martes, 27 de abril de 2010

Renacer Buenos Aires: Talleres de Especificidad

Desde Renacer Buenos Aires los invitamos a la Jornada de los Talleres de Especificidad que se realizará el sábado 15 de mayo de 2010, a las 14,30 horas, en la escuela French y Beruti, ubicada en Basavilbaso esquina Juncal (Zona de Retiro), Capital Federal.

Esta actividad nos permite, excepcionalmente y solo una vez por año, ser más “pares entre pares”, experiencia que puede resultar muy enriquecedora, y que nos permite llegar a la conclusión, que más allá de la forma como murieron nuestros hijos, el dolor es el mismo, y por sobre todo, lo que nos rescata y ayuda a encontrar un nuevo sentido a nuestras vidas es el amor.

Los talleres son los siguientes:

1) Muerte súbita - San Martín de Tours –

2) Enfermedad - San Cayetano-Belgrano –

3) Suicidio – San Miguel y Olivos –

4) Pérdida de bebes y pèrdida de embarazos – San Miguel y Pacheco –

5) Homicidio – San Justo, Morón y Olivos –

6) Accidente – Albariño –

7) Hermanos - Lanús, San Miguel, Olivos –

Horarios de la Jornada:

Inscripción para los talleres 14,30 horas

Iniciación de los mismos 15 horas

Finalización 18 horas

Compartir a partir de las 18 horas

La organización de la mesa para compartir estará a cargo de Renacer Balvanera, si hay algún voluntario para colaborar con esta tarea, será bienvenido.

¡¡Los esperamos!!

jueves, 22 de abril de 2010

sábado, 17 de abril de 2010

La Ayuda Mutua como Factor de Renovación Cultural, Moral y Ética


Por Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

Hemos deslizado con anterioridad la noción de que lo que motiva a las personas a ingresar a un grupo de ayuda mutua es el deseo de que las cosas no sigan siendo como son, el deseo de cambio, pero no de un cambio material sino de una transformació n interior, para ser más precisos es un anhelo de crecimiento interior. Afán absolutamente realizable si tenemos en cuenta el
dictum filosófico que nos dice que el anhelo de una cosa presupone la existencia de la cosa anhelada. Este deseo de cambio nos instala en sintonía conceptual con Zygmunt Bauman, catedrático de Sociología en la Universidad de Leeds, Inglaterra, para quien cultura significa la capacidad de hacer las cosas diferentes a como son, el futuro diferente al pasado, Bauman cita a
Santayana diciendo que “cultura es un cuchillo hendido hacia el futuro”.

Es necesario antes de continuar hacer una breve aclaración en la medida que nos estaremos refiriendo específicamente al grupo Renacer, y es que, sin embargo, estamos convencidos de que esta propuesta, que se ha aplicado exitosamente en un grupo existencial, es aplicable a todos y cada uno de los grupos de ayuda mutua, independientemente de la causa que origine la
pertenencia, precisamente porque el ingreso está motivado por esa voluntad de cambio a la que nos hemos referido, voluntad que es la misma en todos los integrantes: si así no lo fuese nadie ingresaría en grupo alguno.

Retornando al concepto de cultura, éste abre una línea de pensamiento enteramente nueva, a partir de la cual estamos en condiciones de ver a la ayuda mutua como una renovación en la cultura de una sociedad. Para Keith Tester, cultura es a la vez:

“Expresión de la conciencia de que existe una alternativa y un estimulo para que hombres y mujeres piensen de manera diferente, siguiendo sendas no autorizadas, acerca del mundo en que viven, trabajan y mueren” (Tester Ambivalencia de la Modernidad :23)

A Tester le faltó agregar el mundo en que esos hombres y mujeres sufren, entonces su definición hubiera sido completa, pero al menos nos permite ver a una comunidad de pares sufrientes como un frente de lucha contra el concepto que afirma la cultura como un instrumento de continuidad y resistencia al cambio, y permite, además, ver a toda estructura como opuesta al cambio. Es a partir de esta imagen que podemos ver a los grupos como una realidad culturalmente revolucionaria, como es la de transformar un hecho a todas luces trágico, como es la muerte, el sufrimiento o la culpa en un triunfo del espíritu humano —impensado e inimaginado anteriormente— , expresado en un trascender como hombres al levantarnos por sobre nuestro
dolor para ayudar a un hermano que sufre y asumir, sin requerir nada a cambio, nuestra responsabilidad para con el Otro dando así, en palabras de Levinas, testimonio de la gloria del infinito y del ser inspirado.

También Husserl por cultura entiende:
“el conjunto total de logros que vienen a la realidad merced a las actividades incesantes de los hombres en sociedad y que tienen una existencia espiritual duradera en la unidad de la conciencia colectiva y de la tradición que la conserva y la prolonga. Tales logros toman cuerpo en
realidades físicas, hallan una expresión que las enajena de su creador original; y, sobre la base de esta corporalidad física, su sentido espiritual resulta luego experimentable por cualquiera que esté capacitado para revivir su comprensión”. Husserl, Edmund. Renovación del Hombre y la
Cultura. Cinco Ensayos, Anthropos, Barcelona, 2002.

Husserl nos habla de una conciencia colectiva y una existencia espiritual que se manifiesta en aquella, proposiciones estas que adquieren vida en los grupos, en tanto y en cuanto el mensaje que se corporiza en el colectivo esté basado en pensamientos sobrios y racionales, y que otorguen claridad a la esencia de la meta que se persigue. De esta manera los logros, desprendidos de sus creadores pueden, a posteriori, ser experimentados por otras personas, en otros grupos y, por extensión, extrapolados a la comunidad entera merced a la nueva actitud ante la vida asumida por los integrantes. En este punto es necesario volver a Husserl, quien sin proponerlo específicamente para la tarea de los grupos de ayuda mutua, expresa, circa 1923, conceptos que pareciera hechos a medida para tal tarea:

“Una nación, una colectividad humana vive y crea en la plenitud de su fuerza cuando la impulsa la fe en sí misma y en el buen sentido y la belleza de su vida cultural; o sea cuando no se contenta con vivir sino que vive de cara a una grandeza que vislumbra, y encuentra satisfacción en su éxito progresivo por traer a la realidad valores auténticos y cada vez más altos. Ser un miembro digno de tal colectividad humana, trabajar junto con otros a favor de una cultura de este orden, contribuir a sus más sublimes valores, he aquí la dicha de quienes practican la virtud, la dicha que los eleva por sobre sus preocupaciones y desgracias individuales” Husserl, Edmund.
Renovación del Hombre y la Cultura. Cinco Ensayos, Anthropos, Barcelona, 2002:1
A primera vista pareciera imposible que de un colectivo de personas golpeadas por el destino de forma tal que no encuentren alternativas a su tragedia otras que agruparse con compañeros de ruta, pudiera emerger una transformació n cultural asentada sobre bases morales y éticas que tuviesen la suficiente fuerza para derramarse sobre una sociedad supuestamente sana y que es la que debería haberse levantado para contener y acoger a quienes transitaban por su hora más oscura, por esa noche negra del alma, pero este supuesto imposible es, en efecto, una realidad que cuestiona severamente a la misma sociedad. Sobre este aspecto, de fundamental importancia, volveremos en breve al considerar lo que los grupos aportan a la comunidad.

Origen del grupo Renacer

La creación del grupo Renacer, para padres que pierden hijos, irrespectivamente de la edad y causa de la muerte, nos permite ver en la practica el desarrollo de una intuición moral en el tiempo y la manera de sustentar dicha intuición de manera que pudiera desprenderse de sus
creadores y repetirse en otro tiempo y espacio. Renacer es el resultado de esa intuición moral de dos personas que reconocieron, después de perder un hijo, que las cosas no debían necesariamente ser como eran, que podían ser de otra manera, y que, pudiendo ser de otra manera existía la posibilidad de que fuesen mejores de lo que eran; de que esa elección era de índole moral y que ser moral significa estar dispuesto a ayudar y deseoso de hacerlo.
Pioter Kropotkin, anarquista ruso del siglo 19, afirmaba que ser moral para el hombre era dar a los demás siempre más de lo podía esperarse de ellos y que, sin la intervención del estado o la sociedad, la condición natural del hombre era la ayuda mutua. Esta misma intuición moral fue la que llevó a otras dos personas, un médico y un corredor de bolsa, ambos alcohólicos, a reunirse en 1935 en Akron, Ohio, Estados Unidos para dejar de beber apoyándose el uno al otro; el logro de tal intuición, desprendido eventualmente de ellos, se hizo extensivo luego a millones de personas.

