viernes, 6 de abril de 2012

El oficio de crecer

Crecer espiritualmente es materia indelegable, sólo nuestro es el compromiso de lograrlo, para lo cual es necesario dejar atrás ciertas ataduras.

Me refiero especialmente a dos íntimas creencias que se empeñan en acompañarnos, (aunque lo negaríamos disgustados si alguien nos acusara de ello.) Se trata de la egolatría y la búsqueda de relaciones ideales.

La egolatría comporta una visión distorsionada de la realidad, nos hace creer que los demás están obligados a demostrarnos su cariño; pensamos que el mundo no podría arreglárselas sin nosotros; que todo cuanto suceda a nuestro alrededor requiere de nuestro protagonismo, que los hechos no son importantes en sí mismo si no participamos en ellos con nuestras opiniones o juicios.

Es el abuso del “yo” y del “a mí”; es confiar en nuestra suficiencia, y pensar que las desventuras están hechas para los demás, que nosotros no las merecemos, y que si alguna, injustamente nos alcanza, todos deberán centrar su atención y su consuelo en nuestro indebido drama. Desde la egolatría somos capaces de quitarle el protagonismo a un ser inmensamente querido que ha muerto, dándole al infortunio la mezquina versión de: “lo que a mí me pasó”.

La egolatría, desconoce la existencia del otro, o sólo la acepta en tanto proporcione satisfacciones y halagos personales.

Desprenderse de esta manera de ser no es imposible ni tampoco fácil, para qué negarlo; requiere de un laborioso y constante esfuerzo personal por conocernos, disculpar y disculparnos, ejercer la humildad y salir de nuestra obstinada mismidad, trascenderla con la intención de llegar al otro - que no es un muro sino un puente necesario – con nuestra comprensión y nuestro amor. Reconozcamos que somos menos importantes de lo que creemos ser, y que es desde esa relativa, pequeña pero asumida importancia, el lugar desde donde sí, podremos amar y ser amados


de Carlos Juan Bianchi