domingo, 29 de agosto de 2010

CAMINOS DEL DUELO

FRAG CHARLA DEL DR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 5)

Entonces, algunos padres me visitan porque quedaron detenidos en un obstáculo en el camino del duelo, o me visitan también a veces, porque se empiezan a sentir bien.
Empiezan a llorar menos o recordar menos y se sienten desleales a sus hijos.
El duelo es una sucesión de momentos. Los más frecuentes son los momentos de tristeza, de bronca y luego, con el tiempo, los momentos de serenidad. Algunos padres consultan cuando empiezan a tener momentos de serenidad. Entonces, me dicen: “¿Cómo puede ser que yo esté sereno?”. “Hoy no me acordé de él”. “¿Cómo puede ser que pueda disfrutar de las cosas, entonces no lo quise?”. “¿Estoy siendo desleal a la memoria de mi hijo?”.
Esto lo sé porque ustedes tienen la amabilidad de escucharme, porque saben que yo pasé por este lugar. Yo ahora tengo muchos momentos de serenidad. Y ¿qué pasa? ¿no pienso en él? Entonces, ¿no será que yo no lo quise a Martín como yo creía que lo había querido? ¿Soy desleal?
No. Estoy convencido de que en los momentos serenos es cuando estoy más cerca de él; sin ninguna duda. ¿Por qué? Porque es como él quisiera verme. Ningún hijo se va a ir diciéndole a los que quedaron que lloren permanentemente, que no quieran más a nadie, que se dediquen a sufrir, que se vistan de negro, que no vuelvan a amar. Ningún hijo se iría dejándonos un legado de cómo hacer nuestro duelo de esa manera. Al contrario, quisieran, sí, que nosotros podamos volver a subirnos a la vida, a recuperar la serenidad. Por eso, en los momentos serenos estoy más cerca que nunca de mi hijo.
Yo les pido a las madres que escriban una carta que fuera hecha por su hijo, diciendo el hijo “cómo quisiera, mamá, que vos me dueles”. Hay madres que no se animan a escribirla. ¡Pícaras!: “No le puedo escribir porque no le podría hablar”; ellas saben que hacen una ostentación del dolor que no agrega nada. Y saben que el hijo nunca les escribiría eso que están haciendo. Algunas madres dicen: “no, eso es una estrategia, eso no sirve porque no sé qué me diría mi hijo”. Si alguien no sabe lo que el hijo le diría, ha conocido poco a su hijo. Y a mí no me vienen a escuchar padres que conozcan poco a su hijo, me vienen a escuchar padres que quieren mucho a sus hijos. ¿Qué provoca una crisis existencial, un derrumbe epistemológico?: la pérdida de un ser querido. La pérdida se instala entre lo inmensamente querido, pero hay padres que perdieron un hijo y no tuvieron una pérdida existencial. Ellos no vienen a grupos, eligieron otro camino: el olvido, la negación, dar vuelta la hoja.
También pregunto si hay otras pérdidas que provoquen crisis existencial o derrumbe epistemológico. Estoy convencido que sí. Hay viudos y viudas que realmente tuvieron una crisis existencial con la muerte de su pareja. No digo que siempre ocurra esto. Otras pérdidas pueden provocar crisis existencial. Conrad dice: “Es la pérdida del inmensamente querido o de una abstracción equivalente”. La pérdida de una ilusión, de nuestra patria. Y ¡cómo quedamos vacíos después de la crisis!, nos tenemos que re armar, volver a ser, recuperar la identidad.
En un principio, nos desconocemos a nosotros mismos. El mundo cambió. Uno siente que todo cambió, la gente cambió. Yo recuerdo el comienzo de uno de los cuentos de Borges, muy significativo, el Aleph. Allí él comienza hablando de la muerte de su amiga Beatriz Biterbo y él se da cuenta de que el mundo había empezado a abandonarlo.
Ustedes han leído libros sobre el duelo. Elisabeht Kubler Ross, en su libro “La rueda de la vida” habla de las distintas etapas del duelo. Personalmente, no coincido. Yo hablo de otras etapas.
La primera etapa del duelo es la negación. La segunda es la bronca, rabia, resentimiento. La envidia por la felicidad ajena: yo sentía bronca por ver otros chicos que seguían creciendo y Martín estaba muerto. Los chicos tenían novias, se casaban, hacían su vida. La envidia por la felicidad ajena, negación, bronca, resentimiento.
Después hay una etapa de extrañamiento, donde todo empieza a ser extraño. Yo también soy extraño a mí mismo. Hay cosas que antes no me gustaban y ahora sí. Estoy lejos de gente con la que antes estaba cerca. Y esto ocurre. Y nos obliga a reconocernos con una nueva identidad.
Etapa de las decisiones: en algún momento nos damos cuenta de que si tenemos que seguir vivos, no podemos seguir vivos del mismo modo. Algo tiene que cambiar en nosotros. Es la etapa de las decisiones porque aquí decidimos, negociamos, de alguna manera. Negociamos para ver cómo seguir, cómo volver a insertarnos a la vida.
Hacer el egocidio, hacer esa experiencia de las cartas que Martín me hubiera escrito, diciendo cómo querría que lo recordara me hace sentir bien, sereno. Eso es lo que me hace sentir bien, cuando cuido a sus hermanos, porque es lo que Martín hubiera querido.
Él quería que yo me suba a la vida y para subirse a la vida hay que dejar la cuota de desapasionamiento. Uno está desapasionado. “No hay nada que tenga que ver con Martín que me pueda interesar”. “Si no logro recuperar la cuota de apasionamiento, no puedo subirme al mundo”. Pero para eso, tengo que darme permiso. Porque, en general, los permisos me los da mi hijo. Soy yo el que no me los doy. Yo tengo que darme permiso para volver a vivir, a subirme a la vida.
La trascendencia al dolor. Es lo que me permite levantar la vista y verlos a ustedes. Yo, al principio, en plena egolatría, no veía a nadie. Ahora puedo hacerlo porque he trascendido al dolor y me he desapegado a la tiranía del pasado. No estoy apegado a los momentos más trágicos, al contrario, estoy apegado a los buenos recuerdos. Tengo el compromiso y la responsabilidad de acordarme de mi hijo porque él no puede hacerlo. Y sé que tengo que tener un proyecto de vida porque él quisiera que yo lo tenga.

