nos recuerda nuevamente a Kropotkin para quien ser moral significaba dar a los demás más de lo esperaba de ellos, con lo que vemos que la dimensión de lo moral no solo inicia sino que también cierra el fenómeno de la ayuda mutua.

Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

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