Cuando al principio dijimos en Renacer que no había que detenerse en los porqué sino en los para que, estábamos dando un mensaje de libertad. Al priorizar la finalidad (para que) por sobre la causalidad (porqué) estábamos indicando que el hombre no se determina por la causalidad, que siempre es libre para elegir la finalidad (el para qué), libre para elegir otra cosa qué, para ver, y decidir, que las cosas siempre pueden ser distintas y, por sobre todo, mejores de como son, dado que hay algo que los humanos nunca podremos conseguir y es dejar de ser libres, indeterminados, inacabados, incompletos.

Analizando estos aspectos o guías llegamos a la intuición, solo corroborada muchos años después, que ser moral es una decisión personal que consiste en conocer que hay algo bueno y algo malo, mientras que la ética es una construcción social, es decir grupal en el caso de los grupos de ayuda
mutua. Tiempo después, leyendo a Levinas, aprendimos que cuando vemos al mundo desde la óptica de la ontología nos movemos en la categoría de antes y después, es decir de la causalidad que habíamos rechazado desde el principio, desde el inicio de la tarea grupal, mientras que cuando nuestra visión del mundo se regía por la moral nos movíamos en la categoría de mejor y peor, y ya en las primeras reuniones habíamos considerado que después de atravesar una conmoción existencial, como es la pérdida de un hijo no podíamos seguir siendo las mismas personas que antes, que algo en nosotros había cambiado para siempre, que la vida se había invertido como un guante que se saca dado vuelta sobre sí mismo, y que a partir de entonces sólo podíamos ser o mejores o peores personas, pero nunca más las mismas. Es decir que desde el comienzo estábamos trabajando en el plano de lo moral, tratando de llegar a la construcción de normas que dieran lugar a lo ético, intento que no se pudo llevar a cabo dado que es imposible normatizar sobre el sufrimiento, la muerte y la culpa, y el más allá. Más tarde aprendimos que se puede ser ético sin ser moral, puesto que al ser la ética una construcción social, puede haber normas dictadas por una Fundación o Institución con personería jurídica que establezcan que es ético atender a las personas sufrientes en días y horas determinadas, pero si un hombre sufriente mira a nuestro rostro reclamando ayuda en un día fuera de lo establecido por las normativas, ¿puedo yo postergar mi ayuda sobre la base de esas normas? Y si lo hago ¿soy entonces una persona moral? Como vemos, la ética puede ser enemiga de la moral, puede ser un escudo eficiente para no asumir la responsabilidad moral para con el Otro que me reclama.

En la ayuda mutua cobran vigencia las aserciones del Rabino Hillel, 70 años antes de Cristo: si no lo hago yo ¿quién lo hará?, si no hago ahora ¿cuándo lo haré? y si lo hago sólo por mí entonces ¿qué soy yo? Esta es una de las razones por la que nos oponemos a la estructuración de Renacer o de cualquier otro grupo de ayuda mutua, sea como Fundación o como grupo con personería jurídica.

Cuando llega el momento de difundir la tarea hacia la comunidad en la que vivimos y hacia otras comunidades se plantean problemas nuevos.
Fundamentalmente se plantea el problema de cómo transmitir esa intuición moral que ha brotado en el núcleo de dos personas, al lenguaje del grupo.
Esto nos lleva a la necesidad de tener un modelo que permita traducir y transmitir nuestra intuición inicial a padres de muy distintos lugares para que puedan repetir esta experiencia sin la presencia de los iniciadores. Por ese entonces contábamos con elementos que nos servirían de referencia para dicha elección: 1- haber nacido de una intuición moral, 2- Trabajábamos
priorizando la finalidad antes que la causalidad, 3- Concebíamos a Renacer no como un “lloratorio” o un grupo de duelo sino como un oasis de paz y esperanza, un lugar al que concurríamos para calmar el mar embravecido de nuestras emociones y sentimientos, en otras palabras veíamos a Renacer como santuario, en el sentido de lugar de protección.

Esta metodología de trabajo que se desarrollaba desde lo moral a la finalidad, entendiendo a esta como la libertad para elegir los para qué de nuestro sufrimiento, marcó, sin que por entonces lo pudiéramos definir con esta claridad conceptual, el camino y la dirección futura de los grupos
Renacer, permitiendo que pudieran crearse en lugares lejanos y sin la presencia de los iniciadores de este mensaje. En este momento de la búsqueda de un modelo y aún sin encontrar al que aparece luego como el más apropiado, ya estábamos en condiciones de poder descartar algunos de ellos como no aptos para la tarea en ciernes, principalmente algunos modelos psicológicos que se basan fundamentalmente en la categoría de causalidad y en criterios conductuales.

Resumiendo, fue necesario encontrar un modelo que reconociera la libertad del hombre y junto con la libertad la responsabilidad que de ella emana; un modelo que reconociera en el hombre la libertad de elegir no sólo el para qué de su sufrimiento, sino el mismo sufrimiento como una condición esencial de la existencia y reconociera en ese hombre sufriente la capacidad necesaria para encontrar sentido en su tragedia. Estas ideas de moralidad, ética, libertad y paridad entre sus integrantes y, finalmente, responsabilidad por la propia vida y la manera en que la vivimos formaron el núcleo fundamental de la tarea de Renacer desde el momento inicial y, con mayor firmeza e intensidad, a partir del momento en que comenzó a expandirse fuera de Río Cuarto.

La espiritualidad en la ayuda mutua
Hemos visto ya el papel fundamental que juega la espiritualidad en los grupos de ayuda mutua. Esta es un existencial humano, es un fenómeno que tiene origen en, y a la vez muestra, la dimensión espiritual del ser humano. Espiritualidad es, entonces, la condición de espiritual del ser humano. En el fondo de los anhelos y propósitos de todos los grupos de ayuda mutua y también en los de autoayuda, yace, con mayor o menor claridad, el de acceder a la espiritualidad (decimosegundo paso de la metodología de Alcohólicos Anónimos). Cuando tratamos de definir a ésta (espiritualidad) entramos en terrenos complejos en los que a la intuición le faltan las palabras para definirla. Las lenguas occidentales poseen términos muy deficientes para describir los estados ampliados de conciencia, por esa razón hemos acudido a conceptos del Dalai Lama que nos dan una definición de espiritualidad que transcribimos porque nos parece adecuada para todas las creencias, sean o no religiosas:

“La espiritualidad, en cambio, me parece algo relacionado con las cualidades del espíritu humano, como son el amor y la compasión, la paciencia, la tolerancia, el perdón, la contención, el sentido de la responsabilidad, el sentido de la armonía, etc., que aportan la felicidad tanto a uno mismo como a los demás. Así como el ritual y la oración, junto con las cuestiones del nirvana y la salvación, están directamente relacionadas con la fe religiosa, estas cualidades internas (las espirituales) no tienen por qué estarlo. Por lo tanto, no existe razón alguna por la cual no deba el individuo desarrollarlas, incluso hasta su grado máximo, sin recurrir a ningún sistema de creencias religiosas o metafísicas. Por eso digo algunas veces que la religión es algo sin lo cual nos podríamos pasar. En cambio, de ninguna manera podemos prescindir de esas cualidades espirituales básicas” Quienes practican una religión sin duda tienen razón cuando afirman que esas cualidades o virtudes son el fruto de un empeño genuinamente religioso, y que la religión por tanto tiene muchísimo que ver con su desarrollo y con lo que podríamos llamar ‘la practica espiritual’. De todos modos, más vale que seamos claros sobre este punto. La fe religiosa
exige la práctica espiritual” DALAI LAMA. El arte de Vivir en el Nuevo Milenio. Grijalbo, Revelaciones, Madrid, 2000
Foucault llama espiritualidad a la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad, por lo que él
considera espiritualidad al conjunto de esas búsquedas, practicas y experiencias que pueden ser las purificaciones, las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las modificaciones de la existencia, que constituyen, no para el conocimiento, sino para el sujeto, para el ser mismo
del sujeto, el precio a pagar por tener acceso a la verdad. Prestemos atención aquí a aquello que es de capital importancia para comprender cabalmente lo que son, no sólo Renacer, sino todos los grupos de ayuda mutua: dice Foucault en palabras claras lo que muchos de nosotros hemos experimentado, que las modificaciones de la existencia son puerta de acceso a la espiritualidad y por ende a la verdad y la libertad. Nos dice que aquellos a quienes se le cambia la existencia radicalmente se les otorga como premio el de acceder a la verdad. E interróguense ahora si no es
correcto que después de perder un hijo ya no podemos seguir siendo la misma persona que antes, como hemos sostenido desde la primera reunión de Renacer, el 5 de Diciembre de 1988. Esta manera de acceder a Renacer en términos de verdad y su consiguiente opuesto, nos coloca ya en el pensamiento filosófico y no en el psicológico, otra de las razones porque es incorrecto
fundamentar la tarea del grupo en el análisis psicológico de las emociones y sentimientos. Pero se plantea ya el problema o, mejor dicho, se reproduce la vieja lucha entre la verdad como experiencia y la verdad por conocimiento, y ya veremos, siguiendo a Foucault, como esto ha influido y aún influye en Renacer.