OTROS OBSTACULOS EN EL CAMINO DEL DUELO

FRAG. DE LA CHARLA DEL DR. BIANCHI EN LUJAN (PARTE 4)


Hay otros obstáculos en el camino del duelo. Yo les decía que el duelo no es una patología, no es una enfermedad. La aflicción no es una depresión.
Pero si quedamos detenidos en alguno de los obstáculos del camino del duelo, sí podemos enfermarnos y sí podemos hacer un duelo patológico en la medida en que no podemos sortear los obstáculos.
El duelo es como una carrera de vayas. Hay que ir sorteando obstáculos. Aparece la culpa, la bronca, el resentimiento, el odio, la idealización, la inútil comparación con otros duelos, las escenas temidas, el inútil sentimiento de fidelidad a quien ya no está. Estos son obstáculos en el sentimiento del duelo que hay que ir superando.
El duelo es un sentimiento permanente, no tiene un tiempo cronológico. Es fácil ver esto. Si juntamos padres de diferentes tiempos cronológicos, no estamos todos iguales. No es como una operación, que a los 7 días posteriores te sacan los puntos y a los 15 días ya tenés actividad normal. El duelo no responde a un tiempo cronológico.
Alguien dijo que el tiempo es neutral, no pone ni quita; lo que hagas en el tiempo es lo que lo hace valioso. Me refiero a Edgar Grosman, en su libro “Vivir cuando un ser querido ha muerto”.
Yo creía mucho en la veracidad de esta frase al principio de mi duelo. Hoy no estoy tan convencido. En cierto modo, es verdad, y en cierto modo, no. Y creo que el tiempo no es neutral, el tiempo cronológico va generando cambios en nosotros, sin ninguna duda. Pienso que si el tiempo se hubiera detenido en esos 4 días que siguieron a aquel 17 de octubre de 1990, yo no hubiera podido seguir vivo de ninguna manera. Hubiera enloquecido. Ustedes piensen cómo estaban esos días, a la semana del fallecimiento de su hijo; nadie puede vivir dentro de una pesadilla. Uno tiene una pesadilla, la sufre, pero termina. Uno no se puede quedar viviendo dentro de la pesadilla.
Entonces, en este sentido no estoy de acuerdo, creo que el tiempo cronológico no es neutral. Además, fijémonos el cambio que tenemos nosotros con el paso de los años. No podemos decir que es neutral.
Pero sí estoy de acuerdo con que la respuesta al duelo es una respuesta activa y depende de lo que yo haga y de la respuesta que yo elijo, porque yo tengo que volver a darle un sentido a mi vida y yo soy el encargado de darle ese sentido.
Para otras corrientes filosóficas o religiosas, no es así. Pero dentro del existencialismo, la vida no tiene sentido per sé. Nosotros somos los encargados de darle ese sentido.
Y si somos capaces de darle el sentido ético de respetar al otro, somos capaces de vivir en una comunidad que sea justa. La Justicia es la única virtud que piensa en el otro. Lo justo es pensar lo que al otro le conviene y no lo que a mí me conviene, porque si no, no sería justo. Nosotros somos capaces de vivir en comunidad y de dar una respuesta ética y saludable.
La respuesta es otorgarle otra vez sentido a la vida.
Lo que yo sentía es igual a lo que sienten muchos papás y mamás. Hace 15 años que me encuentro con papás y mamás que perdieron hijos aquí y en el exterior y está ese derrumbe epistemológico, cuando a uno no le queda nada; uno queda vacío. ¿Qué dicen los papás? “Quedé vacío, me siento hueco”, “Siento que todo se derrumbó a mi alrededor”.
Yo acostumbro hacer algo que los que me consultan, saben de qué se trata. Yo digo que el campo afectivo donde lo podemos tener, ver, etcétera, está compuesto de distintos afectos. Cuando muere un hijo, no puedo dar una respuesta racional, mirar el campo afectivo y ver lo que quedó. El hijo que muere siempre es el único, porque es hijo único o porque hay 10 hijos más, pero él murió y el hijo que muere es el único. Ese hijo nos dejó vacío el campo afectivo. Acá no quedó nada.
Luego, en la respuesta ética que somos capaces de dar, vamos a ir repoblando otra vez el campo afectivo, con el amor que vayamos dando a los vivos que nos rodean. Porque el que no está –el que murió– nunca nos diría que nos dediquemos solamente a recordarlo a él y que no nos dediquemos a los vivos.
Nosotros podemos ir repoblando nuestro campo afectivo.
¿Qué otras cosas me dicen los papás que me visitan en el momento del derrumbe emocional? Lo habitual es que digan: “Mi vida no tiene sentido”, “Vivo porque no me animo a matarme”, “Vivo con el piloto automático”, “Voy y vengo, pero ya nada me interesa”.
La pérdida del sentido de la vida está relacionada a que “él se fue y se llevó el sentido de mi vida”. Y nosotros nos quedamos con esa frase. Pero yo no puedo decirle: “No, no es cierto. No se llevó el sentido de su vida”. No puedo decirle eso porque tal vez sea cierto. Además, no puedo ayudarlo porque no puedo devolverle a su hijo. La única forma de recuperar el sentido de la vida sería devolverle el hijo. Partamos de la base de que si digo que alguien perdió el sentido de la vida… Cambiemos la palabra.
La muerte de un hijo no tiene sentido, pero tiene una enorme significación. El significado es terrible y trágico, pero es un significado. Y ese significado se puede resignificar. Vamos a partir de ese significado trágico para resignificar su vida a través del propio esfuerzo. Hay cosas que nadie puede hacer por uno.
El duelo es un proceso activo. No te cruces de brazos esperando que el tiempo lo devuelva, porque no es así. Vos vas a encontrar la respuesta, pero tenés que hacer el egocidio. Vos no sos el protagonista, el protagonista es el muerto. No le quites el protagonismo a tu hijo. Yo sé que sufrís, pero el protagonista es tu hijo. Mirá los cambios que hiciste en vos. Sos otra persona.
Padres y madres vienen a visitarme en el momento del derrumbe epistemológico. También me visitan en otras instancias del duelo, cuando en general no pueden superar un obstáculo en el camino del duelo, cuando se quedaron empantanados frente a la culpa, a la bronca, al resentimiento, a la idealización o a un inútil sentimiento de fidelidad a quien ya no está.
No es necesario que hagamos una ostentación del dolor. Eso le daría la razón a la sociedad, que dice que somos discapacitados. ¿Para qué voy a hacer una ostentación del dolor? Lloro de punta a punta. ¿Para qué sirve esa ostentación del dolor? ¿Qué quiero demostrar, que yo quise a mi hijo, que si no lloro, no lo quise?
No tengo nada que demostrarle a nadie. Nadie pide cuenta de ustedes. Tenemos que recordar a nuestros hijos sí, con una lágrima, pero con dignidad. Esa ostentación del dolor es mezquina y egoísta. Es de alguien que está centrado en sí mismo y no en el que murió. No podemos hacer un protagonismo del dolor. Tenemos que tener respuestas dignas frente a la muerte.

EL DUELO COMO UN PROCESO


CHARLA DEL DR. BIANCHI EN LUJAN (PARTE 3)

Yo defino al duelo como un proceso. Un proceso es una sucesión de etapas. Cualquiera de ustedes sabe que uno va cambiando día a día, que no siempre está igual. Incluso, muchas veces, uno no está igual dentro del mismo día. Uno tiene grandes cambios. Entonces, el proceso del, duelo es la respuesta emocional normal frente a toda pérdida significativa. Decimos que no es una patología, no es una enfermedad. Es una respuesta que se extiende en el tiempo.

Ésta es una pregunta interesante: ¿el duelo finaliza?, ¿termina el duelo? En algunas escuelas psicoanalíticas se habla del final del duelo. Pero no hay tal final del duelo. El duelo es un sentimiento permanente. Los que estamos de duelo por haber perdido un ser entrañablemente querido, seguiremos estando de duelo hasta que nosotros vivamos. Entonces, ¿el duelo es un sentimiento permanente?

No es un sufrimiento permanente, en la medida en que nosotros podamos dar una respuesta saludable que nos permita volver a otorgar un sentido a nuestra vida que, de algún modo, es otorgarle un sentido a la muerte de un hijo.

Cuando la psiquiatría habla del final del duelo, de acuerdo a mis condiciones, y a lo que yo escribo, el final del duelo sería cuando uno logra el desapego. Es decir, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y unir dentro de uno el recuerdo cariñoso de ese hijo que no está, con nuestro propio proyecto de vida. Cuando nosotros podemos volver a caminar. Y lo que podemos caminar y hacia dónde caminamos está íntimamente relacionado con ese hijo que físicamente no está, que ha producido cambios tan importantes en nosotros.

Yo creo que cuando se llega al desapego, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y hace coincidir dentro de uno el recuerdo cariñoso de quien no está con nuestro propio proyecto de vida, es lo que la psiquiatría llama final del duelo.

El duelo es un sentimiento permanente.

Es nuestro compromiso el que sea un sentimiento permanente. Nosotros tenemos el enorme compromiso y la responsabilidad de sostener el vínculo amoroso que tuvimos con ese hijo o hija. Ellos no pueden hacer nada para ayudarnos, para que los recordemos, para que no los olvidemos. El compromiso y responsabilidad es del doliente, del que quedó. “Voy a hacer mi vida y seguir adelante”, pero con el recuerdo permanente y cariñoso de quien no está.

Esa situación de desapego va unida a la trascendencia al dolor. Trascender al dolor es hacer el egocidio, dejar el egocentrismo, levantar la vista y ver que a él también le duele. Trascender el dolor.

Por eso, para la Logoterapia –que es una de las escuelas psicoanalíticas que hay, la única que parte desde un concepto de alteridad, de respeto y conocimiento por el otro– el hombre que supera el dolor y llega al dolor de los demás, trasciende como ser humano. Nuestros hijos también trascienden su muerte física. Esa es nuestra responsabilidad y compromiso.