Foucault postula que para que se dé la espiritualidad en una persona es preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se convierta, en cierta medida, en distinto de sí mismo como medio de acceder a la verdad, que ésta sólo es dada al sujeto a un precio que pone en juego el ser mismo
de éste, o sea que no puede haber verdad sin una transformació n del sujeto.
Continúa Foucault, citando lo que él llama efecto “de contragolpe” de la verdad sobre el sujeto —y aquí tenemos algo sumamente importante para nosotros los que permanecemos en grupos de ayuda mutua—, insistiendo en que, para la espiritualidad, la verdad no es simplemente lo que se da al sujeto para recompensarlo por el acto de conocimiento. La verdad es lo que ilumina al sujeto, lo que le da la bienaventuranza, lo que le da la tranquilidad del alma.

Si nosotros no somos capaces de ver a Renacer, u otro grupo de ayuda mutua, con estos ojos jamás seremos capaces de comprender la razón por la que muchos integrantes permanecen por años en un grupo, precisamente porque han accedido a la verdad y con ella a la liberación, la iluminación y la paz del alma. Estar en la verdad equivale a estar lúcido, consciente, despierto, alerta ante un mundo que se ha vuelto transparente, sin velos que lo distorsionen. Por el contrario, si evaluáramos a un determinado grupo desde una perspectiva psicológica sólo podríamos decir que algunos integrantes continúan participando durante mucho tiempo porque se han hecho adictos al grupo o dependientes de los ayudadores.

Para dar más énfasis a la necesidad de verdad y libertad es preciso analizar el comienzo de la escritura del Nuevo Testamento desde la visión de Levinas, en donde la Palabra, el Verbo, que es acción, aparece en el suelo árido del desierto, donde nada se fija. Esta metáfora es muy útil para el mensaje de cualquier grupo: allí en el desierto de la desesperanza, donde nada se fija por lo que todo es libre, es necesario elegir entre esa libertad con la subsiguiente responsabilidad y angustia propia de cada elección, o la tranquilidad de no hacer esfuerzo alguno y morirnos donde nada puede crecer.

Frente a esta manera de acceder a la verdad por experiencia, por trasformación interior, de manera impensada y arrojado a ella por una situación límite —en la que, como dice Nietzsche se tensa tanto la cuerda del arco que ahora nos es posible tomar como blanco las metas más lejanas— se opone aquel sistema de pensamiento que sostiene que se puede acceder a la verdad mediante el conocimiento y sólo a través de él. A partir de ese momento, y sin que sea necesario alteración alguna en su ser, el sujeto puede acceder a la verdad. Por supuesto con condiciones de dos órdenes, y ninguna espiritual. Por un lado las reglas que se deben respetar, condiciones de forma, de método, objetivas, etc.; por otro lado condiciones culturales como haber estudiado, tener una formación, ser aceptado por cierta comunidad científica, etc. Como se puede ver así comienza, a partir de esta concepción del acceso a la verdad, el origen de estructuras de poder en el mundo occidental, puesto que para acceder a ella ahora se hace necesario el permiso de la autoridad correspondiente; en otras palabras, durante siglos para acceder al conocimiento, y con él a la verdad, fue necesario la presencia de un intermediario y así, en la figura del intermediario, comienza a gestarse la dominación del sujeto, ahora no alcanza tampoco con tener talento o capacidad, sino que se ha tornado necesario tener también el permiso para ello. Esta figura del intermediario todopoderoso en relación al sufrimiento continúa aún hoy con plena vigencia en la figura del analista de la psiquis humana: para acceder a la verdad interior la persona necesita de un intermediario que le guía, le indica, le autoriza y, eventualmente, lo domina merced a la imposición de valores.

Pero como todo crimen tiene su castigo, la condena para aquellos sistemas de pensamiento que sostuvieron que se puede acceder a la verdad mediante el conocimiento se plasmó en el hecho de que ya la verdad no fue capaz de salvar al sujeto, ya no trajo con ella la iluminación y la paz interior. Esto es de capital importancia para la tarea de la ayuda mutua. En efecto, en el esquema de los doce pasos adoptados por muchos grupos, el acceso a la espiritualidad constituye el duodécimo paso; a él se llega como resultado de haber realizado correctamente una serie de tareas merced a las cuales la persona reconoce sus problemas y aprende como corregirlos, tareas
implicadas en los pasos uno al undécimo; en otras palabras, se espera lograr la espiritualidad a través de procesos cognitivos, cuando en realidad sólo se puede llegar a ella merced a un cambio existencial.

Continúa Folcault diciendo que la noción de conversión, de espiritualidad se borra al estructurarse un movimiento. Bauman, desde otra visión, nos dice que la ética puede borrar la moralidad, que una construcción social, una estructura social pude enmascarar aquello que es privativo del hombre como individuo, nos encontramos, una vez más, frente a una estructura con poder de sujeción de la persona. Así vemos que se puede pasar de la pertenencia a un grupo por el acceso que permite a la espiritualidad, a la pertenencia por adhesión a la estructura, hecho que nos sitúa, nuevamente, en medio de la lucha entre las dos concepciones de acceso a la verdad.

La paridad en un grupo remite a la ausencia de autoridades y al eterno tema de la filosofía, que es el de la verdad, la libertad y la relación entre ambas. Toda institucionalizació n genera poder, el poder genera control, el control genera sujeción, la sujeción implica dominación, éstas anulan la libertad de ambas partes. La relación entre el que tiene poder y el dominado no es una relación entre pares sino de condescendencia. Esto no es ayuda mutua. La ausencia de poder no es anarquía: la ausencia de poder es libertad. El poder siempre ata el poderoso al dependiente. La libertad es la esencia de la verdad y el acceso a la verdad nos hace libres. Frankl ha dicho que el sufrimiento hace al hombre lúcido y al mundo transparente, en otras palabras, el sufrimiento inevitable puede ser, y para muchos de nosotros ha sido, la puerta de acceso a la verdad y con ella el ingreso a una libertad nunca antes experimentada como tal. Esto es, si se quiere, una definición de la espiritualidad, tan anhelada por tantos grupos que aún se denominan de autoayuda. Esta es otra de las razones por las que creemos que un grupo no debe transformarse en una estructura, pues ésta requiere cargos y los cargos generan poder y se comienza el ciclo que lleva a la pérdida de la libertad.

Hemos mencionado que el acceso a la verdad a través de un cambio radical en la existencia proporciona al individuo, según Foucault como recompensa, el acceso a la iluminación, por lo que se hace necesario ahora indagar sobre el significado de la iluminación en occidente, qué significa para los integrantes de un grupo y, a su vez, qué significado tiene para la sociedad la emergencia de individuos que han alcanzado dicha condición. Aquella inquietud, la del significado de la iluminación, fue planteada por un periódico en Berlín, el “Berlinische Monatschrift” a sus lectores en Noviembre de 1784, y el que contesta a esa inquietud es nada menos que Emmanuel Kant, quien el 30 del mismo mes comienza su carta diciendo que iluminación es la liberación del hombre del tutelaje en el que ha incurrido él mismo, y define al tutelaje como la incapacidad del hombre para hacer uso de la razón sin la dirección de otro. Insiste Kant en que es muy difícil para un individuo aisladamente liberarse de una vida de tutelaje, agregando que si se da la libertad la iluminación es una consecuencia natural.