Ellos están en nosotros. Ellos nos ocupan, están en nosotros.

Ustedes ven que, al principio del duelo, cuando uno pierde algo, lo quiere encontrar, lo quiere recuperar. Cuando uno pierde un ser tan querido, lo busca para recuperarlo. “¿Dónde está?”. “¿Está en el cementerio?” y hay gente que va muy seguido al cementerio; así como hay otros que no fueron más que el día que lo llevaron al cementerio y no volvieron más. Mucha gente va mucho al cementerio porque está buscando a su hijo; creen que está allí. Yo iba mucho al cementerio al principio. Estaba muy confundido. Sin tener nada claro. Yo lo buscaba entrañablemente en el cementerio.

O no querer que se modifique nada de la habitación donde él vivía, en casa, porque para mí él estaba en su ropa, en sus camperas. Durante un tiempo, indudablemente tenían el olor de él. Entonces, uno lo busca, se abraza a una campera, o va al cementerio.

Yo creo que después, con el tiempo, los dolientes nos vamos dando cuenta de que no está en el cementerio. Además esto se puede comprobar fácilmente. Si ustedes van a un cementerio, van a ver que hay tumbas con flores y tumbas sin flores. Nada más lean las fechas y van a ver que las flores están en tumbas bastante recientes. No tengan duda de que hay muchas tumbas sin flores y cuando ven la fecha, son las más antiguas. La de Martín, por ejemplo, no tiene flores, y al principio estaba llena de flores. No sólo iba yo, sino mucha gente que lo quería. Pero la vida continúa para todos. Las flores menudean, cada vez hay menos, y las visitas al cementerio también van siendo menos.

Creo que no está mal que esto ocurra. Yo puedo ir menos o no ir, o ir esporádicamente porque yo siento que él está conmigo. Finalmente, lo he puesto ya no en la campera o en la ropa o en la habitación que él tenía; él está conmigo. Es decir que siento que voy y vengo y viajo con él. Por eso pude no ir más al cementerio. Por eso pude mudarme. Yo no quería mudarme porque la habitación de Martín era como un museo, yo no podía pensar en separarme de su habitación.

Cuando uno se da cuenta de que la muerte no es una ausencia, sino una presencia distinta y que ese ser que ha muerto no tiene objeto sustitutivo, pero nosotros lo podemos recuperar en otra dimensión, donde sí sigue existiendo, trasciende su muerte física dentro de lo que lo queremos.

Bueno, no sólo va menos gente al cementerio, con el tiempo también hay gente que a lo mejor nos visitaban, nos visitan menos o no quieren que hablemos de nuestros hijos. Por eso, durante un tiempo, el concurrir a un grupo de ayuda mutua, donde uno puede libremente recordar cosas de sus hijos creo que es algo necesario porque las puertas se van cerrando, si no.

Un grupo de ayuda mutua es un buen lugar. No es el único. Es un buen lugar. También conozco papás y mamás que no participaron de grupos de ayuda mutua y pudieron dar una respuesta valiente y saludable a la muerte de un hijo dentro de un proceso terapéutico; o llevados por su sistema de creencias; o un sacerdote los pudo ayudar.

De lo que sí estoy convencido es que el peor duelo es el duelo solitario. Nosotros tenemos que tener con quien poder hablar de nuestro hijo y recordar situaciones. En general, con el tiempo, podemos ir recordando situaciones alegres, situaciones risueñas. Podemos recordar, a lo mejor, a nuestro hijo con una sonrisa, porque algunos hemos tenido la suerte de disfrutar muchos momentos felices. Y de eso es de lo que nos tenemos que asir. De esos momentos felices.

Gabriel García Márquez dijo: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y atesora los buenos, y es gracias a ese artilugio que logramos sobrellevar el pasado”. Creo que es así, creo que es cierto.

Lo que uno extraña son los momentos felices del vínculo. Los momentos que se acompañaron con una sonrisa, un abrazo.

Describo en el libro, cuando hablo de los obstáculos y vicisitudes en el camino del duelo, que uno de esos obstáculos son las escenas temidas, son los momentos que siguen a la muerte: el velatorio, el entierro, la Morgue. Lamentablemente tuve que pasar por todas estas experiencias. Fueron dos o tres días que durante mucho tiempo me obsesionaron y me despertaban a la noche. Esas son las escenas temidas. No tiene sentido que les cuente esos tres días, pero se los podría contar sin mayor emoción porque es no es lo que yo extraño de Martín. Además, ¿quién extraña un velatorio?

Uno extraña los momentos felices. Me parece que Joseph Conrad tiene razón, nosotros tenemos que quedarnos con el recuerdo permanente y cariñoso de los momentos felices que pudimos haber disfrutado con ellos y de esa manera, entonces, el comentario acerca de nuestro hijo se puede acompañar de una sonrisa, de un momento de paz y serenidad.

viernes, 27 de agosto de 2010

Un llamado a una nueva existencia.

“Es necesario reconocer que una separación genera un duelo, la muerte de un padre o un abuelo así como lo hace un exilio, para una persona anciana solitaria, también la muerte de una mascota puede generar un profundo duelo, así como puede hacerlo la pérdida de una casa en la que hemos vivido y nuestros hijos se han criado, pero la muerte de un hijo genera algo enteramente distinto a la muerte de un padre o un abuelo y más aún a la de una mascota.

Todos los padres decimos que después de la partida de nuestros hijos, la vida cambia para siempre, pero, ¿cuál es este cambio?

La creencia generalizada es que ese cambio es para peor, esperándonos una vida de tristeza, sin embargo, Renacer desde sus orígenes se afanó siempre en mostrar que la muerte de un hijo es un llamado a una nueva existencia, y va más allá, no sólo a una existencia radicalmente nueva, sino una mejor existencia, una existencia que permita transformar una realidad no sólo personal sino una realidad que permita transformar una desgracia personal en un triunfo de la humanidad entera, en otras palabras, un acto de grandeza existencial.

Muchos dirán que eso es una tarea muy difícil a lo que deberemos responder que a grandes interrogantes grandes respuestas; ¿es que acaso la muerte de un hijo no es el interrogante más serio que la vida nos ha planteado? ¿Y es posible que nuestra respuesta sea tan solo la de conformarnos con atravesar las etapas de un duelo de manera más o menos adecuada o quedarnos estancados en él?

Es posible dar un gran salto desde el sufrimiento a la grandeza. Si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo de mirar más allá del mero duelo y tratamos de entrar en lo excepcional, en la verdad, que es el hallazgo de sentido a esa pérdida.

El sentido de toda situación es aquel accionar que es bueno para la persona, bueno para los que la rodean y bueno para la vida. En otras palabras, la oportunidad que existe en cada crisis nos permite acceder a la grandeza como consecuencia de la muerte de un hijo. Frente a esta extraordinaria posibilidad ¿Cómo conformarse con un mero transitar un duelo? ¿Cómo conformarse con un mejor o peor análisis de la culpa, el odio y cuantos sentimientos y emociones negativas se pueda mencionar?

Foucault nos dice que al vivir una situación limite, a partir de ahí, se abre el espacio en que se juega lo divino, de esta manera está planteada la disyuntiva de atravesar el duelo o arriesgarse al espacio en el que reina lo inefable.

Renacer nació para mostrar, a quien estuviese dispuesto, un camino de grandeza que es posible seguir y es por esta razón que ese mensaje fue captado y aceptado por padres de muchos padres de América y Europa; no fue aceptado por ser un grupo de duelo sino por su inquebrantable voluntad de acceder a esta grandeza y mostrar algo radicalmente nuevo para la humanidad.

Es obvio que el pensamiento sobre el duelo, con el que Renacer fue creado, difiere en gran medida de aquel que se encuentra presente en algunos de los grupos, y en del de quienes en sus disertaciones se mueven con gran soltura en el terreno del duelo.

En nuestra cultura es conocido que la muerte cuando llega de visita a un hogar da un nombre a los deudos de la persona que ha fallecido, así es de uso corriente que, de un momento para otro, alguien se transforme en viuda, viudo o huérfano, quienes prontamente pasan a estar en duelo, pero hay un caso puntual en el que nuestra cultura no ha sabido aún como nombrar a quienes permanecen de este lado de la vida, es el caso cuando muere un hijo y cuando esto sucede todos se estremecen y recuerdan entonces que la muerte de un hijo no tiene nombre…

En la medida en que aún no existe palabra ni lenguaje que nombre a los padres que pierden hijos, todos los conceptos vertidos hasta ahora sobre el duelo por una muerte que al venir da nombre a los deudos, tales como viudez u orfandad, carecen de vigencia, carecen de sentido cuando se los aplica a los padres que pierden hijos; son sólo meras apariencias.

Cuando no hay nombre es necesario pensar lo no pensado, en el sentido de un proceso de creación auténtico, yendo más allá de un mero desocultar algo que ha permanecido oculto, hay que ir más allá de los límites, más allá de los paradigmas vigentes.

Renacer es la historia de ese transcurrir, pero de una manera distinta de la hasta entonces considerada como “clásica”, alejada de todo tutelaje del ser sufriente, sea éste químico, psicológico, religioso o social, descubriendo, en el proceso de hacer camino al andar, la dimensión espiritual, donde tienen su origen aquellos fenómenos específicamente humanos, aquellos que han de permitir la búsqueda señalada.



Frente a esta circunstancia en la que una persona está inmersa y en la que debe desarrollar su vida a partir de ella, no es que tenga que desarrollar su duelo o su dolor, tiene que desarrollar una nueva existencia, pues la existencia de una persona está por encima de su dolor, la existencia es una cuestión integral comprende la totalidad de la vida.



Seguramente, que a todos nos cuesta vivir, no hay tarea más difícil que vivir la propia vida, aun antes de la partida de un hijo; hay que levantarse todos los días, hay que enfrentarse al patrón o enfrentar a quien sea y nos cansa, no tenemos la recompensa y los dineros no alcanzan; es muy difícil; es tan difícil que para muchas personas la muerte de un hijo es la excusa perfecta para abandonarse y decir: “yo haría el esfuerzo si no fuera que se me ha muerto un hijo”; la excusa perfecta para no hacer nada, a esos papás tenemos que mostrarles esa realidad, que cuando perdemos un hijo, hablar en términos de duelo, hablar en términos de elaboración de emociones y elaboración de sentimientos, son palabras muy pequeñas para lo que podemos alcanzar, son logros que si uno mira, son bien subterráneos, no es un lugar elevado.



Por supuesto que algunas personas, algunos papás querrán hacer esto y no hay nada malo en que lo hagan, que trabajen elaborando un duelo priorizando sus emociones y sentimientos; la tragedia, en el fondo, sería que el grupo Renacer no pudiese mostrarle a esos papás que hay algo que trasciende a todo eso, que hay algo que cualitativamente es superior a todo eso, que hay nuevos mundos por explorar y, por sobre todo, mundos que son posibles de ser transformados por nosotros, mundos en los que podemos hacer espacios para aquello que no es infierno.