Aportes de los grupos a la comunidad

Hemos iniciado este capítulo con el análisis de la aparición de grupos de ayuda mutua como consecuencia de una decisión moral de algunas personas arrojadas a un cambio de existencia radical por la acción del destino; esto nos ha llevado a considerar los aspectos morales y éticos de dicha tarea y más adelante a valorar la espiritualidad como una consecuencia natural del mismo cambio existencial que motiva la aparición de la ayuda mutua; cómo la espiritualidad se relaciona con la verdad y la libertad y cómo a consecuencia de esta se produce la iluminación y la liberación del tutelaje en el que las personas han incurrido. De esta manera hemos llegado a descubrir que en su esencia los grupos de ayuda mutua representan un frente de lucha a la idea —y más que idea deberíamos hablar de la realidad— del hombre tutelado o, en términos franklianos, del hombre determinado, sea por la sociedad con sus estructuras opuestas al cambio, sea por el destino o por sí mismo, por la resistencia a asumir responsabilidad por la propia vida y así separase del rebaño. Husserl resistía la idea de que un ser humano rechazara el combate moral, sosteniendo que éste, en la medida en que fuese serio actuaba como generador de valores y que, por el sólo hecho de plantearse tal combate, la personalidad del que lo llevara a cabo se elevaba
a nivel de la verdadera humanidad. Vemos que en los grupos esta idea de Husserl se hace realidad.

El significado social de un grupo de personas que se han desprendido de sus condicionamientos, de su tutela, pero aceptando a la vez plena responsabilidad por sus actos no puede ser ignorado en una época en que el desamparo, la violencia indiscriminada, la ignorancia sistematizada del Otro como par, el abandono de la fe en el Estado benefactor, en las instituciones y finalmente en el prójimo, ha traído consigo una nueva serie de desordenes de orden social para los que ésta nueva sociedad de individuos solitarios no tiene respuesta.

Una realidad, no reconocida, de los grupos de ayuda mutua es que, por su misma esencia, constituyen una de las más firmes fronteras, en una comunidad dada, contra la discriminació n. En efecto, en cualquiera de estos grupos un alto ejecutivo puede tener que escuchar un consejo de un cadete de su empresa que es más veterano en el grupo, demostrando así, con este simple ejemplo, la paridad y la ausencia absoluta de todo tipo de diferencias entre los integrantes. Es muy difícil que una persona que ha pasado algún tiempo en un grupo discrimine a otros integrantes de la comunidad por causa alguna y, aunque no figure en manuales de dirección de
empresas, es muy probable que cualquier miembro de un grupo tenga sobrada capacidad para relacionarse con el personal de una manera más digna y humana. En oposición a esta realidad, vemos que las personas que ostentan altos cargos y que se vanaglorian de ellos, aquellos que tienen poder, y lo ejercen, sobre otras personas, generalmente no ingresan a grupos de ayuda
mutua, y si lo hacen su permanencia en ellos es muy limitada. En efecto, es muy difícil para una persona poderosa ingresar a un grupo y pedir ayuda puesto que solo no ha podido superar su crisis. Estas personas acuden a los auxilios de la medicina o la religión .
Es curioso, y no deja de ser una paradoja, el que grupos que han debido formarse para crear alternativas a respuestas sociales insuficientes, cuando no inapropiadas, a problemas existenciales, puedan luego devolver individuos libres y responsables, solidarios y más compasivos a esa misma sociedad que no pudo, no supo o no quiso albergarlos en su hora más difícil. Si en la vida diaria habíamos asumido responsabilidad por el Otro fundamentalmente en el ámbito familiar, en un grupo, en una comunidad de pares sufrientes esta responsabilidad comienza a extenderse para abarcar a “los Otros”, y en ese extenderse nos hacemos conscientes que todos somos responsables por lo pueda pasarle a cada uno de nosotros y así, de esta manera, el radio de acción de nuestro quehacer responsable puede ampliarse a la comunidad en que vivimos, y en última instancia a la humanidad entera, refutando la idea del hombre como lobo del hombre; esto nos recuerda nuevamente a Kropotkin para quien ser moral significaba dar a los demás más de lo esperaba de ellos, con lo que vemos que la dimensión de lo moral no solo inicia sino que también cierra el fenómeno de la ayuda mutua.

Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

viernes, 16 de abril de 2010

RENACER NO DEBE TERMINAR SIENDO UN GRUPO DE DUELO

Jueves 15 Abril 2010 a 10:25 pm (Berti, Alicia y Gustavo, Esencia de Renacer)


Por Alicia y Gustavo Berti, 15 de abril de 2010

Hacia mucho tiempo que no nos sentábamos a escribir sobre la muerte de un hijo. En realidad nunca lo hemos hecho sino como parte de algo superador de dicha instancia, tal como hemos entendido desde siempre al grupo Renacer.

Muchos de quienes lean estas líneas no nos conocen, tampoco nos han escuchado o leído lo que hemos escrito sobre la ayuda mutua en la muerte de un hijo, tampoco tenían por qué hacerlo.

Nos motiva a escribir el hecho que en el blog de Renacer la inmensa mayoría de los comentarios tiene que ver con el duelo y una visión psicologista de éste y casi ninguno con los aspectos más elevados, tanto existenciales como espirituales del mensaje de Renacer. Esto nos lleva a pensar que de seguir este camino, en algún tiempo se corre el peligro que Renacer se transforme en un grupo de duelo en el que predomine el lamento y la catarsis dejándose de lado los aspectos trascendentes del mensaje.

Cuando se cumplieron 20 años de tarea ininterrumpida con los grupos decidimos dar un paso al costado y dejar que los grupos siguieran con su tarea de la manera en que interpretaran el mensaje, porque Renacer es eso, nada más que un mensaje; un mensaje que viene de nuestros hijos, fluye a través nuestro y se dirige a la vida. Un mensaje que los mensajeros deben entregar con coraje, con entereza, con la frente en alto y, por sobre todas las cosas, con dignidad.

Pero ese mensaje no es de sufrimiento, de nuestro sufrimiento, no es un lamento doloroso, no es un transitar las etapas del duelo, no es un lidiar con las culpas, con la frustración, con la desesperanza, con el odio, ¡no, no es eso! y repetimos: es el mensaje de nuestros hijos, es un mensaje de amor, un mensaje que en pocas palabras nos dice que fuerte como la muerte es el amor, un amor incondicional que no necesita de la presencia del ser amado para habitar nuestro corazón, crecer y expandirse a la vida.

Hemos dicho casi desde el inicio que hay dos maneras de ver a Renacer, una es como un lugar donde pueden ponernos una mano en el hombro y abrazarnos y decirnos que saben lo que es esto, que nos comprenden, y eso sirve pero no alcanza, como suponemos que ustedes lo habrán experimentado; la otra manera de verlo es como un lugar al que vamos a dar algo nuestro para mantener latente el recuerdo y la memoria de nuestros hijos, y si ustedes eligen, como lo ha hecho la inmensa mayoría de padres a quienes le hemos hecho este planteo, la segunda opción, entonces es cuando se plantea una pregunta crucial, tan importante que puede cambiar por completo la vida de quienes aceptan el desafío: Si vienes al grupo a dar algo tuyo en memoria de tu hijo ¿Qué vas a dar? Todos los padres, sin excepción, expresaron “lo mejor” ¿y qué es lo mejor? “Amor” fue la respuesta. En ese instante se dan cuenta que las emociones intensas características de los primeros tiempos, tales como la tristeza, pena, lamentos, culpas, odio, desesperanza, etc., empalidecen, pierden razón de ser, ante la profundidad del amor.

¿Acaso no te das cuenta que lo único que puedes dar en nombre de tu hijo es amor?


Los padres descubren que, a pesar del dolor, el amor no ha muerto, y ante la invitación a dar ese amor en nombre de los hijos, deben asumir la responsabilidad de hacerlo, por los hijos que no están, por los que nos rodean y finalmente por nosotros mismos, porque si la vida aún espera algo de nosotros, es porque aún tenemos mucho para hacer. Se recupera el sentido de la autovalía.

Si llevamos el planteo sobre nuestras emociones y sentimientos al plano de la psicología o la psiquiatría para tratar de analizarlas o encontrarle una respuesta estamos en problemas, pues sencillamente no la hay… no importa cuán diligentemente la busque, simplemente en ese plano no hay respuestas. Si esto les resulta difícil de aceptar ha de ser suficiente con entrar al blog de Renacer y ver los comentarios de los padres la mayoría de los cuales permanecen ahogados en medio de emociones y sentimientos negativos. No se vislumbra una salida.

Si ahora retomamos el concepto de asistir al grupo como una manera de mantener latente el recuerdo de nuestros hijos vemos que cuando priorizamos el amor y decidimos darlo en homenaje a esos hijos, todos los sentimientos y emociones negativas pierden razón de ser.

Muchos dirán que eso es una tarea muy difícil a lo que deberemos responder que a grandes interrogantes grandes respuestas; ¿y acaso la muerte de un hijo no es el interrogante más serio que la vida nos ha planteado? ¿Y es acaso posible que nuestra respuesta sea tan solo la de conformarnos con atravesar las etapas de un duelo de manera más o menos adecuada o quedarnos estancados en él?