Hay que buscar nuevas palabras, un nuevo lenguaje para definir lo que es la pérdida de un hijo; el dolor no se elabora, el dolor se trasciende, se busca un sentido a esto que nos pasó, se busca un sentido a la tragedia que nos tocó vivir, no se busca la resignación, no se busca la paz ni la serenidad como objetivo último, hemos vivimos un acontecimiento límite, una circunstancia, un cambio radical tratar de forjar una nueva humanidad, tratar que toda nuestra experiencia sirva para crear mundos de amor, tolerancia, respeto, solidaridad y compasión, no declamados sino vividos.



Es un cambio existencial, pues no somos las mismas personas y no podemos querer seguir siendo los mismos, cuando somos libres para elegir ser mejores personas o peores, aunque la libertad duele, pues ser peor persona es facilísimo, ni siquiera hay que levantarse de la cama, no exige ningún esfuerzo, el desafío es: ¿qué hago de aquí en adelante?



A veces se dice hay un antes y un después: NO; seremos mejores o peores personas, cuando decimos que hay un antes y un después estamos buscando las causas, los por qué; ser mejores personas es buscar una finalidad, nosotros buscamos el para qué. En esto nos ayudó Elisabeth Kübler Ross cuando habla de un despertar espiritual con estas palabras: “por más absurdo que pueda parecer, el hecho de perder un hijo podía provocar en los padres un verdadero despertar espiritual”



El objetivo es encontrar sentido a esta tragedia y cuando se le encuentra sentido, lo más maravilloso es que nuestros hijos no se van en vano, es que su partida no es estéril, es que este sufrimiento es germen, es tierra fértil en este corazón, para que crezcan nuevas raíces, una nueva planta, planto un nuevo árbol cuyas ramas lleguen al cielo.



Nosotros estamos cada vez más convencidos que cuando un hijo muere no hay, en realidad, algo como un duelo que sea posible transitar sin morirnos en el intento. Por eso estamos convencidos que hay que mirar más allá del duelo, hay que clavar la mirada, el corazón y el sentido en aquello que está más allá de nuestra realidad tal como hasta ahora hemos podido representarla. Es necesario trabajar con una nueva realidad, una realidad que comienza a dejarse ver a través de este camino de espiritualidad al que la muerte de un hijo nos abre las puertas. Toda otra visión, todo otro proyecto, enfrentado a éste queda disminuido.”



Alicia Schneider Berti-Gustavo Berti

gyaberti@calamuchitanet.com.ar



Este es un aporte a la difusión del pensamiento de Renacer, a través de la palabra de los creadores de los Grupos Renacer, Alicia y Gustavo Berti. Agosto de 2010.



Ulises, Ana y Enrique

De Renacer Congreso – Montevideo Uruguay, “Por la Esencia de Renacer”

domingo, 22 de agosto de 2010

Mensaje de Gustavo y Alicia Berti al Grupo Villa Constitución en su 1er. reunión

Queridos papás de Renacer Villa Constitución:

Con alegría les hacemos llegar a través de la distancia un abrazo estrecho y los mejores deseos para esta hermosa tarea que hoy inician.

Al acercamos al otro que sufre con la mano extendida la partida de nuestros amados hijos deja de ser una tragedia sin sentido para adquirir un valor inconmensurable.

De una experiencia límite como la que nos ha tocado vivir, pueden surgir seres infinitamente más compasivos y generosos de lo que alguna vez creimos ser. La vida necesita seres compasivos.

Frente a lo que no podemos cambiar, siempre tenemos la libertad de elegir la actitud con la que nos enfrentaremos a lo que nos tocó vivir. Esa es nuestra opción y nuestra responsabilidad.

Nuestros hijos nos enseñan el significado del verdadero amor, ya que es en su nombre que decidimos emprender este maravilloso camino de la ayuda mutua, camino que nos lleva inevitablemente a reemplazar el dolor por amor.

El dolor pasa, el amor todo lo puede, es más fuerte y es para siempre.

Lo mejor para todos, un nuevo abrazo

Alicia y Gustavo Berti

sábado, 14 de agosto de 2010

“RENACER” – ISLA VERDE – 1er. ANIVERSARIO (Palabras de los Hermanos)

En este primer aniversario queremos agradecer a nuestros padres por haberse unidos, compartir el dolor y recorrer el mismo camino.

Hoy queremos hablar, de personas muy importantes, nuestros hermanos, nuestros grandes amigos.

En la partida, ellos se llevaron un pedazo de nuestro corazón y muchos recuerdos compartidos.

Sin que nadie se de cuenta sufrimos por no poder verlos, abrazarlos y por ese gran vacío de nuestros queridos padres.

Ellos se fueron para cumplir un gran rol y este es ser nuestros Ángeles, supieron llevarnos siempre por el camino correcto y guiarnos para encontrarnos con este grupo de personas que sienten lo mismo, se contienen mutuamente y así pudimos darnos cuenta que no somos los únicos y podemos salir adelante recordándolos de la mejor manera.

Nosotros como hermanos esperamos todos los días que vuelvan, sin querer aceptar que no van a volver, que se fueron a un maravilloso lugar.