Para graficar la diferencia que existe entre dedicarse a pasar el duelo, que es lo que la psicología y la psiquiatría proponen, y lo que Renacer ha propuesto desde su mismo inicio en Diciembre de 1988 vale usar una frase de Schopenhauer que dice así: “El talento se parece al tirador que da en un blanco que los demás no pueden alcanzar; el genio se parece al tirador que da en un blanco que los demás no pueden ver”. Esta frase es lo suficientemente grafica como para mostrar las diferencias existentes.

En todas nuestras charlas jamás hemos hablado del duelo y cuando nos hemos referido a emociones y sentimientos negativos lo hemos hecho para tratar de mostrar la futilidad de demorarnos en los grupos en su análisis, pero sí hemos puesto énfasis en hablar sobre lo que está más allá de todo eso, sobre cómo esta enorme crisis existencial nos convoca, nos llama a una respuesta que abre las puertas a un profundo camino de humanización que va mucho más allá del amor vertido sobre nuestra familia, un camino que muestra la verdad existencial de una famosa frase de Martin Buber: “Los sentimientos habitan en el hombre; el hombre habita en el amor”

Es necesario ahora hacer una breve aclaración a modo de introducción del pensamiento nuestro, y por extensión de aquel con el que Renacer fue creado, sobre el duelo, pensamiento que difiere en gran medida de aquel que se encuentra presente en algunos de los grupos, y en quienes en sus disertaciones se mueven con gran soltura en el terreno del duelo. Sabemos que esto ha de generar debates y es bienvenido que así sea, pues solo de esta manera hemos de continuar creciendo y estar más preparados para ayudar a quienes han de seguirnos; es pues nuestra esperanza que el debate se genere, pero éste deberá transcurrir por el terreno de las ideas y nunca por la alabanza o denigración de las personas. Mientras tanto y con el fin de hacer más comprensible nuestro pensamiento hemos de seguir moviéndonos en el terreno del duelo, aceptándolo como presente luego de la muerte de un hijo, pero no como única alternativa posible.

Martin Heidegger, uno de los filósofos contemporáneos que mayor influencia han tenido sobre el pensamiento moderno, ha abierto interrogantes cruciales sobre el significado del ser y la palabra. Para este fenomenólogo alemán del siglo 20, donde no hay palabra no hay nombre y por lo tanto no hay ser, entonces es necesario pensar lo no pensado, pero no en el sentido de pensar lo que se oculta detrás del pensamiento, sino lo verdaderamente no pensado aun. Es un proceso de creación auténtico, hay que ir más allá de un mero desocultar algo que ha permanecido oculto, hay que ir, por lo tanto, más allá de los límites, más allá inclusive de la misma verdad.

En nuestra cultura es conocido que la muerte cuando llega de visita a un hogar da un nombre a los deudos, así es de uso corriente que de un momento para otro alguien se transforme en una viuda, un viudo, un huérfano, y demás deudos quienes prontamente pasan a estar en duelo, pero hay un caso puntual en el que la muerte no ha sabido aún cómo nombrar a quienes permanecen de este lado de la vida, y ese es el caso cuando muere un hijo. Cuando esto sucede todos se estremecen y recuerdan entonces que la muerte de un hijo no tiene nombre…

En la medida en que aún no existe palabra ni lenguaje que nombre a los padres que pierden hijos, todos los conceptos vertidos hasta ahora sobre el duelo por una muerte que al venir da un nombre a los deudos (viudez, orfandad), carecen de vigencia, carecen de ser cuando se los aplica a los padres que pierden hijos; son, en estos casos, sólo meras apariencias.

A partir de estos conceptos se torna claro el desafío: No existe un “duelo” convencional por la muerte de un hijo, es necesario buscar nuevos caminos, nuevos territorios, pensar lo aún no pensado, osar desafiar los límites, inclusive los del mismo lenguaje, los del propio Dios cuyo nombre, según Foucault, pone un límite intraspasable al lenguaje y con él al propio ser. Una vez más nos encontramos en la búsqueda del ser a partir de la nada (Muerte)

Entre el límite de lo que la palabra significa o puede nombrar y la búsqueda de un lenguaje que nos obliga a descubrir aquello que está más allá de todo límite, entre estas dimensiones transcurre el sufrimiento por la muerte de un hijo.

Y aquí estamos, de nuevo con el duelo. Entonces bien vale detenernos en algunas consideraciones sobre el mismo. Éste es un sentimiento ante pérdidas significativas (el psicoanálisis habla de la pérdida de un objeto libidinal, lo que sea que esto signifique) y entonces estamos frente a un problema: la pérdida de un abuelo genera un duelo, la de un padre otro duelo, la de un hijo otro distinto y ahora vale la pena detenernos nuevamente: ¿qué significa un duelo distinto? Porque es necesario ser honesto y reconocer que una separación genera un duelo, así como lo hace un exilio y para una persona anciana solitaria la muerte de una mascota puede generar un profundo duelo, así como lo hacen la pérdida de una casa en la que hemos vivido muchos años y donde nuestros hijos se han criado.

Sin embargo la muerte de un hijo genera algo enteramente distinto a la muerte de un padre o un abuelo. ¿Estamos hablando entonces de una diferencia cualitativa o cuantitativa? ¿Hablamos de duelos leves, moderados o severos o hablamos de cualidades de respuestas enteramente distintas?

¿La muerte de un hijo debe generar un duelo más intenso o peor o debe generar una respuesta de una cualidad enteramente distinta? ¿Acaso Renacer no fue una respuesta distinta, otra que un duelo, a la muerte de un hijo? ¿O piensan ustedes que Renacer fue creado para ser un grupo de duelo conducido por personas legas, es decir no profesionales? En otras palabras, lo que estamos tratando de decir es que la muerte de un hijo no puede terminar en un mero atravesar un duelo o terminar en un duelo permanente.

Todos los padres decimos que después de la partida de nuestros hijos, la vida cambia para siempre, pero, ¿cuál es este cambio? La creencia generalizada es que ese cambio es para peor, esperándonos una vida de tristeza, Renacer en sus orígenes se afanó siempre en mostrar que la muerte de un hijo es un llamado a una nueva existencia, y vamos más allá, no solo a una mejor existencia, sino a una radicalmente nueva, una que permita transformar una realidad no solo personal sino universal, una realidad que permita transformar una desgracia personal en un triunfo de la humanidad entera, en otras palabras, un acto de grandeza existencial.

Veamos, entonces, cómo es posible dar el gran salto desde el sufrimiento a la grandeza. Si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo de mirar más allá del mero duelo y tratamos de entrar en lo excepcional, en la verdad, que es el hallazgo de sentido en la pérdida, esto significa permanecer en lo universal dándole la unicidad de nuestra propia vida, la unicidad de ese sufrimiento personal madurado, cambiado, en fin mejorado adecuadamente por cada uno de nosotros, entonces lo universal al darse en la unicidad del individuo reafirma su universalidad y allí reside la grandeza (Jaspers). Recordemos que el sentido de toda situación es aquella posibilidad que es buena para la persona, para los que la rodean y para la vida. En otras palabras, la oportunidad que existe en cada crisis nos permite acceder a la grandeza como consecuencia de la muerte de un hijo. Frente a esta extraordinaria posibilidad ¿Cómo conformarse con un mero transitar un duelo? ¿Cómo conformarse con un mejor o peor análisis de la culpa, el odio y cuantos sentimientos y emociones negativas se pueda mencionar?

Jaspers, hablando de la excepcionalidad en el sufrimiento nos dice: “La marginalidad en el sufrimiento que aplasta pero no llega a destruir la existencia ofrece posibilidades extraordinarias: la posibilidad de experimentar los límites, que permanecen ocultos al que vive amparado y, así, lograr la máxima conciencia de la realidad total de la existencia; la posibilidad de ver al hombre como hombre desnudo, despojado del ropaje que lo viste la sociedad integradora, más por eso mismo, a la vez, al hombre como hombre en su dignidad; alcanzar la máxima probidad conforme se rasgan todos los velos de las convenciones que la comunidad de intereses proclama inviolables; ver lo aparentemente imposible en su realidad y, así, osar desafiarlo a pesar de todo, llevando acaso el desafío hasta el extremo de lo desaforado, de lo absurdo. Se trata, pues de experiencias y posibilidades de conocimiento desde un lugar que en realidad no lo es, que se sustrae a toda posibilidad de ubicación porque le es negada”. En consonancia con Jaspers, Foucault nos dice que “La transgresión (el pasar los limites de los que habla Jaspers) abre a partir de ese límite que indica lo sagrado, el espacio en que se juega lo divino” Así, de esta manera está planteada la disyuntiva: atravesar el duelo o arriesgarse al espacio en que juega lo inefable.