Como hijos siempre quisimos ver a nuestros padres felices y con esta partida los hemos visto desgarrados de dolor y de mucho llanto sin poder hacer nada para consolarlos, pero siempre tuvimos fuerzas para enfrentar día tras día esta partida. Ellos dejaron huellas que nunca se borraran, se nos hace muy difícil pensar un futuro sin ellos, pero nunca olvidemos que perdimos a alguien muy especial pero ganamos un ángel por siempre.

A modo de reconocimiento a nuestros padres por habernos dado la posibilidad de ser hermanos de estos ángeles les entregamos esta flor en su nombre, que nunca se marchitara y estará siempre viva.

jueves, 12 de agosto de 2010

El perdón

El perdón es uno de los actos más nobles que puede consumar una persona, aunque como recurso curativo ha sido subutilizado. Se ha demostrado científicamente que perdonar resulta una eficaz medicina, por ser una especie de bisturí simbólico que corta el cordón umbilical que nos une al dolor, lo nutre y lo conserva. Su efecto positivo en la salud física y espiritual mejora nuestra calidad de vida en sentido general.
Pero, perdonar no es una tarea fácil, porque demanda fortaleza y valentía de la persona que se siente ofendida. Contrariamente a lo que muchos piensan, olvidar un agravio es un acto de fortaleza, no de debilidad; porque involucra una gran dosis de voluntad para superar la parte animal del ser humano y vencer el impulso de la venganza.

¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PERDONAR?
Perdonar es gran un desafío, por el valor que concede nuestra cultura al YO y al EGO. Se nos hace ver que perdonar es un símbolo de debilidad. Pero no es cierto, porque olvidar una ofensa, ultraje, escarnio, injuria, insulto o maltrato es un acto valiente que lleva implícito una gran integridad.
Si bien perdonar es un acto que resulta tan positivo y terapéutico muchas personas se niegan a hacerlo por varias razones, entre ellas:
- Piensan que esta actitud es una manera de demostrar que "tienen la razón"
- Consideran que es una forma de controlar la situación o de mantener cierta ilusión de control.
- Lo utilizan como un medio para evitar la intimidad.
- Tratan con eso de eludir sentimientos más profundos de tristeza, desesperación, dolor, abandono y rechazo.
- Estiman que es una forma de hacerse escuchar, castigar o de desquite.
- Utilizan esta actitud como para insistir en que el problema es suyo, no de otra persona.
- Entienden que actuando así logran que la vida continúe tal como está y evaden la claridad que podría proporcionar un cambio al cual temen.
¡FUERA EL RENCOR!

Caroline Myss, autora del best seller "Anatomía del espíritu", afirma que mantener vivo el rencor es como si te hubieran hecho una herida física y a cada instante la abrieras para sentir lo terrible y dolorosa que es.
El psicólogo norteamericano Michael E. McCullough y su grupo de colaboradores estudiaron la personalidad de los vengativos, los procesos y aptitudes que requiere el perdonar y los efectos saludables que de ahí se derivan. g Concluyeron también en que perdonar puede optimar la calidad de vida, la presión arterial, el sistema inmune y prevenir la depresión, la ansiedad.
Los textos sagrados de distintas religiones, como el budismo, el hinduismo y el cristianismo, aconsejan la absolución y la gracia del perdón ante las ofensas sufridas. De manera, que en la dimensión de nuestra vida como creyentes es aconsejable que sepamos perdonar para así obtener la gracia divina.
El perdón nos ayuda a reducir el resentimiento, el enojo y la irritación; sentimientos que desarrollan en la persona un sentido de culpa, zozobra e agitación. El rencor, el coraje y el deseo de venganza dañan el cuerpo y el alma, porque provocan emociones negativas en el cerebro e impiden un funcionamiento sereno y equilibrado.

¡Perdonemos! porque el perdón es un instrumento de reconstitución y encuentro y a través de él no solo vamos a favorecer nuestra salud física sino también para calmar nuestro espíritu, lograr la paz interior y la gracia divina.

lunes, 2 de agosto de 2010

Semillas somos – Jorge Bucay


En el silencio de mi reflexión

percibo todo mi mundo interno

como si fuera una semilla,

de alguna manera pequeña e insignificante

pero también pletórica de potencialidades.

...Y veo en sus entrañas

el germen de un árbol magnífico,

el árbol de mi propia vida

en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene

el espíritu del árbol que será después.

Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil,

absorbiendo los jugos que la alimentan,

expandiendo las ramas y el follaje,

llenándose de flores y de frutos,

para poder dar lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe

cómo llegar a ser árbol.

Y tantas son las semillas

como son los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños

esperan el tiempo de germinar,

echar raíces y darse a luz,

morir como semillas...

para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos

que a su vez nos digan, en su solidez,

que oigamos nuestra voz interior,

que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino

con símbolos y señales de toda clase,

en cada hecho, en cada momento,

entre las cosas y entre las personas,

en los dolores y en los placeres,

en los triunfos y en los fracasos.

Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez enceguecedora.

Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos...

Y un día, mientras transitamos

este eterno presente que llamamos vida,

las semillas de nuestros sueños

se transformarán en árboles,

y desplegarán sus ramas que,

como alas gigantescas,

cruzarán el cielo,

uniendo en un solo trazo

nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,

...una sabiduría interior las acompaña...

porque cada semilla sabe....

cómo llegar a ser árbol...

Envia Patricia Lagunes

domingo, 1 de agosto de 2010

EL EGOCIDIO


CHARLA OFRECIDA POR EL DOCTOR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 2)

Dentro de ese derrumbe del que hablábamos, yo siento, mirando para atrás, que yo he tenido un desgarro emocional muy grande, pero que he sido muy egoísta en aquel momento porque, tal vez, me había centrado en mi propio sufrimiento, como si el protagonista fuera yo. Desatendía los vínculos afectivos que, por suerte, me quedaban. No he sido, en un principio, un padre contenedor para mis hijos vivos. Ocupado en mi sufrimiento y dolor, los he desatendido, de algún modo. Y también a mi pareja, que durante tiempo tuvo que convivir con alguien triste, muy afligido; ella tuvo la delicadeza de aceptar ese estado emocional mío.

Tiempo después pude hacer conscientes estas debilidades que uno tiene. Los que han leído algunos de mis escritos –o el libro–, habrán podido leer alguna página que dice: “Quiero disculparme”, donde me disculpo con mis hijos vivos, por haberlos desatendido durante algún tiempo, sin siquiera ver que ellos también estaban de duelo: habían perdido un hermano. A mí me parecía que todo el sufrimiento era mío. No sé qué fantasía tenía, que el mundo debía consolarme a mí.

Dejé de atender y de trabajar como profesional. No recuerdo cuánto tiempo, pero fue bastante. Un año, digamos. Yo no podía ir a la consulta porque ningún problema que me presentaran me parecía de la importancia que tenía el mío. Es decir que no pude volver a trabajar, hasta que yo no entendí que cualquier problema es problema para quien lo padece y que necesita ser comprendido y entendido desde su problemática y no desde la comparación con otros problemas.

Entonces, yo, en mi omnipotencia, creía que ningún problema podía ser como el mío. Y además, los pacientes sabían lo que había sucedido. Muchos de ellos estuvieron muy cerca de mí, incluso en los momentos posteriores a la muerte; es como que los pacientes me cuidaban a mí. No me querían hablar de lo que para ellos era un problema porque también ellos pensaban que era poco problema, comparado a lo que yo tenía. Así que no tenía sentido que yo trabajase de esa manera.

¿Cuándo volví a trabajar? Tal vez cuando pude empezar a hacer mi egocidio.

Esa es una palabra que uso habitualmente en mis escritos. El egocidio es la muerte del ego, la muerte de la soberbia. Es el aceptar que yo no soy el ombligo del mundo. Es el aceptar que a mí me puede pasar lo que le puede pasar a cualquiera; que las generales de la ley también son para mí. Recién allí uno puede levantar la vista, salir de uno mismo, levantar la vista para mirar al otro y entender que el otro tiene problemas. Mientras uno no haga el egocidio, no empieza la respuesta que el destino o Dios nos pide cuando se muere un hijo.

De acuerdo al sistema de creencias, uno puede elegir Dios o el destino. El sistema de creencias tiene su peso en todo esto.

Me sirvió desde un principio el Grupo Renacer. Con ellos pude volver, con el tiempo, a hacer una broma, a reírme sin sentir, por esto, que estaba olvidando a mi hijo. Las primeras salidas, los primeros asados los hacíamos en esa comunidad unida en torno al duelo, que era, en aquel momento, ese grupo Renacer. Allí uno se sentía libre de poder contar un chiste y reírse, porque sabían que los padres no van a pensar: “¿cómo se puede reír, si se le murió un hijo?”. Eso lo puede pensar la sociedad, los de afuera.

La sociedad tampoco sabe qué hacer con nosotros. Porque ellos tienen un conocimiento racional de lo que es el duelo y, entonces, muchas veces nos dicen frases hechas: “El tiempo todo lo cura”; o la palmada en el hombro y: “bueno, bueno, hablemos de otra cosa”. La sociedad no sabe qué hacer con nosotros. Pero no hay que extrañarse. No tienen que extrañarse que alguien que los conoce, al verlos en la calle se cruce de vereda para no saludarlos. No es que sean malos. No saben qué decirnos. También está el que no puede hacernos un llamado telefónico. No nos puede hablar.

Como cambian tanto las cosas después del derrumbe emocional, hay gente que por ahí no esperábamos que estuvieran tan cerca, y están más cerca. Y, a los que esperábamos que estén, no pueden. Nosotros no hicimos ningún curso para perder un hijo. Ni la sociedad, llámese familia, amigos, tampoco hicieron un curso para saber qué se le puede decir al que ha perdido un hijo.

En este metie todos somos aprendices. Pero con el tiempo y, en principio, los grupos ayudan. Y nos vamos dando cuenta de algunas cosas: que tenemos que aprender a convivir tal vez con esta segunda piel para poder estar otra vez en sociedad, para evitar, a lo mejor, una suerte de censura social, que considera que todo aquel que ha tenido un derrumbe epistemológico es un discapacitado. Pueden comentar: “Era muy bueno, pero después que murió el hijo…” pareciera que ya no somos tan confiables. Consideran que somos distintos.

Están en lo cierto: somos distintos. Pero no porque seamos discapacitados. Somos distintos porque somos mejores personas, porque esta crisis nos da la oportunidad de crecer espiritualmente, de ser mejores personas y de tener otra mirada hacia el dolor de los demás. Por eso, muchos de nosotros le hemos otorgado, a lo mejor, un sentido a la muerte de un hijo –o más de un hijo– y un nuevo sentido también a nuestra vida, en función de una respuesta que hemos podido dar desde la espiritualidad. No hay otro lugar. Nosotros somos Cuerpo, Mente y Psique –espíritu–. Independientemente de una doctrina religiosa. Desde una doctrina religiosa o no, la única respuesta que puede ser dada a una pérdida tan grande es desde la espiritualidad