Renacer nació para mostrar a quien estuviese dispuesto este camino de grandeza que era posible seguir y es por esta razón que ese mensaje fue captado y aceptado por padres de muchos países de América y Europa. No fue aceptado por ser un grupo de duelo sino por su inquebrantable voluntad de acceder a esta grandeza y mostrar algo radicalmente nuevo para la humanidad, tan nuevo que ha sido capaz de instaurar la primera memoria colectiva que trabaja a favor de la vida en lugar de hacerlo en contra de…

En junio de 1997 escribíamos en la revista de Renacer que, desde el momento de la creación del grupo hemos trabajado, y debemos seguir haciéndolo, con aquello que es universal a nosotros, lo que es esencial a todos los padres que pierden hijos y esto es el sufrimiento que esa pérdida nos ocasiona y no las emociones o sentimientos que ese sufrimiento produce. Hemos puesto tanto énfasis en trabajar con aquello que es común a todos porque es precisamente la esencia, lo universal, lo que hay de común en las particularidades, lo que representa la unidad de la especie. Si trasladamos ahora esto a Renacer vemos que lo universal en las particularidades que somos cada uno de nosotros, con emociones y sentimientos tan personales y por ende disímiles, es el sufrimiento y vemos así que este universal representa, a su vez, la unidad de los grupos. Este universal es imperecedero, el sufrimiento siempre será sufrimiento —y lo que cada uno decida hacer con él—, mientras que las emociones y sentimientos son siempre perecederas y cambiantes y aquí vemos, implícito, un aspecto de fundamental importancia en el mensaje de Renacer: por amor a nuestros hijos, los que partieron y los que aún quedan, debemos reemplazar el sentimiento de dolor por un sentimiento de amor, y porqué, como seres humanos que somos, podemos hacerlo, se transforma entonces y en nombre de ese mismo amor en un imperativo ético, como veremos más adelante. El trabajar a partir del sufrimiento y no desde las emociones presenta la particularidad de que permite trabajar con una verdad irrefutable y obtener, a partir de ella, otras verdades de la existencia. También es necesario decir que si bien hablamos de sufrimiento como siendo universal, esencial, reconocemos que lo existencial yace en la respuesta que cada uno de nosotros le da a ese sufrimiento

Vale la pena analizar en detalle el aspecto de la memoria colectiva, noción que parte de los labios de una madre uruguaya en un encuentro nacional de Renacer Uruguay en Mercedes, Uruguay, en 1997. Allí esta madre cuyo nombre no recordamos nos dijo que durante mucho tiempo luego de la muerte de su hijo temió que, siendo solo ellos dos sin familia alguna, al morir ella desaparecería el recuerdo de su hijo de la faz de la tierra, pero luego estando en Renacer se dio cuenta que eso no sucedería puesto que el rostro, el nombre y anécdotas de la vida se su hijo permanecerían en la memoria de todos los padres del grupo. Cuando ella terminó de hablar un papá se levanto y comentó que cuando iba a misa nombraba a cada uno de los hijos de los padres de su grupo y fue en ese día en que nos dimos cuenta que en los grupos se estaba forjando la memoria colectiva de los jóvenes que habían partido prematuramente y fue un sentimiento muy particular, mezcla de alegría por el descubrimiento y al mismo tiempo una gran responsabilidad.

Seguramente ustedes han de preguntarse el porqué de una gran responsabilidad. Para contestar a este interrogante es necesario imaginar a esta memoria colectiva como un hermoso jardín al que vamos a plantar una planta o un árbol en memoria de nuestros hijos, jardín en el cual cada uno deberá elegir si planta una planta hermosa, de coloridas flores o una ortiga o algún yuyo. Obvio es decir que las plantas que uno elige representan los sentimientos que cada uno añade a esta memoria colectiva. Y esto está en concordancia con esa manera de ver a Renacer como un lugar donde vamos a dar algo nuestro en memoria de nuestros hijos.

En instancias en que ni la religión ni la medicina pueden aportar las respuestas que ese hombre que sufre y pugna por salir airoso necesita, es cuando cabe lugar para la Ayuda Mutua, ayuda con mayúsculas, sin eufemismos; ayuda que sólo puede provenir de otro hombre doliente que ha sido capaz de elevar su mirada por sobre el propio dolor y darse cuenta que, en palabras de Antonio Machado, el ojo que él ve no es ojo porque él lo vea, sino que es ojo porque a él lo ve, es ojo porque existe alguien al frente para mirarlo. Y así, porque un hombre doliente encuentra sentido a su tragedia en el servicio y otro reclama esa ayuda que sólo un igual puede brindarle, nace Renacer y nos ofrece la oportunidad de llegar a ese encuentro con el otro y sí, merced a éste encuentro, ambos, ayudador y ayudado logran elevar la mirada y dirigirla hacia el mundo, en vez de pensar cada uno en su propio problema, entonces, juntos habrán alcanzado la autotrascendencia en su modalidad más noble: la renuncia a su propio sufrimiento, a su propio dolor. Ustedes dirán ¡Renunciar a mi dolor! No solo es imposible sino que no queremos hacerlo; a veces es todo lo que me queda de mi hijo. Pues bien, recuerden por un lado que somos portadores de una memoria individual que debe integrarse a una memoria colectiva y debemos decidir qué aportar a esa memoria.

Por otro lado, en esos momentos en que pareciera que ya nada tiene o puede tener sentido, cuando experimentamos nuestra vida como vacía, es justamente entonces que estos grupos presentan la particularidad de ofrecer una posibilidad de sentido colectivo, es decir trabajo, afecto, creación y capacitación para el grupo y esto puede ser igual para todos los miembros y mantenerse hasta que cada uno de ellos encuentre el sentido único e irrepetible en su propia vida. Renacer representa ese espacio de lo inefable de manera colectiva: ahí está para quien quiera asumir el desafío. Esto no significa que este sea el único camino que Renacer muestra, sino que, por el contrario, es un camino que no se le puede negar a quien quiera asumir ese desafío que es, a la vez, expresión de ese habitar en el amor del que habla Buber y, por extensión, del mensaje de nuestros hijos, quienes han atravesado la puerta del amor y la compasión total. Es por esto que los grupos deben hacer un esfuerzo para mostrar a los padres que hay un camino distinto del camino del dolor pues este el que primero convoca, el más aparente y que menos riesgos conlleva, pero… ¿Es acaso el mejor camino? ¿Es el camino que hubieran elegido nuestros hijos?

Luego de todas estas consideraciones estamos en condiciones de responder a una pregunta que en ustedes debe haber estando gestándose desde hace tiempo: todo esto parece muy lindo, ¿Pero cómo hago para transitar este camino que Renacer me ofrece? Pues bien, el camino está en la esencia de Renacer y tiene ojos, voz y rostro: es el hermano que sufre y está frente a mí, pues si todo mi dolor sirve para que un hermano sufra menos, entonces habrá valido la pena de ser vivido. Pero ¿Cómo hacer para sacar a los integrantes de estados de profunda concentración en sí mismo y preocuparse por el otro?

Pero la pregunta que aparece ahora es: ¿como si el que sufre soy Yo puedo desapegarme de mi sufrimiento? ¿Cómo puedo trascender mi yo psicológico y ver al sufrimiento como un fenómeno que hace a la esencia de la humanidad, que hace, al decir de Buda, a la Verdad de la Existencia? Ciertamente esto es imposible en la medida en que el ser sufriente permanece aislado experimentando el sufrimiento como existente en él mismo, únicamente en él. Solamente si deja vibrar su corazón en resonancia con otro corazón sufriente, sólo si, como decía Unamuno “Al oírle un grito de dolor a mi hermano, mi propio dolor se despierta y grita en el fondo de mi conciencia”, es decir merced a uno de los fenómenos humanos por excelencia: el servicio por el amor y a través de él la ayuda mutua.

Para llevar a cabo esta tarea se debe comenzar por aprender nuevas maneras de comunicación que partan desde lo mejor de cada uno hacia lo mejor del otro, aprender en ese proceso a ver al otro como aquel para quién yo soy el otro. Debemos darnos cuenta que no puede existir grupo de ayuda mutua alguno sin la presencia del hermano que sufre — ¿qué clase de grupo sería si yo fuese el único integrante?— Y lo mejor de cada uno es ese amor que aún tenemos, por nuestros hijos, por la vida, por Dios o por uno mismo, puesto que si los corazones estuviesen secos, sin nada de amor, nadie estaría en grupo alguno. Es entonces, a través de ese amor por el hermano que sufre y que está frente a mí, que podemos darnos cuenta que, en homenaje a nuestros hijos, hemos comenzado a reemplazar el dolor y desesperación por amor.

Elizabeth Lukas nos deja la convicción de que “toda persona, aunque psíquicamente sea sumamente contrahecha y acorralada, podrá salvar su alma por la entrega de un poco de amor” Y el amor es humilde, es desapegado y es autorrenuncia, y estas tres características humanas han estado eventualmente ocultas, o aún ausentes en la existencia de muchos de los integrantes de los grupos, y las tres son fenómenos que reflejan la autotrascendencia humana. Hemos llegado así a “descubrir”, desocultar, que la respuesta del hombre al sufrimiento yace en la trascendencia, y se hace evidente una conclusión más: el sufrimiento no puede ser curado, ni resuelto, ni elaborado, el sufrimiento sólo puede ser… trascendido.

Ayuda a transitar el camino el hecho de que que el grupo se deba, por encima de todas las cosas, a los padres nuevos y a los que más sufren. Para hacerlo propone una tarea basada en la autotrascendencia, el sacrificio y la autorrenuncia. Por autotrascendencia entendemos la capacidad del ser humano de orientarse a algo o alguien que no es él mismo, como es una persona a quien amar, una tarea que cumplir, o bien hacia algo no concreto, como sucede con los valores de actitud que, si bien emanan del hombre, no están dirigidas a sí mismo, sino a la vida, a Dios, o a nadie en particular. Estos tres sentidos de nuestra autotrascendencia confluyen en uno sólo, como quizás en ninguna otra ocasión en la vida, en los grupos de ayuda mutua: el ser sufriente a quién amar se vuelve la tarea a cumplir a través de los valores de actitud. Esta dedicación sin reparos a aquellos padres que recién ingresan o son más nuevos tiene una recompensa, no buscada, de enorme valor, que reside en el hecho existencial de producirse el olvido del propio dolor al preocuparnos por el dolor de los demás.

Esta dedicación a los padres más nuevos suele ser cuestionada por algunos padres con mayor antigüedad en los grupos, quienes expresan su interés por “continuar creciendo”, por seguir en el camino del “crecimiento “interior” y ven este camino dificultado por esa dedicación. A esto contestamos con el mayor de los énfasis que el “crecimiento interior” tan buscado consiste en la cada vez más cercana aproximación a la compasión vivida (no reflexionada). En otras palabras: no se llega a ser compasivo a través de la lectura o la reflexión, sino merced al amor compartido con aquellos con quienes el destino común nos ha hermanado. En cuanto al dedicarse a los padres nuevos, ¿qué importa cuántas veces escuchemos a otros padres hablar de su sufrimiento, si nosotros mismos somos, cada vez, personas distintas?

A lo largo de estos años hemos acercado a una nueva propuesta para los grupos de ayuda mutua, un nuevo camino a recorrer por los seres sufrientes; camino que partiendo de la desesperanza de la soledad existencial y un sufrimiento sin sentido aparente, nos conduce a una existencia valiosa, auténtica, que se afirma a sí misma en una lucha laboriosa y honesta, no para no sufrir, no para olvidarnos, sino para reafirmar nuestra decisión de volver a empezar una y cuantas veces sea necesario, pero haciéndolo con la frente alta, mereciendo, como decía Dostoievski, ser dignos de nuestro sufrimiento pues igualmente digno y valioso es el origen de ese sufrir.

Y poco a poco se va haciendo evidente que la propuesta de Renacer, aún como grupo de ayuda mutua, va mucho más allá de un mero confortar a los que sufren, va transformándose en un imperativo ético. En otras palabras, es el camino que lleva al hombre a alcanzar su humanidad. Es el camino final de humanización propuesto anteriormente. Y no puede ser otro que éste el camino que nuestros hijos —los que partieron y los que aún están—, la vida y nosotros mismos merecemos.

Se puede objetar que es un camino difícil y que quizás no todos puedan seguirlo, se nos propondrán alternativas más fáciles y más tentadoras y frente a eso sólo podremos escuchar a nuestra conciencia y la silenciosa voz de nuestros hijos que siempre han de morar en ella, que han de indicarnos el camino correcto, no el más fácil. Por eso Renacer nos pide que asumamos el desafío, que tomemos el camino más valioso, aquel que nos lleva a renunciar a nosotros para pensar en el hermano que sufre. Pero ésta demanda que recae sobre nuestros hombros no queda sin recompensa, puesto que mientras más renunciamos a nosotros, mientras más nos olvidamos de nosotros y nuestras emociones, más cerca estamos de nuestra esencia, de aquello que verdaderamente somos: Seres Humanos, y hemos así recorrido el camino ético que Renacer pretende, el camino que nos lleva a nosotros, los hombres, a vivir moral y éticamente.

Porque, después de todo “No somos lo que recibimos de la vida sino lo que devolvemos a ella Y hemos decidido devolver una obra de amor porque en ella está el recuerdo y la memoria de nuestros hijos, los que partieron y los que aún están”

Ese camino final de humanización que propugna Renacer se basa en la dedicación al Otro cuya presencia me reclama en un grito silencioso que pide “no me abandones en mi dolor” llamado ante cual no podemos permanecer impasibles a riesgo de desprendernos de nuestra propia humanidad, y es en respuesta a esta llamada que surge la ayuda mutua que es parte indisoluble del ser humano y que el hombre—particularmente en sus grandes crisis— al vivir su vida no sólo que ex-siste (vive) sino que además ex-plica (desenvuelve)la ayuda mutua, aunque no pueda definirla y menos aún conocerla como tal.

Hemos trabajado en la búsqueda de un marco referencial adecuado para facilitar la reproducción de la experiencia sin que medie la presencia de los creadores y hemos comprobado que la Logoterapia y el Análisis Existencial de Viktor Frankl son los más adecuadas para esta tarea. El propio Frankl, en su libro “Psicoanálisis y Existencialismo”, afirma que “la Logoterapia guarda relación, por lo común, con hombres que sufren espiritualmente, pero que no deben ser considerados como enfermos en sentido clínico”

Inicialmente los grupos se llamaron de autoayuda, pero a medida que transcurrió el tiempo los integrantes comenzaron a darse cuenta que lo realmente valioso era el hecho de ayudar a otro ser sufriente, que en la medida que se preocuparan mas por el dolor del otro menos intenso era el propio y concluyeron que “el alivio” de su dolor era el resultado de la ayuda al otro, aún cuando inicialmente había sido la meta inicial. En palabras de Levinas “No soy el otro; no puedo ser sin el otro”

Para una persona que pierde un ser querido o atraviesa una crisis existencial de otra índole es muy difícil hablar de “felicidad”, pero ese alivio, esa paz interior lograda al ayudar a otro se aproxima bastante a “la felicidad”. Hemos visto que esta no puede ser una meta sino el resultado de una tarea o una misión adecuadamente cumplida por lo que sostenemos que: “la paz que cada uno anhela es el resultado de una tarea adecuadamente cumplida que consiste en la ayuda a un hermano que sufre y en ese ayudar a otro nos ayudamos a nosotros mismos cumpliéndose así el proceso de ayuda mutua”. Esta vuelta de tuerca existencial que va de “recibir para después dar” (tan frecuente en los grupos de autoayuda) al “dar para recibir” reafirma al hombre como un ser abierto al mundo y a los hombres, incondicionado, autotrascendente. A partir de esta comprensión los grupos han cambiado su denominación a grupos de ayuda mutua.

Esta ayuda mutua es una expresión o experiencia existencial, más aún, podríamos definirla como un existencial humano; es una manifestación, quizás una de las más nobles de la trascendencia del ser humano, razón por la que podemos definir a la ayuda mutua como “Un encuentro existencial de seres sufrientes que confluyen en un objetivo común: trascender el sufrimiento” esta expresión surge con mayor intensidad cuando el hombre se ve confrontado con situaciones límite que, al tiempo que limitan sugieren, a su vez, nuevos territorios existenciales que explorar. Estas situaciones conducen al análisis de la existencia al desnudo, con todas las dificultades inherentes; análisis que ha de servir al mismo tiempo para que, apoyado y acompañado por aquellos a quien el destino común ha hermanado, pueda el hombre encontrar en esos nuevos territorios el campo de sus libertades que le han de servir ahora para enfrentarse y oponerse a ese mismo destino, haciendo objeto del análisis compartido por el grupo no “las vivencias pasadas que, presuntamente, tanto determinan su presente, sino las posibilidades de poder ‘crecer por encima’ de tales condicionamientos”.

Estas situaciones límite producen un cisma en la vida y hacen, quizás por vez primera, que nos demos cuenta que somos seres históricos, inmersos en el devenir de nuestro propio ser. Y lo que es más importante aún, nos hacen ver que nuestro pasado, nuestra historia ya realizada no se puede cambiar, y por eso mismo nos confrontan, esta vez de manera ineludible con nuestra conciencia en un dialogo que no permite el escape de la responsabilidad existencial. Ante esta profunda señal de alerta implícita en la crisis, despertamos a nuestra intuición y nos damos cuenta que la salida existencial yace por delante de nosotros en lo que aún queda por llevar cabo en ese futuro en el que existen las posibilidades no realizadas, nos damos cuenta que la única manera de alejar la oscuridad es dejando entrar la luz. De esta manera los grupos ayudan a sus miembros a aceptar la responsabilidad por su propia vida frente a lo sucedido. En Renacer cada uno de sus integrantes reconoce que, si bien ha perdido hijos, la decisión de dejarse morir en vida o levantarse por sobre lo sucedido es exclusivamente de cada padre. Pero también saben que si eligen destruirse, con esta actitud permiten que “sus vidas sean destruidas por ese mismo hijo que tanto amaron”

La esencia de la ayuda mutua, independientemente de la razón que la origina, se manifiesta en una frase que define tanto el comienzo como el final de esta tarea: “El ser sufriente a quién amar se vuelve la tarea a cumplir, a través de los valores de actitud”. Esta frase nos dice: primero, que hay una persona a quién amar; segundo que existe una tarea que cumplir y tercero, que para cumplirla debemos adoptar una cierta actitud sin la cual el resultado no sería el deseado. En otras palabras, es solamente en la plasmación del tu, que la ayuda mutua existe y se manifiesta. Es la distancia existencial que va del ser-para-sí mismo al ser-para-otro. Es la escalera que conduce por la dereflexión o sea la salida del ensimismamiento, hacia la autotrascendencia, es, en palabras de Elisabeth Lϋkas, el “impulso hacia la dimensión espiritual del ser humano”.

Hemos mostrado los senderos, propuestos desde la Logoterapia, que conducen hacia el sentido inherente en las crisis existenciales, que llevan hacia los valores creativos, experienciales y de actitud. Así también hemos visto cómo estos tres senderos se funden en uno solo cuando el hombre doliente se encuentra, rostro a rostro con Otro como su par que en su tragedia lo reclama. En estas circunstancias el hombre intuitivamente conoce que “no vale la pena perder tiempo derribando vallas” (emociones que supuestamente lo condicionan) cuando se puede saltarlas para ayudar al hermano que sufre, y al saltarlas se da cuenta que se levanta por sobre sí mismo, que verdaderamente existe y en ese proceso trasciende su existencia inauténtica en su camino hacia el ser auténtico, y también trasciende su existencia fáctica (corporal y psíquica) dándole alas a su espíritu para este salto de libertad. Pero al mismo tiempo, y arrastrado por el sentido, que espera por él ser realizado, en ese mismo salto que paradójicamente lo conduce, no sólo al Otro, sino al ser, su propio ser, desaparece la angustia existencial, pues la nada se desvanece en la plenitud del sentido.

Hemos avanzado la hipótesis de que todos los grupos de ayuda mutua son, desde su inicio mismo, grupos de “transformación interior” lo que nos ha llevado a plantear la forma en que un grupo puede ayudar más adecuadamente a un integrante a llegar a ese estado de conciencia ampliada que llamamos espiritualidad, y nos hemos preguntado si esto se logra haciéndole reflexionar y analizar continuamente las emociones y sentimientos que se originan en este momento histórico de su persona, o abriéndole su horizonte de libertades (posibilidades) y ayudándole de esta manera a encontrar su nuevo momento histórico, su nuevo modo del ser, en ese, su viaje por un nuevo territorio, sólo que esta vez acompañado y ayudado por sus compañeros de destino.

Parece evidente que al hombre que tiene que hacer su viaje por la vida con un platillo de la balanza sobrecargado por las realidades que el destino, ya sea biológico, psicológico o circunstancial le ha deparado, la mejor forma de ayudarlo no es alivianar ese platillo ( hecho de por sí imposible de llevar a cabo), sino cargando el platillo de lo que él ofrece a la vida mediante la realización de posibilidades cualitativamente mejores, en otras palabras, de la realización de las posibilidades de sentido, entendiendo por sentido aquella opción que cumple la triple condicionalidad de ser bueno para la persona, ser bueno para los demás y ser bueno para la vida misma.

Hemos observado que el primer paso en este largo y difícil camino que los grupos de ayuda mutua ofrecen ha sido aprender nuevas maneras de comunicación que partan desde lo mejor de cada uno hacia lo mejor del otro. Y lo mejor de cada uno es ese amor que aún tenemos por la vida, por Dios, por nuestros seres queridos o por uno mismo, puesto que si los corazones estuviesen resecos, sin amor alguno, nadie estaría en un grupo, y esta pasión es humilde y es desapegada y es autorrenuncia. Estos tres fenómenos humanos han estado larvados en la existencia en la mayoría de los integrantes de los grupos, y reflejan la autotrascendencia humana. Hemos llegado así a “descubrir”, a desocultar que la respuesta del hombre al sufrimiento yace en la trascendencia, y se hace evidente una conclusión más: el sufrimiento no puede ser curado, ni resuelto, ni elaborado, el sufrimiento sólo puede ser… trascendido.

También hemos visto que las crisis existenciales severas, o situaciones límites, colocan al ser humano en una categoría existencial nueva desde el punto de vista histórico. Por un lado lo colocan en un momento histórico del ser distinto a todos los demás y que presenta la peculiaridad de poder llegar a ser atemporal, y por otra parte nunca se siente el ser humano tan arrojado al mundo (Heidegger) como cuando el destino lo coloca frente a una situación límite no buscada y de la que le resulta imposible escapar.

Nada hace más egoísta al ser humano que el sufrimiento, así es posible ver que el hombre sufriente se vuelca, literalmente se dobla sobre sí mismo (reflexión), llegando sin esfuerzo alguno a situaciones de intensa hiperreflexión (ensimismamiento), dando lugar a la categoría existencial de ser- para- sí- mismo, despojado de toda orientación a otro ser, al mundo, a la comunidad, es decir de toda autotrascendencia. Estas situaciones de intenso egocentrismo provocadas por el sufrimiento pueden perdurar por períodos de tiempo muy prolongados, y en ocasiones de por vida, dando origen a un sufrimiento de carácter atemporal, durante el cual el ser sufriente no sólo es un ser- para -sí- mismo sino también es un ser-así (sufriente), no pudiendo ser de otra manera, como ser desprovisto de toda autotrascendencia.

Este nuevo ser, este ser en un nuevo momento histórico, este ser arrojado a una situación límite, para poder continuar su camino por la vida sin secuelas debe, indefectiblemente, dar un giro radical a su existencia, debe transformarse de un ser-para-sí mismo en un ser-para-otro. Solamente este cambio existencial evitará que ese ser muera ahogado en una tempestad de egocentrismo y cuya única alternativa se remita a transitar, de la manera que se pueda, el sufrimiento por la muerte de un hijo

Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti

Río Cuarto 15 de abril de 2010

domingo, 11 de abril de 2010

RENACER

Hoy que el destino te marco la frente,
con su marca indeleble de dolor,
y tu alma perdida entre la sombras
se niega a ver brillar la luz del sol.

Pensaras que todo ha terminado,
que no tiene sentido continuar,
sentirás que reir es una afrenta
y ser felíz un pecado capital.

Y aunque rodeado de manos,
que generosas te quieran consolar,
estará muy triste tu tristeza
y muy sola estará tu soledad.

Tendrás que renacer de las cenizas
que quedaron de sueños e ilusión
pensar que hay seres ávidos de cariño
y es preciso seguir brindando amor.

Tienes que comprender que el mundo sigue,
y sacar fuerzas más allá del horror,
debes buscar refugio en quienes llevan
el corazón herido como vos.


Jorge Sánchez